JEAN-BAPTISTE WILLERMOZ
Y
EL CONDE DE CAGLIOSTRO
“Un
místico lyones y los secretos de la Francmasonería”,
cap.
X, Alice Joly, 1938.
A finales de 1784, un nuevo
peligro vino más directamente aún a amenazar al Canciller ab Eremo [J.-B. Willermoz]
en su influencia sobre sus discípulos y en la integridad de su doctrina. Ese
peligro se presentó bajo la forma del conde Phoenix, viajero de paso, que había
llegado al Hotel de la Reina, en el muelle, al borde del Ródano, y que
solicitaba el honor de una entrevista importante.
La facundia meridional del
misterioso viajero, la seguridad que exhibía, hizo rápidamente pensar que ese
pseudónimo escondía la personalidad del célebre Cagliostro, cuya reputación de
fasto y de extrañeza estaba ya firmemente establecida [1]. Después de tres años,
aproximadamente, que había llegado a Francia, y tras haber paseado su carrera
por Alemania e Italia, y hasta por Rusia y Polonia, el éxito del personaje era
noticia de primera página. Se sabía que el cardenal arzobispo de Estrasburgo,
el príncipe de Rohan, le había tomado bajo su protección, y le colmaba de sus
favores. Phoenix-Cagliostro no trataba de disimular su verdadera
personalidad. Había tomado ese pseudónimo y lo había hecho anunciar por las
gacetas, para que se hablara un poco más de él, dando a comprender que llegaba
a Lyon, como un hombre nuevo, repleto de intenciones nuevas.
Había huido tras tres años de
estancia en Estrasburgo de discípulos muy celosos e impacientes por
regeneraciones prometidas, de un protector generoso y crédulo, pero muy
impaciente, y al mismo tiempo, de detractores, de entre los que el más
obstinado era uno de sus antiguos domésticos. Le era necesario un nuevo teatro
de operaciones para poder continuar con sus hazañas. En un principio había pensado en
ir a Nápoles, por el sur de Francia, dirigiéndose hacia Burdeos, donde llegó en
noviembre de 1783. Allí ostentó su deseo de embarcarse para Inglaterra; pero se
dejó tentar por la acogida de la ciudad girondina, donde se estableció once
meses, multiplicando consultas, curaciones, revelaciones, y suscitando la
curiosidad general, inspirando a los hacedores de estrofas. Encontró un
secretario modelo en la persona del lyonés Rey de Morande.
Una enfermedad interrumpió esa
fructuosa estancia, dando otro giro a su carrera. Cagliostro pretendió que
entonces tuvo una visión que le conminó a enterrar al hombre viejo, y de
consagrarse en lo sucesivo a hacer el bien entre sus semejantes, persiguiendo
los objetivos más elevados y las ciencias más raras, entre ellas, la Masonería
y la metafísica. Ese cambio no tuvo nada que pueda sorprender. Cagliostro ya
era francmasón. Durante sus viajes por Europa había podido conocer muchos
secretos y leyendas que corrían por las logias. No resultaba extraño que
quisiera utilizarlas esforzándose por mantener el aliento en el círculo de sus
admiradores. Táctica hábil, para un hombre que buscaba ante todo que se hablara
de él. Esto le permitía, de momento, ante sus partidarios y enemigos, mantener
grandes dosis de imaginación y de grandes dispensas de puesta en escena,
refugiándose en una ocupación más pesada que la de curandero. El papel de
fundador de un sistema masónico le tentaba. Podía asegurar una renta regular
con la venta de joyas, de grados, y de pago de cotizaciones. Pero si
comprendemos muy bien que el Gran Copto haya tomado partido de ponerse a la
cola, organizando una secta masónica, para su beneficio particular, no se
explica de ninguna manera porqué decidió ir a establecer la Logia Madre del
Rito Egipcio en los bordes del Ródano y el Saône.
Su intención puede atribuirse a
que se trataba de una ciudad rica, que ya poseía un centro masónico floreciente
según su secretario Rey de Morande. Pero parece que todos aquéllos que han
estudiado la curiosa carrera del aventurero tienen la tendencia, para explicar
mejor su elección, a que pudiera pretender aumentar más la reputación que Lyon
podía tener en el siglo XVIII como centro de ocultismo y de Francmasonería.
