“Sírvete del don sublime de la palabra, signo exterior de tu dominio sobre la naturaleza, para salir al paso de las necesidades del prójimo y para encender en todos los corazones el fuego sagrado de la virtud” (Regla al uso de las Logias Rectificadas, Artículo VI-I)
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lunes, 31 de marzo de 2014
jueves, 27 de marzo de 2014
El RER y la unión de los Cristianos
La Fe en común en la diferencia de las interpretaciones
“Fiel a la religión y a su culto, el ministro instruido, ama en el fondo de su corazón todo lo que lleva el nombre de cristiano, y cuya fe es plena en nuestro divino Señor y Maestro Jesucristo, nuestro Redentor. Que tolere con dulzura a todos aquellos que solo difieren en algunos puntos de dogma, que esa tolerancia sea recíproca entre todas las comuniones cristianas, y que sus ministros enseñen a sus rebaños a vivir en la paz de Jesucristo su verdadero pastor”.(Instrucciones destinadas a los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa, Deberes particulares de los Caballeros Ministros de la Religión Cristiana, Ritual de CBCS, 1784)
Enlazar con: El cristianismo trascendente. Joseph de Maîstre
jueves, 20 de marzo de 2014
Boletín Geimme nº 41
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Ha salido el nuevo boletín GEIMME con el siguiente sumario:
- JEAN-BAPTISTE WILLERMOZ EN LA ESCUELA DE MARTINES DE PASQUALLY: GÉNESIS DEL RÉGIMEN ESCOCÉS RECTIFICADO Por Jean-Marc Vivenza
- MÉTODO PARA LEER EL TRATADO DE LA REINTEGRACIÓN DE MARTINES DE PASQUALLY
- RÉGIMEN ESCOCÉS RECTIFICADO, FE CRISTIANA Y « DOGMA » Publicado por el Directorio Nacional Rectificado de Francia
- EL ALMA NO SE PUEDE TRASNFORMAR EN CUERPO Extractos de San Agustín (354-430)
- APRECIACIONES SOBRE LAS PRUEBAS ELEMENTARIAS DEL GRADO DE APRENDIZ EN EL R.E.R. por Diego Cerrato
sábado, 15 de marzo de 2014
Martines de Pasqually y la Orden de los Élus Cohen
Apenas tenemos noticias
sobre los cuarenta o cincuenta primeros años de la vida de Martines de
Pasqually (+1774), no obstante, su influencia fue considerable sobre un número
importante de masones del siglo XVIII, destacando Jean-Baptiste Willermoz en
primer lugar.
Esta influencia se explica
por la profundidad de la enseñanza que va a divulgar Martines, y la
incontestable superioridad del valor metafísico de los ritos y ceremonias que
propuso a los que aceptaban pertenecer a su escuela.
Toda la doctrina de Martines
se puede resumir en una palabra: “Reintegración”.
Reintegración de los seres como consecuencia de su caída anterior que les
arrojó al corazón de las tinieblas del mundo, condenándolos al exilio que les
separa de su verdadero origen[1].
Dios ordena, tras el
episodio trágico de la rebelión de los ángeles, que los espíritus perversos, es
decir, los demonios y sus jefes, sean “precipitados
en lugares de tinieblas, por una duración inmensa de tiempo” (Tratado, § 15
“Origen del mal”), y por este hecho
ordena a los espíritus menores ternarios proceder a la creación del universo material
con la finalidad de que sea una prisión, una barrera infranqueable, un límite
herméticamente cerrado y cercado de forma que pueda “contener y sujetar a los espíritus malvados en un estado de privación”,
de suerte que las fuerzas negativas hostiles sean mantenidas firmemente
distantes y limitadas en dominios extraños[2].
Pero Dios decide, para poder
reparar esta primera “caída”
original, “emanar” al hombre,
calificado de “menor” espiritual por
su última aparición en el plano divino, dotado de privilegios elevados, ya que
el primero de entre los hombres, Adán, emanó como puro espíritu inmaterial,
teniendo por misión operar para la preservación del orden divino, y al mismo
tiempo participar para la “rehabilitación”
de los que se habían apartado radicalmente.
