“[…] Los iniciados del siglo XVIII estaban convencidos de
que el cristianismo, en los primeros tiempos de su aparición en la escena de la
Historia, era un “camino” espiritual comparable a lo que es hoy la iniciación
en modo masónico, es decir, un itinerario transformador, un camino purificador,
un compromiso secreto que procede por etapas y revelaciones progresivas, en una
especie de viaje comparable al catecumenado, ofrecido a cada “alma de deseo”,
para que pueda redescubrir su verdadero origen y su naturaleza esencial,
aquello en lo que consiste su verdadera felicidad en este mundo y en el
próximo.
El objetivo del cristianismo, como se puede leer en las
declaraciones del Evangelio que hacen de la entrada y la donación del “Reino”
el objeto mismo de la Fe (Daniel VI:18; Luc XII:32), es absolutamente idéntico
al de la iniciación masónica, es decir, redescubrir la semejanza divina, lo que
permite comprender por qué el Régimen Rectificado no duda en declarar a cada
alma de deseo que ingresa en la Orden:
“Si las lecciones que la Orden te ofrece, para facilitarte el camino de la verdad y la felicidad, se graban profundamente en tu alma dócil y abierta a los efectos de la virtud; si las máximas saludables, que marcan, por así decirlo, cada paso que des en tu carrera masónica, se vuelven tus propios principios y la regla invariable de tus acciones, ¡oh, hermano mío!, ¡cuál será nuestra alegría! Cumplirás tu sublime destino, recobrarás esa semejanza divina que formaba parte del hombre en su estado de inocencia, que es el objetivo del Cristianismo, y del cual la iniciación Masónica hace su objeto principal. Te volverás la criatura amada del Cielo: sus bendiciones fecundas recaerán sobre ti, y mereciendo el título glorioso de sabio, siempre libre, feliz y estable, pasarás por esta Tierra como los reyes, benefactor de los hombres y modelo de tus hermanos.” - ( Regla Masónica, Art. IX, § II)
Jean-Marc Vivenza, “El cristianismo trascendente del Régimen
Escocés Rectificado, su origen y sus misterios revelados”, Dervy, 2024, pp.
172-173.
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