París era, sobre este punto de vista, incomparablemente más importante, y la
carrera aventurera de Cagliostro hubiera podido, si ese hubiera sido su deseo,
elegir otras ciudades que eran más propicias para las fantasías de fundadores
de sistemas secretos y para los prodigios de magos de toda especie. Podría
concluirse que el Gran Copto vino a Lyon a la aventura, con el fin de explotar
un terreno nuevo -lo que ya era una razón suficiente-, y lo primero que hizo
fue ponerse en contacto con Jean-Baptiste Willermoz.
Un artículo de M. Van Rijnberk
[2] ha dado a luz un hecho extremadamente característico que se les había
escapado a la perspicacia de los biógrafos de Cagliostro y de los aficionados a
la historia local. Y es que Willermoz era muy discreto en todo lo que se
relacionaba con la vida de sus logias, y que Cagliostro no tuvo evidentemente
ninguna razón de peso para jactarse de sus relaciones con el Canciller de la
Regencia Escocesa de la Provincia de Auvernia. Esta circunstancia permite
comprender este viaje a Lyon, y por qué Cagliostro juzgó que la gran ciudad
rodaniana pudiera ser el lugar de elección para establecer su Rito Egipcio.
A partir de esto se explica todo.
Burdeos guardaba a personas que bien pudieran haberle informado, sin contar a
Rey de Morande, acerca de la personalidad de Willermoz, lo cual pudiera haberle
dado una alta idea. El Directorio de Occitania, tan separado de las otras
Provincias de la Orden Rectificada, sabía del papel que el Hermano ab Eremo jugaba en la dirección de la
Orden en Francia, y no ignoraba la importancia que se le había dado durante el
Convento de Wilhelmsbad, ya que justamente se le acusaba de estar amparado por
príncipes alemanes para dirigir a su gusto a toda su Orden. ¿Recordaba también
Cagliostro algunos ecos de la escuela del mago bordelés Don Martines? Esto es
mucho menos seguro. Ya que parece que no sabía nada acerca de la ciencia
secreta de aquél a quien deseaba encontrar. Pero poseía suficientes
indicaciones para creer que le sería muy útil el ganar para su propia causa a
un hombre tan importante por su pasado masónico, su buena reputación y sus
altas relaciones. La empresa de asegurar esta ayuda eficaz, por la que podía
hacer entrar a su clientela en todas las logias que reconocieran a la
obediencia alemana, le aseguró una entrada brillante en la Francmasonería
mística.
Al día siguiente de su
instalación en el Hotel de la Reina, envió un mensaje a Jean-Babtiste
Willermoz. Desde las primeras palabras de su primer contacto, ya
desenmascaró sus artimañas, proponiendo revelar sus secretos a la logia de “La Beneficencia”, constituyéndola en
directriz y guardiana del Rito Egipcio.
Willermoz contó esa entrevista a
Charles de Hesse [3]; le dio parte también, de una manera más oficial, al duque
Havré de Croy, el 13 de diciembre de 1785 [4]. Ciertos detalles han quedado
llenos de vida, siendo fuertemente evocadores, a pesar del mediocre talento
epistolar del lyonés. El hecho es que, si dos augures han podido a la vez
conversar, guardándose de reír, lo más seriamente acerca del mundo, fueron sin
lugar a dudas Cagliostro y Willermoz. Tuvieron conjuntamente cuatro
entrevistas largas y graves, en que la última no duró menos de cinco horas.
Cagliostro, fastuoso, misterioso,
importante, hábil al jugar con su mirada fascinadora, buscaba aturdir a su
interlocutor a base de palabras, promesas miríficas y propósitos sibilinos. El
otro, calmado y educado, extremadamente reservado, se esforzaba por tener el
papel de un hombre cuya reputación estaba asentada, y que únicamente poseía
vagas nociones acerca de esa alta ciencia de la que se jactaba el viajero.
Phoenix-Cagliostro declaró que
estaba cansado de ejercer la medicina, porque ese papel le creaba sobre todo
muchos enemigos, y que quería consagrarse en el futuro a instruir a masones
bien escogidos. Además, para mostrar el extraordinario valor de esas próximas
lecciones, prometió dar pruebas esclarecedoras de su poder.
- “Non verbis, sed factis et operibus probo.”
Ese latín fácil no impresionó en
absoluto a su interlocutor, que únicamente le pidió de qué género serían los
hechos y las obras que constituirían su prueba.