Desgraciadamente, explica
Martines, Adán a su vez se hundió en el orgullo, pretendiendo ser creador e
independiente, reivindica una autonomía y
transige con los demonios, perdiendo su cuerpo de gloria y materializándose en
una forma corporal carnal de materia tenebrosa e impura, como la que les fue
dada a los espíritus prevaricadores: “apenas
Adán hubo cumplido su voluntad criminal, el Creador, haciendo uso de su
omnipotencia, transmutó de inmediato la forma gloriosa del primer hombre en una
forma de materia pasiva, semejante a la surgida de su horrible obra. El Creador
transmutó esta forma gloriosa, precipitando al hombre en los abismos de la
tierra, de donde había salido el fruto de su pecado. Así, el hombre pasó a
habitar sobre la tierra, como el resto de los animales, en lugar del sitio que
ocupaba antes de su crimen, cuando reinaba sobre esta misma tierra como hombre
Dios, y sin ser confundido con ella ni con sus habitantes”. (Tratado, § 24,
« El hombre arrojado a la Tierra »)
El trabajo que se le impone
al hombre en el presente, puesto que se haya reducido a un estado de sumisión a
la materia como consecuencia de su prevaricación, consiste pues, según
Martines, en rehacer el camino, reencontrar la dirección de su retorno mediante
un conjunto de prácticas, de técnicas operatorias e invocatorias que se conocen
por el vocablo de “teúrgia”.
La perspectiva escatológica
en la cual penetraba el masón iniciado en la “Orden de los Élus Cohen” de Martines de Pasqually se inscribía pues
en esta comprensión global de la historia de la caída, sabiendo que el primer
hombre, Adán, no se detiene tras su falta inicial sino que la reitera por su
debilidad hacia las cosas materiales, su voluntad pervertida y su apetito
carnal del que nació Caín. La posteridad de éste último, marcada por su
degradación, se verá en la incapacidad de asumir su misión espiritual; Caín
matará también a su hermano Abel, quedando así únicamente Seth en condición de
celebrar el culto primitivo.
Tras el diluvio, es a Noé a
quien incumbirá perpetuar la descendencia de Seth, y es a esta descendencia
pura a la cual corresponde imperativamente asociar a los Élus Cohen.
No obstante, como enseña
Martines a sus émulos, es únicamente de Cristo, que tomará forma humana
material degradada: “volviendo a trazar la
incorporación material del primer hombre, que, tras la prevaricación, fue
desprovisto de su cuerpo de gloria y, tomando uno de materia grosera, se
precipitó en las entrañas de la tierra”[3], que
la posteridad de Adán podrá recibir los elementos de su regeneración espiritual
completa.
Es pues esta doctrina, y su
ambicioso programa de la “reintegración” -habiendo apartado la teúrgia-, lo que
Jean-Baptiste Willermoz introducirá, durante el Convento de las Galias (1778),
en el seno de la Estricta Observancia Templaria, fundando así sobre bases
iniciáticas bastante originales un nuevo sistema masónico: el Régimen Escocés & Rectificado.
[1] Esto es lo que sostiene Martines a propósito de la creación material,
concebida para aprisionar a los espíritus rebeldes: “Cuando estos primeros espíritus concibieron pensamientos criminales, el
Creador aplicó la ley sobre su inmutabilidad, creando este universo físico de
apariencia material para que fuera el lugar fijado donde estos espíritus
perversos actuaran y ejercieran en privación toda su malicia. (…) Este menor
solo fue emanado después que este universo fuera formado por la Omnipotencia
divina para ser el asilo de los primeros espíritus perversos y el límite para
sus malas obras, que no prevalecerán jamás contra las leyes de orden impuestas
por el Creador a su creación universal”. (Tratado sobre las Reintegración
de los seres en su primera propiedad, virtud y potencia espiritual divina, § 6,
“La creación material”).
