“Sírvete del don sublime de la palabra, signo exterior de tu dominio sobre la naturaleza, para salir al paso de las necesidades del prójimo y para encender en todos los corazones el fuego sagrado de la virtud” (Regla al uso de las Logias Rectificadas, Artículo VI-I)

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miércoles, 25 de julio de 2012

La doctrina de Orígenes en relación a Martines. Jean-Marc Vivenza



Un solo Padre, Orígenes, que nació en Alejandría en 185, altamente loado a su muerte por su piedad, su casta pureza y su fervor por san Pánfilo y san Gregorio Taumaturgo, y a pesar de que sus tesis fueron luego severamente condenadas en el concilio de Constantinopla en 523, parece defender, en numerosos puntos y diversos aspectos, posiciones próximas a Martinès. Es en su Peri Archon, donde sostendrá, como hizo Martinès en su Tratado sobre la reintegración, que la Creación no surge de una libre decisión, sino que fue el resultado, la consecuencia de una revolución negativa sobrevenida en el mundo divino. Para Orígenes, «la materialidad es una consecuencia de la Caída. Todos los seres materiales son sustancias intelectuales caídas. Las criaturas intelectuales permanecieron en una morada divina, antes de caer en los lugares inferiores, y convertirse, de invisibles que ellas eran, en visibles. Desde que hubieron caído, tuvieron necesidad de cuerpo. Es por lo que Dios hizo los cuerpos, y creó este mundo material y visible. La materialización es una consecuencia de la caída, pero, en Orígenes, es Dios quien crea la materia a causa de la caída» (C. Tresmontant, op. cit., pág. 421). Analizando el texto de los Evangelios, Orígenes pone a la luz el sentido de la fórmula utilizada por los sinópticos cuando evocan la «fundación del mundo» (Mateo 13:25, 25:34; Lucas 11:50; Juan 17:24), fórmula tomada luego por san Pablo en sus Epístolas, y que hace referencia a una noción de descenso, de evidente degradación. Los escritores sagrados emplearon en efecto el término katabolé, proveniente del verbo kattaballô, es decir, la acción de «echar de arriba a abajo» para hablar de la creación del mundo material, y Orígenes considerará que esto no provenía de un contrasentido por su parte, sino de una clara voluntad de indicarnos el carácter descendente del acto creador, mientas que hubiera sido posible y normal, en parecida circunstancia, utilizar el término ktisis, que significa positivamente la Creación en sentido pleno y original.

Para Orígenes, pues, la Creación es la manifestación concreta de un descenso de arriba en dirección abajo, una caída, un movimiento significativo «de superioribus ad inferiora descendum» (De Princip., III, 5, 4, K). Orígenes desarrollará, en numerosas páginas su visión y no dudará en sostener, con expresiones que prefiguran extrañamente las tesis Martinèsianas: «Las almas, a causa del excesivo decaimiento de su inteligencia, han sido encerradas en estos cuerpos espesos y compactos: es por ellas que en lo sucesivo ha sido necesario que este mundo visible fuera creado» (Ibid.).

Las almas culpables se han materializado y han recibido un cuerpo carnal para someterlas a una justa sanción que su acción culpable les había merecido; tal es la tesis de Orígenes conocida bajo la denominación de ensomatosis, describiendo el descenso a los cuerpos de entidades espirituales, entidades que vienen a este mundo a cumplir una purificación redentora. A este respecto, Orígenes establecerá una etimología singular entre alma (psuchê) y frío (psuchros), para significar el hecho de que las almas son entidades, inteligencias «resfriadas» que vienen a este mundo a expiar, estando revestidas de cuerpos materiales, sus pecados. Justiniano relatará por otra parte, en una carta destinada a los Padres que se reunían en el Concilio de Constantinopla, la doctrina profesada por los monjes origenistas parecida en todos sus puntos a las tesis del Peri Archôn: «Las entidades racionales se han enfriado (se han alejado) de la caridad divina, de donde su nombre de almas; es a causa de un castigo que han sido revestidas de cuerpos más espesos, los nuestros, y han sido llamadas hombres. Aquellas que han llegado al colmo del mal han revestido cuerpos fríos y oscuros, son y se nombran demonios y espíritus del mal. Es pues en virtud de un castigo y una pena por los pecados cometidos en una existencia anterior que el alma ha recibido un cuerpo» (Carta de Justiniano al Concilio, y Anatema IV del concilio de Constantinopla, K., p. CXXII).

