“Sírvete del don sublime de la palabra, signo exterior de tu dominio sobre la naturaleza, para salir al paso de las necesidades del prójimo y para encender en todos los corazones el fuego sagrado de la virtud” (Regla al uso de las Logias Rectificadas, Artículo VI-I)

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domingo, 19 de agosto de 2012

De la unión de las Iglesias. Joseph de Maîstre

Memoria dirigida por Joseph de Maîstre 
al duque Ferdinand de Brunswick-Lunebourg,
Gran Maestro de la Masonería Escocesa
de la Estricta Observancia,
con ocasión del Convento de Wilhemsbad de 1782 


El otro propósito del 2º grado o de la 2ª clase [Orden Interior de los C.B.C.S.] en el sistema propuesto sería: la reunión de las diferentes sectas cristianas. Sería tiempo, Monseñor, de borrar las vergüenza de Europa y del espíritu humano. De qué nos sirve poseer una religión divina, cuando hemos desgarrado el vestido sin costuras y cuando los adoradores de Cristo, divididos por la interpretación de su ley santa, se han dejado llevar por excesos que harían ruborizar a los pueblos de Asia. El mahometismo sólo conoce dos sectas; el cristianismo tiene treinta y, como si estuviéramos destinados a deshonorarnos a turnos por los excesos opuestos, después de habernos degollado con nuestros dogmas, hemos caído en todo lo referente a la religión en una indiferencia estúpida que llamamos tolerancia. El género humano está envilecido. La tierra se ha divorciado del cielo. Nuestros supuestos sabios, ridículamente orgullosos de algunos infantiles descubrimientos, disertan sobre el aire fijo, volatizan el diamante, enseñan a las plantas cuánto deben durar, se pasman ante una pequeña petrificación o sobre la trompa de un insecto, etc. Pero se guardan bien de preguntarse, aunque sea una sola vez en su vida, que es lo que son y cuál es su lugar en el universo.

            O curvoe ad terras animoe et coelestium inanes! [1]

Todo es importante para ellos salvo la única cosa importante. Llevados por un fanatismo mil veces más condenable que aquel contra el que no paran de gritar, golpean indistintamente sobre la verdad y sobre el error, y sólo saben atacar la superstición por medio del escepticismo. ¡Imprudentes! que se creen llamados a escardar el campo de las opiniones humanas y arrancar el trigo por miedo a que la cizaña se les escape. Han curado nuestros prejuicios, dicen... Sí, como la gangrena cura los dolores.

En este estado de cosas, ¿no sería digno de nosotros, Monseñor, proponer el avance del Cristianismo como uno de los objetivos de nuestra Orden? Este proyecto tendría dos partes, ya que es preciso que cada comunión trabaje por sí misma y trabaje por acercarse a las demás. Sin duda que esta empresa parecerá quimérica a muchos Hermanos: pero ¿por qué no intentamos nosotros lo que dos teólogos (Bossuet y Molanus) intentaron en el siglo pasado con alguna esperanza de éxito? El momento es mucho más favorable, ya que los sistemas emponzoñados de nuestro siglo al menos han producido de bueno que los espíritus, poco más o menos indiferentes sobre la controversia, puedan aproximarse sin enfrentarse. En nuestros días hay que estar versado en la historia para saber lo que es el Anticristo y la Prostituta de Babilonia. Los teólogos ya no disertan sobre los cuernos de la Bestia. Todas estas injurias apocalípticas serían hoy mal recibidas. Cada cosa lleva su nombre. Roma incluso se llama Roma, y el Papa, Pio VI.

Ruego encarecidamente a V.A.S., observar que esta reunión jamás tendrá lugar si se trata públicamente. La religión ya no debe ser considerada en nuestros días como una pieza de la política de cada Estado, y esta política ¡es de un temperamento tan irritable! Cuando se la toca con la punta de los dedos, se convulsiona. El orgullo teológico hará nacer nuevos obstáculos de tal forma que esta gran tentativa solo puede prepararse secretamente. Hay que establecer comités de correspondencia compuestos sobre todo por clérigos de las diferentes comuniones que habremos agregado e iniciado. Trabajaremos lentamente pero con seguridad. No emprenderemos ninguna conquista que no sea apropiada para perfeccionar la Gran Obra. Habrá que guardarse muy bien de encender la mecha antes de estar seguros del efecto: y como, siguiendo la expresión enérgica de un antiguo Padre, el universo fue en otro tiempo sorprendido por encontrarse arriano, habrá que conseguir que los cristianos modernos se encuentren sorprendidos de verse reunidos.

No es dudoso que la obra deba comenzar por los católicos y los luteranos de Augsburgo, cuyos símbolos no difieren prodigiosamente. En cuanto a los calvinistas, si lo son de buena fe, deberán reconocer que han desfigurado extrañamente el cristianismo. Así que, son ellos quienes deben sacrificarse.

Todo lo que pueda contribuir al avance de la religión, a la extirpación de las opiniones peligrosas, en una palabra, a elevar el trono de la verdad sobre las ruinas de la superstición y del pirronismo, será competencia de esta clase; lo que supone necesariamente que la profesión de fe requerida en este 2º grado debe ser más amplia que la primera. Ningún Hermano debe pues ser admitido sin reconocer claramente la divinidad de Cristo y la verdad de la revelación que le sigue.


[1] ¡Oh almas inclinadas hacia la tierra y despreocupadas de las cosas celestes! - Perse.

1 comentario:

  1. Muy bueno, pero no dejemos en el olvido que estas correspondencias obedecen a un anteproyecto, con cosas para aceptar y cosas para rechazar.

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