[2] “Apenas los espíritus perversos
fueron expulsados de la presencia del Creador, los espíritus inferiores y
menores ternarios recibieron el poder de operar la ley innata en ellos de producción
de esencias espirituosas, a fin de contener a los prevaricadores en los límites
tenebrosos de privación divina”. (Tratado, § 233, « Emanación del hombre »)
domingo, 2 de marzo de 2014
El alma no se puede transformar en cuerpo. San Agustín (354-430), Obispo de Hipona y Padre de la Iglesia
Extracto de su obra:
"La inmortalidad del alma"
escrita en el año 387 d. de C.
[XIII]
El alma no se
puede transformar en cuerpo.
[20]. Aquí
quizá nazca algún otro problema: a ver si así como el alma no puede perecer
tampoco se pueda transformar en una esencia inferior. En efecto, puede
parecerle a cualquiera, y no sin razón, que por esta argumentación se ha
demostrado que el alma no puede llegar a la nada, pero que tal vez se pueda
transformar en cuerpo.
Si lo que
antes era alma se hubiese hecho cuerpo, no por cierto dejaría de existir del
todo. Pero esto no puede suceder, a menos que o el alma misma lo quiera o sea
forzada por otro a serlo. Sin embargo, no se sigue de inmediato que el alma
pueda ser cuerpo ya sea que ella misma lo haya querido, ya sea que haya sido
forzada a serlo. Lo lógico es que, si lo es, lo quiera así o sea forzada a
ello; pero no se sigue que si lo quiere o es obligada lo sea realmente.
Ahora
bien, el alma nunca querrá ser cuerpo. Porque todo su impulso hacia el cuerpo
es o para cuidarlo o para vivificarlo o para que se organice de un cierto modo,
o para cuidarlo de alguna manera. Ahora bien, nada de esto puede hacer si no es
superior al cuerpo. Pero si es cuerpo, en realidad no será superior al cuerpo.
Por consiguiente, el alma no querrá ser cuerpo. Y no hay argumento alguno más
cierto sobre este asunto que cuando el alma se interroga de esto a sí misma. De
esta manera, pues, el alma comprueba fácilmente que no tiene ningún impulso si
no es o para hacer, o saber, o sentir algo, o tan sólo para vivir en cuanto
esto depende de ella.
[21]. Pero
si el alma es forzada a ser cuerpo, ¿por quién pues lo podrá ser? Por un ser,
que ciertamente sea más poderoso. Luego no puede serlo por el mismo cuerpo;
pues de ninguna manera se puede dar un cuerpo más poderoso que un alma. Por
otra parte, un alma más poderosa no podría forzar hacia algo, si no es a aquel
ser que está sujeto a su poder; ni en modo alguno un alma está sujeta al poder
de otra, si no por sus pasiones. Luego esa alma no puede forzar a otra más que
cuanto se lo permiten las pasiones de ésta a la que fuerza. Pero hemos dicho
que el alma no puede tener deseo de ser cuerpo. También es evidente que el alma
no llega a ninguna satisfacción
de su
deseo cuando pierde todo deseo; ahora bien, cuando se hace cuerpo lo pierde,
luego el alma no puede ser forzada a hacerse cuerpo por otro ser que no tiene
facultad para obligar sino en cuanto se lo permiten las pasiones de su
sometida. Finalmente, toda alma que tiene a otra en su poder, necesariamente
quiere más tener bajo su poder a ésta que no un cuerpo, y la quiere atender con
bondad o mandar con malicia. Por eso no querrá que se convierta en cuerpo.
[22]. En
fin, esta alma que fuerza o bien es un ser animado o bien carece de cuerpo.