Por otra parte Orígenes apoyará su tesis de una Caída en la materia, en cuerpos groseros y animales, como respondiendo a una falta anterior, fundamentándose en el relato, verdaderamente sobrecogedor del tercer capítulo del libro del Génesis, donde es dicho, después del episodio del pecado original: «Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió» (Génesis 3:21). Método confirmará que la posición de Orígenes es claramente la expresada en sus obras, y dará testimonio de esta identidad en estos términos: «Orígenes imaginaba una preexistencia mítica de nuestras almas. Adán y Eva, según él, eran intelectos desnudos antes de revestir las túnicas de piel; eran absolutamente incorruptibles, inmortales, exentos de necesidades naturales tales como comer, beber o dormir» (De Resurr.). Como podemos ver, el cuerpo material es para Orígenes una vestimenta espesa y degradada, una marca concreta de la Caída y no dudará, para sostener su tesis, en apelar a ciertos pasajes de las Escrituras que venían a corroborar su visión, en particular estos extractos de los Salmos: «Antes de ser humillado, me descarriaba» (Sal 118:67); «Vuelve, oh alma mía, a tu reposo» (Sal 104:7); «¡Saca mi alma de la cárcel!» (Sal 142:8). El pensamiento de Orígenes, expuesto sin rodeos, es la expresión de una doctrina que podemos resumir así: «La desgracia para el alma es haber descendido, es la ensomatosis, la caída en el cuerpo material. La salvación para el alma es la de volver allí de donde viene. Esquema común al neoplatonismo, a la gnosis, al orfismo y a la teosofía bramánica. Es este esquema el que adopta Orígenes» (C. Tresmontant, op. cit., pág. 431). Lo que resulta muy chocante, de toda manera, y digno de observación es que como Martinès, Orígenes piensa en el fin de los tiempos como una cesación del universo material, una suerte de «desmaterialización» poniendo término al compuesto grosero, disolviendo los elementos carnales: «Las almas abandonan los cuerpos que habían asumido, con los que ellas estaban revestidas. El estado final será pues incorpóreo. Toda la naturaleza material, corporal, será abolida. La creación por completo será liberada de la servidumbre de la materia» (De Princ., II, 3, K).

Después de este examen, resulta evidente que la doctrina de Martinès, si presenta serias dificultades respecto a las enseñanzas del Magisterio, y en particular cuando se trata de la cuestión del estatuto ontológico de la materia y del carácter gratuito de la Creación, dificultades que no conviene negar so pena de esconder la verdad y faltar al deber de honestidad intelectual, surge sin embargo de un muy estrecho parentesco con el origenismo, y puede incluso ser contemplada, si se quiere pensar en ello, como una de sus formulaciones, desde el siglo XVIII, de las más fieles y conseguidas.

Es por lo que, a nuestro parecer, los discípulos contemporáneos de Martinès, próximos o alejados, harían bien en sumergirse en la atenta lectura de Orígenes, y estudiar y meditar seriamente las tesis de este gran hombre de la Iglesia, que llegó, con una rara profundidad y excepcional ciencia, como pocos hayan hecho antes que él, a los soberanos misterios de la Revelación para hacer surgir de ella los inmensos tesoros espirituales de los que es portadora, tesoros muy necesarios a los hombres que luchan duramente a lo largo de su penosa existencia en el seno de las circunferencias materiales, en esta región de las «diferencias» por tomar una expresión de san Bernardo, es decir «la región que designa la naturaleza caída que ha perdido su “semejanza” como consecuencia del pecado original» (Canto LXXXII, 5), a fin que alcancen, por la santa gracia del Reparador, a sustraerse de las determinaciones que recibieron en consecuencia del pecado, y puedan al fin participar, en su eternidad futura, de una comunión reencontrada y tan esperada con la Divinidad.  

J.-M. Vivenza, Le Martinisme, Appendice I. 
Mercure Dauphinois, 2006.

jueves, 19 de julio de 2012

Festividad de San Miguel Arcángel 2012 del GPRDH


Festividad anual del 
que tendrá lugar el próximo
sábado día 6 de Octubre de 2012
en el Templo Masónico de Madrid.


