“Sírvete del don sublime de la palabra, signo exterior de tu dominio sobre la naturaleza, para salir al paso de las necesidades del prójimo y para encender en todos los corazones el fuego sagrado de la virtud” (Regla al uso de las Logias Rectificadas, Artículo VI-I)

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miércoles, 25 de julio de 2012

La doctrina de Orígenes en relación a Martines. Jean-Marc Vivenza



Un solo Padre, Orígenes, que nació en Alejandría en 185, altamente loado a su muerte por su piedad, su casta pureza y su fervor por san Pánfilo y san Gregorio Taumaturgo, y a pesar de que sus tesis fueron luego severamente condenadas en el concilio de Constantinopla en 523, parece defender, en numerosos puntos y diversos aspectos, posiciones próximas a Martinès. Es en su Peri Archon, donde sostendrá, como hizo Martinès en su Tratado sobre la reintegración, que la Creación no surge de una libre decisión, sino que fue el resultado, la consecuencia de una revolución negativa sobrevenida en el mundo divino. Para Orígenes, «la materialidad es una consecuencia de la Caída. Todos los seres materiales son sustancias intelectuales caídas. Las criaturas intelectuales permanecieron en una morada divina, antes de caer en los lugares inferiores, y convertirse, de invisibles que ellas eran, en visibles. Desde que hubieron caído, tuvieron necesidad de cuerpo. Es por lo que Dios hizo los cuerpos, y creó este mundo material y visible. La materialización es una consecuencia de la caída, pero, en Orígenes, es Dios quien crea la materia a causa de la caída» (C. Tresmontant, op. cit., pág. 421). Analizando el texto de los Evangelios, Orígenes pone a la luz el sentido de la fórmula utilizada por los sinópticos cuando evocan la «fundación del mundo» (Mateo 13:25, 25:34; Lucas 11:50; Juan 17:24), fórmula tomada luego por san Pablo en sus Epístolas, y que hace referencia a una noción de descenso, de evidente degradación. Los escritores sagrados emplearon en efecto el término katabolé, proveniente del verbo kattaballô, es decir, la acción de «echar de arriba a abajo» para hablar de la creación del mundo material, y Orígenes considerará que esto no provenía de un contrasentido por su parte, sino de una clara voluntad de indicarnos el carácter descendente del acto creador, mientas que hubiera sido posible y normal, en parecida circunstancia, utilizar el término ktisis, que significa positivamente la Creación en sentido pleno y original.

Para Orígenes, pues, la Creación es la manifestación concreta de un descenso de arriba en dirección abajo, una caída, un movimiento significativo «de superioribus ad inferiora descendum» (De Princip., III, 5, 4, K). Orígenes desarrollará, en numerosas páginas su visión y no dudará en sostener, con expresiones que prefiguran extrañamente las tesis Martinèsianas: «Las almas, a causa del excesivo decaimiento de su inteligencia, han sido encerradas en estos cuerpos espesos y compactos: es por ellas que en lo sucesivo ha sido necesario que este mundo visible fuera creado» (Ibid.).

Las almas culpables se han materializado y han recibido un cuerpo carnal para someterlas a una justa sanción que su acción culpable les había merecido; tal es la tesis de Orígenes conocida bajo la denominación de ensomatosis, describiendo el descenso a los cuerpos de entidades espirituales, entidades que vienen a este mundo a cumplir una purificación redentora. A este respecto, Orígenes establecerá una etimología singular entre alma (psuchê) y frío (psuchros), para significar el hecho de que las almas son entidades, inteligencias «resfriadas» que vienen a este mundo a expiar, estando revestidas de cuerpos materiales, sus pecados. Justiniano relatará por otra parte, en una carta destinada a los Padres que se reunían en el Concilio de Constantinopla, la doctrina profesada por los monjes origenistas parecida en todos sus puntos a las tesis del Peri Archôn: «Las entidades racionales se han enfriado (se han alejado) de la caridad divina, de donde su nombre de almas; es a causa de un castigo que han sido revestidas de cuerpos más espesos, los nuestros, y han sido llamadas hombres. Aquellas que han llegado al colmo del mal han revestido cuerpos fríos y oscuros, son y se nombran demonios y espíritus del mal. Es pues en virtud de un castigo y una pena por los pecados cometidos en una existencia anterior que el alma ha recibido un cuerpo» (Carta de Justiniano al Concilio, y Anatema IV del concilio de Constantinopla, K., p. CXXII).