Pero si carece de cuerpo, no existe en este mundo, y si es así es sumamente
buena y no puede desearle otra tan torpe trasmutación. Mas si es un ser
animado, o también es un ser animado aquélla a la que fuerza o no lo es. Pero
si no lo es, para nada puede ser forzada por otra. En efecto, no hay alma más
poderosa que la que existe en grado máximo. Mas si existe en un cuerpo,
asimismo es forzada por medio de un cuerpo por otra que existe en un cuerpo, a
cualquier cosa que sea forzada. Mas, ¿quién puede dudar que de ningún modo se
puede hacer una tan grande trasmutación en el alma por medio de un cuerpo? Sería
posible, pues, esto, si el cuerpo fuese más poderoso que el alma; aunque
cualquiera sea aquello a lo que el alma es forzada por el cuerpo, justamente lo
es no por medio de un cuerpo, sino por medio de sus pasiones, acerca de las
cuales ya se ha dicho bastante. Ahora bien, lo que es superior al alma
racional, según unánime afirmación, es Dios.
ÉL por
cierto cuida del alma y por eso el alma no puede ser forzada por ÉL a transformarse
en cuerpo.
[XV] Nuevo argumento que prueba que el alma no puede
transformarse en cuerpo.
[24]. Por último, si la unión del alma y del cuerpo no es local
aunque el cuerpo ocupe un lugar, el alma recibe antes que el cuerpo, y no sólo
antes sino más que el cuerpo, la impresión de estas razones sublimes y eternas
cuya existencia es inmutable y que ciertamente no están contenidas en el
espacio.
En efecto, tanto antes el alma es impresionada por estas verdades
cuanto les es más cercana, y por la misma razón tanto más, cuanto superior al
cuerpo; ni esta cercanía es acercamiento de lugar, sino de orden de naturaleza.
Pues en virtud de este orden se entiende que aquella suprema esencia por medio
del alma otorga al cuerpo la forma, por la cual éste es en la medida en que es.
El cuerpo subsiste a causa del atina y por ella misma es animado, ya sea universalmente
como el mundo, ya sea particularmente como cada uno de los vivientes dentro del
mundo. Por lo cual era lógico que el alma se hiciera cuerpo por el alma y que
en absoluto pudiera ser de otra manera. Mas como esto no sucede, permaneciendo
por cierto el alma en aquello que la constituye alma, el cuerpo subsiste por
ésta que le otorga la forma y sin que ella la pierde. El alma, pues, no se puede convertir en cuerpo. Si, en efecto, el alma
no comunicara al cuerpo la forma que ella recibe del Supremo Bien, el cuerpo no
existiría por medio de ella, y si no existiese por medio de ella, o no existiría
en absoluto, o él recibiría tan inmediatamente su forma como el alma; pero el
cuerpo no sólo existe, sino también si recibiese tan inmediatamente la
existencia como el alma, sería de la misma naturaleza que el alma: pues esto
interesa; puesto que si el alma es superior al cuerpo es porque ella recibe su
forma más inmediatamente que el cuerpo. Ahora bien, el cuerpo la recibiría de
una manera también tan inmediata, si no la recibiese por medio del alma: puesto
que, no habiendo ningún intermediario, seguramente recibiría su forma tan
inmediatamente. No se encuentra nada que esté entre la Suprema Vida, Sabiduría
y Verdad inmutable, y el último ser que es vivificado, esto es el cuerpo, a no
ser el alma que lo vivifica. Si el alma trasmite al cuerpo la forma, para que
sea cuerpo en la medida en que es cuerpo, por cierto dándole la forma ella no
la pierde. Ahora bien, la perdería si se transformara en cuerpo. El alma, pues, no se puede convertir en
cuerpo ni por su propia potencia, porque el cuerpo no subsiste sino en cuanto
ella subsiste como alma; ni tampoco puede llegar a ser cuerpo por la potencia
de otra alma, porque el cuerpo no se hace sino por transmisión de la forma por medio
del alma, y el alma no se transformaría en cuerpo sino perdiendo su forma, si
este cambio fuese posible.
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