Extendemos la invitación a todas las 
Potencias Masónicas de la Amistad
que quieran acompañarnos
en la reunión del 
Directorio Escocés Nacional
de las Logias Reunidas & Rectificadas
de Hispania
que tendrá lugar en Grado de Aprendiz
a las 18:00 h. 

martes, 17 de julio de 2012

El ensamblaje de las dos Naturalezas. Jean-Baptiste Willermoz


"Pues la carne tiene apetencias
contrarias al espíritu,
y el espíritu contrarias a la carne,
como que son entre sí antagónicos..."
Gal 5:17
Este ensamblaje inconcebible de dos naturalezas tan opuestas [animal y espiritual] es sin embargo hoy el triste atributo del hombre. Por una, hace brillar la grandeza y nobleza de su origen y, por la otra, queda reducido a la condición de los más viles animales, y es esclavo de las sensaciones y de las necesidades físicas. […] la naturaleza de los ensamblajes de la materia se opone a la unidad de la Naturaleza espiritual”.

“Hallamos en la materia misma una imagen de esta unión inconcebible por la unión que existe en ella de dos principios opuestos llamados agua y fuego; un mediador o tercer principio, llamado tierra, opera esta unión; ella los une y los amalgama en un solo individuo. Esta es la misma unión de las dos naturalezas del hombre; ella solo puede darse por un poder mediador que, inferior al espíritu y superior a la materia, les une sin serles contrario y mantiene por su presencia esta unión contra natura hasta que su acción cese, rompiendo con su retirada estos lazos momentáneos”.
(LF)

[Este mediador es, evidentemente, el alma pasiva sensible, dicha animal, que existe en el hombre como en los animales terrestres - Tratado de la Reintegración, M.P.]

Compuesto de cuerpo y de espíritu unidos por el alma, el hombre es un ser “espiritual, animal y material” (LF, p. 1033). En verdad, esta combinación ternaria, sin ser impensable como la unión inmediata del espíritu y la materia, queda para Willermoz “casi inconcebible”, por lo que escribe en la Instrucción moral del grado de Aprendiz del Régimen Escocés Rectificado: “Los tres golpes sobre vuestro corazón [1] os indican la unión, casi inconcebible, que hay en vos del espíritu, del alma y del cuerpo, que es el gran misterio del hombre y del Masón”.

Esta combinación solo pide deshacerse, y esto es lo que ocurre cuando se retira el término mediador que la mantiene artificialmente unida. Entonces llega para el cuerpo material la hora de la disolución.


[1] El corazón es el “centro” de la sangre asiento del alma pasiva (LF, p. 1035).

domingo, 15 de julio de 2012

De los cuerpos espirituales o celestes. Orígenes de Alejandría


Orígenes de Alejandría 
(185-254)
“Un gran autor, un gran hombre y uno de los más sublimes teólogos que haya ilustrado a la Iglesia...”,
según Joseph de Maistre
(Aclaraciones sobre los sacrificios, capítulo III)

La resurrección de la carne

(Contra Celso V. 18s.)

  
Ni nosotros ni las divinas escrituras decimos que los que murieron de antiguo al resucitar de la tierra vivirán con la misma carne que tenían sin sufrir cambio alguno en mejor... Porque hemos oído muchas escrituras que hablan de la resurrección de una manera digna de Dios. Por el momento basta aducir las palabras de Pablo en su primera a los Corintios (15, 35ss): “Dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Y con qué género de cuerpo se presentarán? Insensato: lo que tú siembras no brota a la vida si no muere. Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de ser, sino un simple grano, por ejemplo, de trigo o de alguna otra semilla. Pero Dios le da un cuerpo como quiere, y a cada una de las semillas su cuerpo correspondiente”. Fíjate, pues, cómo en estas palabras dice que no se siembra “el cuerpo que ha de ser”, sino que de lo que es sembrado y arrojado como grano desnudo en la tierra da Dios “a cada una de las semillas su cuerpo correspondiente”; algo así sucede con la resurrección. Pues de la semilla que se arroja surge a veces una espiga, y a veces un árbol como la mostaza, o un árbol todavía mayor en el caso del olivo de hueso o de los frutales.