Por otra parte Orígenes apoyará su tesis de una Caída en la materia, en cuerpos groseros y animales, como respondiendo a una falta anterior, fundamentándose en el relato, verdaderamente sobrecogedor del tercer capítulo del libro del Génesis, donde es dicho, después del episodio del pecado original: «Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió» (Génesis 3:21). Método confirmará que la posición de Orígenes es claramente la expresada en sus obras, y dará testimonio de esta identidad en estos términos: «Orígenes imaginaba una preexistencia mítica de nuestras almas. Adán y Eva, según él, eran intelectos desnudos antes de revestir las túnicas de piel; eran absolutamente incorruptibles, inmortales, exentos de necesidades naturales tales como comer, beber o dormir» (De Resurr.). Como podemos ver, el cuerpo material es para Orígenes una vestimenta espesa y degradada, una marca concreta de la Caída y no dudará, para sostener su tesis, en apelar a ciertos pasajes de las Escrituras que venían a corroborar su visión, en particular estos extractos de los Salmos: «Antes de ser humillado, me descarriaba» (Sal 118:67); «Vuelve, oh alma mía, a tu reposo» (Sal 104:7); «¡Saca mi alma de la cárcel!» (Sal 142:8). El pensamiento de Orígenes, expuesto sin rodeos, es la expresión de una doctrina que podemos resumir así: «La desgracia para el alma es haber descendido, es la ensomatosis, la caída en el cuerpo material. La salvación para el alma es la de volver allí de donde viene. Esquema común al neoplatonismo, a la gnosis, al orfismo y a la teosofía bramánica. Es este esquema el que adopta Orígenes» (C. Tresmontant, op. cit., pág. 431). Lo que resulta muy chocante, de toda manera, y digno de observación es que como Martinès, Orígenes piensa en el fin de los tiempos como una cesación del universo material, una suerte de «desmaterialización» poniendo término al compuesto grosero, disolviendo los elementos carnales: «Las almas abandonan los cuerpos que habían asumido, con los que ellas estaban revestidas. El estado final será pues incorpóreo. Toda la naturaleza material, corporal, será abolida. La creación por completo será liberada de la servidumbre de la materia» (De Princ., II, 3, K).

Después de este examen, resulta evidente que la doctrina de Martinès, si presenta serias dificultades respecto a las enseñanzas del Magisterio, y en particular cuando se trata de la cuestión del estatuto ontológico de la materia y del carácter gratuito de la Creación, dificultades que no conviene negar so pena de esconder la verdad y faltar al deber de honestidad intelectual, surge sin embargo de un muy estrecho parentesco con el origenismo, y puede incluso ser contemplada, si se quiere pensar en ello, como una de sus formulaciones, desde el siglo XVIII, de las más fieles y conseguidas.

Es por lo que, a nuestro parecer, los discípulos contemporáneos de Martinès, próximos o alejados, harían bien en sumergirse en la atenta lectura de Orígenes, y estudiar y meditar seriamente las tesis de este gran hombre de la Iglesia, que llegó, con una rara profundidad y excepcional ciencia, como pocos hayan hecho antes que él, a los soberanos misterios de la Revelación para hacer surgir de ella los inmensos tesoros espirituales de los que es portadora, tesoros muy necesarios a los hombres que luchan duramente a lo largo de su penosa existencia en el seno de las circunferencias materiales, en esta región de las «diferencias» por tomar una expresión de san Bernardo, es decir «la región que designa la naturaleza caída que ha perdido su “semejanza” como consecuencia del pecado original» (Canto LXXXII, 5), a fin que alcancen, por la santa gracia del Reparador, a sustraerse de las determinaciones que recibieron en consecuencia del pecado, y puedan al fin participar, en su eternidad futura, de una comunión reencontrada y tan esperada con la Divinidad.  

J.-M. Vivenza, Le Martinisme, Appendice I. 
Mercure Dauphinois, 2006.

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