- “Qui potest majus, potest minus”, respondió el mago.
Willermoz le paró sobre la deriva
de esos latinismos. Cagliostro no quiso aceptar más que un “minus”, fenómeno perteneciente a las
ciencias materiales, pretendiendo el otro remontar hasta un “majus” del mundo espiritual y divino. Precisó
que se preocupaba poco de fenómenos físicos, de alquimia o de adivinación, e
hizo comprender que no se interesaba en los conocimientos del conde, más que si
pertenecían al orden sobrenatural. No obstante, quería estar también
presente en la operación que le daría la prueba de su naturaleza, y de no
perder de vista al operante durante todo el tiempo que durara su trabajo. Cagliostro
prometió todo lo que pidió Willermoz. Desde luego, no había podido ocultar que
esas condiciones no le placían mucho, encontrando todo tipo de objeciones.
Y es que el ingenioso italiano,
como un simple escamoteador, tenía necesidad de accesorios con el fin de poder
mostrar sus prodigios. Utilizaba una joven niña, llamada pupila o columba, con
un biombo o una cortina. Los asistentes eran relegados más allá de una línea,
que no debían rebasar, y había siempre un momento en que el mago desaparecía,
para no regresar más que en el momento en que se realizaba el milagro. Era
difícil de cambiar, para Willermoz, una técnica con la que había hecho sus
pruebas.
A pesar de ese mal comienzo, Cagliostro
se esforzó, en las siguientes entrevistas, en imponerse a ese lyonés tan
reservado, cuya adhesión le era tan necesaria. No pudiendo deslumbrar con su
potencia sobrenatural, intentó deslumbrar con sus relaciones, exhibiendo
cartas del cardenal de Rohan; no faltó el insinuar que podía hacer oro y
piedras preciosas, desafiando “probar que ningún banquero le había pagado
con letras de cambio, y que, no obstante, vivía honorablemente” [5]. Se
vanaglorió finalmente de una longevidad misteriosa, a imitación del inmortal
Saint-Germain; afirmó que era el primogénito de Moisés, y por consiguiente más
antiguo que Jesucristo, y que había sido recibido masón bajo la Gran Pirámide
de Egipto.
Willermoz escuchaba con frialdad
todos esos propósitos, sin estar aparentemente impresionado. Él mostraba
cuestiones precisas, y reclamaba el cumplimiento de las famosas promesas, esas
pruebas anunciadas de la alta ciencia del futuro fundador del Rito Egipcio. Las
pruebas eran diariamente postergadas para una próxima vez. Durante cuatro días,
Cagliostro ensayó en vano sobre Willermoz su poder de seducción. Pero tuvo como
consecuencia el aturdirlo con su palabrería y sus alabanzas, y no consiguió
“desnudarle”.
La última conversación trató
sobre la naturaleza de Jesús-Cristo.
“Él pareció,
escribe Willermoz, embarazado e indeciso.
No obstante, terminó por declarar que Jesús-Cristo no es Dios, que era
solamente hijo de Dios, como él mismo, y un filósofo. Le pedí entonces cómo se
explicaban tales y tales pasajes del Evangelio que él mismo había nombrado a
veces. Pretendió que todos esos versículos eran falsos y añadidos al texto. Me
preguntó a su vez cuál era mi creencia al respecto. Le presenté mi profesión de fe.”
[6]
El aventurero sintió que la
partida estaba perdida. Pero un tipo como él siempre busca ventaja de una
derrota. Y esto le permitió volver sobre sus embarazosas promesas. Alegó que,
dada esta diferencia de creencia, le era imposible darle ninguna prueba de su
poder. A lo que el otro replicó que una diferencia de opinión no impedía los
hechos. Cagliostro, entonces, persistió en su rechazo. Willermoz le dijo
entonces que había faltado a la palabra dada. Cagliostro pretendió que se la
había arrancado. Willermoz entonces se enfadó ante una tan mala fe imprudente. Entonces, la cólera del
italiano explotó:
- “¿Es que acaso habéis venido aquí a juzgar al conde de Cagliostro?
¡Sabed que ninguna persona puede juzgar al conde de Cagliostro, que puede
decirse conde, duque, príncipe o lo que le plazca!”
La pregunta no venía a cuento.