Así pues, Dios da a cada uno un cuerpo según lo que ha determinado: así sucede con lo que se siembra, y también con lo que viene a ser una especie de siembra, la muerte: en el tiempo conveniente, de lo que se ha sembrado volverá a tomar cada uno el cuerpo que Dios le ha designado según sus méritos. Oímos también que la Biblia nos enseña en muchos pasajes que hay una diferencia entre lo que viene a ser como semilla que se siembra y lo que viene a ser como lo que nace de ella. Dice: “Se siembra en corrupción, surge en incorrupción; se siembra en deshonor, surge con gloria; se siembra en debilidad, surge con fuerza; se siembra un cuerpo natural, surge un cuerpo espiritual” (1 Cor 15, 42). El que pueda que procure todavía entender lo que quiso decir el que dijo: “Cual terrestres, así son los hombres terrestres, y cual celestes, así son los hombres celestes. Y de la misma manera en que llevamos la imagen del terrestre, así llevamos la imagen del celeste” (1 Cor 15, 48). Y aunque el Apóstol quiere ocultar en este punto los aspectos misteriosos que no serían oportunos para los más simples y para los oídos de la masa de los que son inducidos a una vida mejor por la simple fe, sin embargos para que no interpretáramos mal sus palabras, después de “llevaremos la imagen celeste” se vio obligado a decir: “Os digo esto, hermanos, que ni la carne ni la sangre pueden heredar el reino de los cielos, ni la corrupción hereda la incorrupción”. Luego, puesto que tenía conciencia de que hay algo de inefable y misterioso en este punto, y como convenía a uno que dejaba a la posteridad por escrito lo que él sentía, añade: “Mirad que os hablo de un misterio”. Ordinariamente esto se dice de las doctrinas más profundas y más místicas y que con razón se mantienen ocultas al vulgo...

No es de gusanos, pues, nuestra esperanza, ni anhela nuestra alma un cuerpo que se ha corrompido; sino que el alma, si bien necesita de un cuerpo para moverse en el espacio local, cuando está instruida en la sabiduría -según aquello: “La boca del justo practicará la sabiduría” (Sal 36, 30)- conoce la diferencia entre la habitación terrestre que se corrompe, en la que está el tabernáculo, y el mismo tabernáculo, en el cual los que son justos gimen afligidos porque no quieren ser despojados del tabernáculo, sino que quieren revestirse con el tabernáculo, para que al revestirse así “lo que es mortal sea tragado por la vida” (Cf. 2 Cor 5, 1).

La resurrección de la carne y el poder de Dios sobre la naturaleza

(Contra Celso V. 23)


Nosotros no decimos que el cuerpo que se ha corrompido retorne a su naturaleza originaria, como tampoco el grano de trigo que se ha corrompido vuelve a ser aquel grano de trigo (Cf. 1 Cor 15, 37). Decimos que así como del grano de trigo surge la espiga, así hay cierto principio incorruptible en el cuerpo, del cual surge el cuerpo “en incorrupción” (1 Cor 15, 42). Son los estoicos los que dicen que el cuerpo que se ha corrompido enteramente vuelve a recobrar su naturaleza originaria, pues admiten la doctrina de que hay períodos idénticos. Fundados en lo que ellos creen una necesidad lógica, dicen que todo se recompondrá de nuevo según la misma composición primera de la que se originó la disolución. Pero nosotros no nos refugiamos en un argumento tan poco asequible como el de que todo es posible para Dios, pues tenemos conciencia de que no comprendemos la palabra «todo» aplicada a cosas inexistentes o inconcebibles. En cambio decimos que Dios no puede hacer cosa mala, pues el dios que pudiera hacerla no sería Dios. “Si Dios hace algo malo, no es Dios” (Euríp. fr. 292 Nauck).

Cuando afirma Celso que Dios no quiere lo que es contra la naturaleza, hay que hacer una distinción en lo que dice. Si para uno lo que es contra la naturaleza equivale al mal, también nosotros decimos que Dios no quiere lo que es contra la naturaleza, como no quiere lo que proviene del mal o del absurdo. Pero si se refiere a lo que se hace según la inteligencia y la voluntad de Dios, se sigue necesaria e inmediatamente que esto no será contra la naturaleza, ya que no puede ser contra la naturaleza lo que hace Dios, aunque sean cosas extraordinarias o que parecen serlo a algunos.

Si nos fuerzan a usar estos términos, diremos que con respecto a lo que comúnmente se considera naturaleza, Dios puede a veces hacer cosas que están por encima de tal naturaleza, levantando al hombre sobre la naturaleza humana, y transmutándolo en una naturaleza superior y más divina, y conservándolo en ella todo el tiempo en que el que es así conservado manifiesta por sus acciones que quiere seguir en esta condición.

Cuerpos transfigurados y etéreos

(Comentarios al Ev. de Mateo XVII,30)


“…los que son juzgados dignos de la resurrección de los muertos devienen como ángeles en el cielo (no solamente por la ausencia de actividad sexual), también porque los cuerpos de humillación transfigurados devienen semejantes a los cuerpos de los ángeles, etéreos, una luz centelleante (augoeidès)”.


