“Sírvete del don sublime de la palabra, signo exterior de tu dominio sobre la naturaleza, para salir al paso de las necesidades del prójimo y para encender en todos los corazones el fuego sagrado de la virtud” (Regla al uso de las Logias Rectificadas, Artículo VI-I)

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martes, 6 de enero de 2015

La Oración.- Jean-Baptiste Willermoz

Mis pensamientos y los de los otros
B.M. de Lyon (Ms 5476)

El estudio sin la oración, dijo hace tiempo un sabio, es un verdadero ateísmo, y la oración sin el estudio una vana presunción. Esto quiere decir que quien cree poder adquirir una verdadera luz por el estudio y por la sola fuerza de su aplicación, piensa y actúa como un ateo, y quien presume de que para obtener el conocimiento de la verdad le es suficiente con pedirlo en sus oraciones, sin hacer ningún esfuerzo para descubrirla y sin meditar sobre sus vías, solo es un hombre presuntuoso, cobarde o indiferente ante ella. El primero sólo adquirirá una ciencia vana y peligrosa, el otro continuará en la ignorancia.  

[…]

Verdad eterna, tú me envuelves con tus rayos, pero las sombras tenebrosas se levantan sin cesar ante mi alma y me impiden elevar mi mirada hasta ti.

Todos los días, por la tarde y a media noche, por la mañana y al mediodía, te invoco con ardor. Mis esfuerzos son vanos e inútiles. El espeso velo de mis afecciones materiales priva mi vista de tu luz.

Las imágenes de los objetos a los cuales se libran mis sentidos, se colocan en gran número entre tu acción bienhechora y los débiles esfuerzos de mi voluntad; me desvían y me arrastran por sus ilusiones engañosas. Te me escapas y pierdo la esperanza de llegar a ti.  

Oh verdad sin la cual mi ser solo es nada, no cesaré de invocarte. Hasta que hayas satisfecho mi deseo, mis anhelos serán mi única existencia. Escucha mi voz, ven a activar lo que te pido con tanto ardor. Abjuro del amor a los objetos sensibles; solamente a ti amaré y contemplaré por siempre como mi única vida. Pues tú eres la vida del hombre, y sé con evidencia que mi destino es vivir siempre en ti y contigo.

[…]

¿Dónde podré encontrar la ciencia de la sabiduría? He pasado los días y las noches en la búsqueda y las meditaciones y aún me pregunto dónde se oculta. El hombre está lejos de conocerla y de saber su precio.  

No se encuentra ni en las profundidades del mar ni en los abismos de la tierra. ¿Dónde se halla pues esta sabiduría y esta inteligencia? ¿Dónde la podré encontrar? He consultado a todos los seres vivos; ninguno la ha percibido aún, y he  visto que no está en ellos… Solo Dios conoce la ruta que conduce hasta ella; sólo Él sabe dónde se encuentra. 

Cuando Él dio leyes a todos los seres, sometió a sus órdenes a los vientos y las tempestades y dirigió el rayo en la dirección que le impuso, la sabiduría estaba ante Él. Entonces, dijo al hombre: Solo encontrarás la ciencia y la inteligencia en el temor al Señor.  


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