Willermoz no deja de observar que, desde el punto de vista de la ciencia
espiritual, el mayor potentado de la tierra es simplemente un hombre. Y le
señaló a su interlocutor que tenía más interés que nadie en desmentir a sus
enemigos y reunir pruebas de su saber. Pero Cagliostro estaba dispuesto a
montar en cólera, lo cual era la única posibilidad para desembarazarse de una
situación tan violenta.
Willermoz, entonces, dejó la habitación
diciendo que “había visto ya lo
suficiente para saber lo que debía de pensar”. Mientras que el otro le
lanzaba el desafío de no dejar la ciudad antes de haber proporcionado, por su
poder, tales pruebas, que los que le despreciaban se arrepentirían amargamente
de su desconfianza.
Amenaza vana. Willermoz no
tuvo nunca que arrepentirse de haber rehusado los secretos del Gran Copto, ni
de haber faltado a alguna de sus sesiones mágicas.
Por lo tanto, el éxito en Lyon
fue en principio brillante. Los enfermos asistían a los salones del curandero.
Algunos masones con fortuna y distinguidos se interesaron en sus concepciones
masónicas. Todos pertenecían a la antigua logia “La Sabiduría”, que dormía tras haber pasado años, desde su
fundación, únicamente ocupada en banquetes y en profundas deliberaciones.
Cagliostro, a falta de “La Beneficencia”
fue feliz en adoptarla. Le aportó la esperanza de conocer pronto los secretos
misteriosos de la ciencia, de la salud, y de la riqueza; él fue quien
transformó su nombre en el de “La
Sabiduría triunfante” y la insufló la ambición de deslumbrar al universo
por su fasto, sus reuniones espectaculares y sus uniformes verdes, destellantes
de dorados y de lentejuelas.
Esto no era gratuito, les
costaba muy caro a aquellos maestros que tenían el privilegio de ser fundadores
de la Madre Logia de la Masonería Egipcia [7]. Se inquietaron muy poco, por
el momento, en tanto estaban muy interesados por el interés de todo lo que se
preparaba. Ya no fue lo mismo cuando pasó la primera oleada de entusiasmo.
Los muros de la nueva logia no estaban más preparados que de tierra, ya que se
elevaban todo tipo de contestaciones y de quejas [8]. Pero ya poco le
importaba a Cagliostro, que había abandonado Lyon hacia otras intrigas.
Abandonando su fundación en un
estado de esbozo regresó a París en febrero de 1785. Sus fieles continuaron con
la preparación del Templo, que se acabó en el curso del verano. Solo se le
esperaba a él para inaugurarlo y acabar la enseñanza de los sectarios del Rito
Egipcio. La suerte se decidió de otro modo. El escandaloso asunto del collar,
que cambió, así se dice, el destino de la monarquía francesa, vino con
seguridad a poner fin al progreso de “La Sabiduría
Triunfante”. Privada de su animador, ésta languideció. El olvido sucedió al
triunfo ya rebajado. Solo algunos discípulos, obstinadamente fieles, guardaron
su admiración al maestro prestigioso siguiendo las vicisitudes de su destino,
que fue cruel [9].
No tenemos mucha idea de lo que
fue la actitud de Willermoz y los suyos en tanto que duró en Lyon la moda de la
secta rival. Es probable que el Canciller ab
Eremo estuviera bastante inquieto, aunque estaba bien seguro de su fe y de
su derecho [10]. La nueva logia se construía en los Brotteaux “a cien pasos a la izquierda de la casa del
Directorio” [11], al lado de la casa Bertrand, donde vivía Jean-Baptiste
Willermoz; por lo que le era fácil seguir todos los incidentes de la fundación.
Pudo saber que Prost de Royer,
muerto en el mes de septiembre precedente, había venido, como fantasma
renegado, a aportar el apoyo de su notoriedad pasada al mago de moda. ¿Podría
ser que Cagliostro, informado, no solamente por la popularidad, sino por las
relaciones masónicas del antiguo teniente de policía, sentía un maligno placer
por servirse de un miembro de la Beneficencia para establecer sólidamente su
propia reputación de taumaturgo? El amor propio del Canciller de Lyon debió de
sufrir también cuando supo que los Filaletas, que sentían hacia él un desprecio
premeditado, habían dirigido todo tipo de invitaciones a Cagliostro a los suyos
con el fin de que el Rito Egipcio estuviera representado en su famoso Convento.