Sobre la escatología de Orígenes:


Orígenes parte de un hecho: los elementos materiales del cuerpo se renuevan sin cesar. Nadie puede por tanto asegurar la identidad del cuerpo consigo mismo, ni su permanencia, incluso en la vida actual, y con mayor razón en la del más allá. Los cuerpos están sometidos a un devenir. La unidad del cuerpo terrestre y de los cuerpos gloriosos es del orden de la sustancia (=ousía). Orígenes adopta aquí la concepción estoica de ousía que puede recibir todas las formas posibles, sin comprometerse con ninguna: “aquí abajo” “la substancia humana” de los individuos se siente afectada por cualidades terrestres, “allá arriba” por cualidades celestes, adaptadas al mundo nuevo. La unidad también depende en términos estoicos de un Logos espermático o razón seminal, que está presente en el cuerpo terrestre y que germinará para dar lugar al cuerpo glorioso.

Todo cuerpo sustentado por la naturaleza que le incorpora elementos foráneos, a manera de alimentos, y que evacua otros en intercambio de lo que le entra, no tiene nunca el mismo substrato (=hypokeimenon), no permanece el mismo ni por dos días; por eso el cuerpo puede denominarse río. Y sin embargo, Pedro o Pablo, siguen siendo los mismos, manteniendo una identidad que no es la del alma, cuya esencia no se diluye, ni sufre la introducción de elementos externos: permanece el mismo, incluso siendo naturaleza de cuerpo fluente; porque la forma que caracteriza al cuerpo es la misma. Esta forma corporal la revestirá el alma de nuevo en la resurrección, mejorada, pero no en absoluto el substrato, que se le había sido concedido al comienzo. Como la forma del bebé subsiste en el anciano, incluso si los caracteres parece que han sufrido enormes cambios. El santo tendrá un cuerpo, mantenido ahora en estado de resurrección, según le imponía entonces la forma a la carne; pero ya no habrá más carne. Los caracteres que estaban impresos en la carne, lo serán en el cuerpo espiritual. La cuestión fundamental no es aquí el misterio de la identidad del cuerpo terrestre con el resucitado, pues esto sólo es una consecuencia, sino lo que asegura la permanencia del cuerpo terrestre, a pesar del flujo constante de elementos materiales.

En el tratado de la Oración Orígenes distingue las dos esencias: una sustancia espiritual que queda inconmovible y la otra corporal, accesible a cualquier cualidad pero sin compromiso con ninguna. Esta segunda ousía (=esencia) le permite explicar en muchos textos la permanencia del cuerpo actual en el resucitado (Orac 27,8 ; PArj 3,6,7.).

Es la silueta (=eidos) corporal, mortal por naturaleza, pero que recibirá de Cristo una nueva vida, es análogo a la idea platónica y la forma aristotélica; pero mantiene con respecto a ambas una cierta distancia. Es por tanto el principio de unidad, de desarrollo, de existencia y de personalización del cuerpo: se manifiesta por fuera mediante rasgos que caracterizan al personaje, pero no se confunde con la apariencia exterior cambiante, que corresponde a lo que es una vestimenta (=sjêma). El cambio de la cualidad terrestre en cualidad etérea (celeste), al menos después de la Ascensión, no extorsiona en nada la identidad de la silueta (el eidos).

Por tanto, en la resurrección espiritual los cuerpos terrenos de los bienaventurados devienen etéreos: la silueta permanece la misma pero cambia la “cualidad”, que de terrenal deviene celestial. Los cuerpos gloriosos son calificados, pues, de “centelleantes” (augoeidè) y etéreos.  

viernes, 13 de julio de 2012

Nacimiento carnal versus nacimiento espiritual



 En verdad, en verdad te digo que si uno no nace de lo alto no puede ver el reino de Dios. […] Lo nacido de la carne, carne es; y lo nacido del espíritu, espíritu es” 
Juan III:3 y 6

Algunos comentarios de los Padres:


Un nuevo nacimiento dentro de la imagen de la Resurrección:

“Así pues, nosotros esperamos ver el reino de Dios, porque, mientras somos mortales, no podemos ir allí si tras nuestra muerte no somos resucitados incorruptibles. Creemos que tal cosa sucede de forma simbólica en el bautismo. Nacemos de nuevo en una imagen de la resurrección, es decir, en un nuevo estado de existencia”.
Teodoro de Mopsuestia (350-428),
Comentario al Ev. de Juan

Los dos nacimientos:

“Existen dos nacimientos (…). Uno es de la tierra y otro es del cielo; uno de la carne y otro del espíritu; uno de la mortalidad, otro de la eternidad; uno de hombre y mujer y otro de Cristo y de la Iglesia”.
Agustín de Hipona (354-430),
Tratados sobre el Ev. de Juan

La carne es la muerte, mientras que el espíritu es la vida:

“Sabemos que la carne, a causa del pecado, está sometida a la muerte, y que el espíritu de Dios es incorruptible, dador de vida inmortal. Y así como a la generación según la carne le acompaña inseparablemente una fuerza para hacer perecer lo engendrado, así también es claro que el espíritu otorga a quienes son engendrados por él una fuerza vivificante. ¿Qué se deduce de lo dicho? Que nosotros, apartándonos de la vida según la carne a la que necesariamente sigue la muerte, hemos de buscar aquella vida que no lleva consigo el séquito de la muerte”.
Gregorio de Nisa (335-394),
Sobre la virginidad


martes, 10 de julio de 2012

Luminarias Martinistas: Cristianismo versus Catolicismo. L.-C. de Saint-Ma...





"El verdadero cristianismo es no solamente anterior al catolicismo, sino incluso al propio término «cristianismo»."


"Es posible que existan muchos católicos que no sean capaces de juzgar todavía en qué consiste realmente el cristianismo; pero es imposible que un verdadero cristiano no se encuentre en esta­do de juzgar lo que es realmente el catolicismo y en qué consiste en realidad lo que libera al ser."


Podéis leer más en el post original en:

LUMINARIAS MARTINISTAS: Cristianismo versus Catolicismo. L.-C. de Saint-Martin

La carne no sirve para nada...


  
"El espíritu es el que da vida;
la carne no sirve para nada".
Jn 6:63

"Pues toda carne es como hierba
y todo su esplendor como flor de hierba;
se seca la hierba y cae la flor..."
1ª Ped 1:24

"La carne y la sangre no pueden heredar
el reino de los cielos..."
1 Cor 15:50

"Pues la carne tiene apetencias
contrarias al espíritu,
y el espíritu contrarias a la carne,
como que son entre sí antangónicos..."
Gal 5:17  
  
"Lo nacido de la carne, es carne;
lo nacido del Espíritu, es espíritu..."
Jn 3:6 

lunes, 9 de julio de 2012

Cambio de diseño en el blog


Espero que os guste.

Añadid vuestros comentarios.

Aprovecho para pediros que de vez en cuando os fijéis en algún enlace de publicidad. Los hay realmente interesantes...

domingo, 8 de julio de 2012

Hacia la Jerusalén Celestial...


Final de los Tiempos:


“El día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día,
los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán;
los elementos, abrasados, se disolverán,
y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá
2ª Epístola de San Pedro 3:10

“…[la materia general] se eclipsará completamente al final de los tiempos 
y se borrará de la presencia del hombre 
como un cuadro se desvanece de la imaginación del pintor”.
Tratado de la Reintegración (§ 93), M. de Pasqually

“… y el universo entero se borrará tan súbitamente 
que la voluntad del Creador se hará oír; 
de manera que no quedará el menor vestigio, 
como si jamás hubiera existido
Jean-Baptiste Willermoz - ISGP (LF)

"...toda la Naturaleza es volátil y solo tiende a evaporarse; lo haría incluso en un instante si lo fijo que la contiene le perteneciera, pero este fijo no le pertenece, está fuera de ella, aunque actúe violentamente sobre ella. Nunca forma una alianza con él si ésta no comienza por su disolución".
Louis-Claude de Saint-Martin - Tabla Natural, VI 
 

Nuevos Cielos y Nueva Tierra:


“Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, 
nuevos cielos y nueva tierra, en los que habiten la justicia”
2ª Epístola de San Pedro 3:13

“Y entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva
-porque el primer cielo y la primera tierra
desaparecieron…
Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén,
que bajaba del cielo, de junto a Dios…”.
Apocalipsis 21:1-2

LA JERUSALÉN CELESTIAL:


El templo sucesivamente construido, destruido y reconstruido, desaparece, 
como desapareció el templo de Salomón, 
siendo la meta final la Jerusalén Celestial, 
la Ciudad Santa donde ya no hay Templo. 
(Ritual de Maestro Escocés de San Andrés)

“El Señor Todopoderoso es el Templo así como el Cordero”.
Apocalipsis 22:3

“La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren,
porque la ilumina la gloria de Dios,
y su lámpara es el Cordero”·
Apocalipsis 21:23