Sea como fuere, en el mes de
agosto de 1785, Willermoz parecía persuadido de que el Gran Copto era “un masón de la especie más peligrosa”,
un sacerdote de Baal, apropiado para utilizar las debilidades en el camino de
la perdición. Pretendió haber cambiado la palabra de paso del grado de
Aprendiz, justamente para preservar a sus Hermanos de toda comunicación con los
sectarios del falso profeta [12]. Pero poco tiempo después mostraba más
indulgencia, y no se sentía directamente amenazado, no estando tan seguro de la
perversidad del personaje. Admitía que solamente quería “hacerse creer” y no era lo bastante
sabio como para ser tan peligroso como podría pensarse [13]. En la carta
oficial que escribió al duque Havré de Croy, el 13 de diciembre siguiente [14]
da gracias a la Providencia de haber reconocido los peligros, y de acuerdo con
su indulgencia sentía lástima por las pobres personas que se habían dejado
convencer, “Sobre todo, escribía al
príncipe Charles de Hesse, fue el
deseo de lo maravilloso y la avidez de oro lo que hicieron dar vueltas a sus
cabezas” [15].
Notas:
[1] No es posible citar todas las obras que ha
inspirado el célebre aventurero, recordemos solamente uno de los últimos
escritos: C. Protiades, Las vidas del conde de Cagliostro, París 1932.
[2] Willermoz y Cagliostro. Extracto de la Revista Metapsíquica,
junio de 1.934. El ocultismo y la metapsicología del siglo XVIII en Francia.
[3] Van Rijnberk ob. cit. carta del 6 al 8 de noviembre de 1784. “Venía
con el deseo de establecer el Rito Egipcio en Francia, teniendo por centro a
Lyon… había puesto los ojos sobre la logia de “La Beneficencia” de Lyon”.
[4] Lyon ms. 5458, pieza 11.
[5] Pero Willermoz había recibido de Estrasburgo informaciones que
probaban que al menos en Alsacia, cuando Cagliostro se encontraba “en la
miseria”, el cardenal le enviaba de Saverne algún correo cargado de escudos.
Había también en todas las ciudades en que el conde desplegaba su fasto
personas que sabían lo que costaba ese poder misterioso de vivir honorablemente
sin la intermediación de los banqueros, como proclamaba Cagliostro. En Lyon
ciertas familias no han olvidado aún las dispensas que hicieron sus antepasados
para sostener al ilusionista.
[6] Van Rijnberk, ob. cit. Willermoz a Charles de Hesse, 8, 9 de
noviembre de 1784.
[7] Willermoz escribió al príncipe de Hesse, en noviembre de 1785,
que se le había dicho que alguno de los miembros fundadores privilegiados había
pagado 600 l.
[8] A. Pericaud. “Estancia de Cagliostro en Lyon”. Cagliostro
no solamente había sonsacado a sus admiradores sumas de plata para el templo de
los Brotteaux, sino regalos de sedas para su mujer. Había vendido una gran suma
de secretos sin valor a los hijos de Retaux de Vilette, interventor de los
Octrois, parece que a causa de todos los males de los suscriptores éstos
aprovecharon la partida del aventurero para rechazar pagar su parte de la
cuota.
[9] Ese poder de seducción del Gran Copto ha sobrevivido
evidentemente a la tumba. La leyenda de Cagliostro, gran iniciado, benefactor
de la humanidad, mártir del obscurantismo, siempre tiene partidarios
elocuentes.
[10] “Nos corta un poco el trabajo porque los convierte en masones a
la egipcia”. Willermoz a Charles de Hesse, 8 de noviembre de 1.784.
[11] Se sabe que “La Sabiduría Triunfante” tenía su sede a la derecha
del paseo de los Brotteaux, el paseo Morand de hoy en día. Fue destruida
durante la Revolución.
[12] Willermoz a Charles de Hesse, 1 de agosto de 1785, Van Rijnberk,
ob, cit.
[13] Willermoz a Charles de Hesse, 6-8 de noviembre de 1785, Van
Rijnberk, ob. cit.
[14] Carta al duque de Havre, Lyon ms. 5458, p. 11. 13 de diciembre de
1785.
[15] Willermoz a Charles de Hesse, 6-8 de noviembre de 1785.