“Sírvete del don sublime de la palabra, signo exterior de tu dominio sobre la naturaleza, para salir al paso de las necesidades del prójimo y para encender en todos los corazones el fuego sagrado de la virtud” (Regla al uso de las Logias Rectificadas, Artículo VI-I)

Seleccione su idioma

Páginas

sábado, 26 de octubre de 2024

Jean-Baptiste Willermoz y el Conde de Cagliostro

 

JEAN-BAPTISTE WILLERMOZ

Y

EL CONDE DE CAGLIOSTRO

 

Un místico lyones y los secretos de la Francmasonería”,

cap. X, Alice Joly, 1938.



A finales de 1784, un nuevo peligro vino más directamente aún a amenazar al Canciller ab Eremo [J.-B. Willermoz] en su influencia sobre sus discípulos y en la integridad de su doctrina. Ese peligro se presentó bajo la forma del conde Phoenix, viajero de paso, que había llegado al Hotel de la Reina, en el muelle, al borde del Ródano, y que solicitaba el honor de una entrevista importante.

La facundia meridional del misterioso viajero, la seguridad que exhibía, hizo rápidamente pensar que ese pseudónimo escondía la personalidad del célebre Cagliostro, cuya reputación de fasto y de extrañeza estaba ya firmemente establecida [1]. Después de tres años, aproximadamente, que había llegado a Francia, y tras haber paseado su carrera por Alemania e Italia, y hasta por Rusia y Polonia, el éxito del personaje era noticia de primera página. Se sabía que el cardenal arzobispo de Estrasburgo, el príncipe de Rohan, le había tomado bajo su protección, y le colmaba de sus favores. Phoenix-Cagliostro no trataba de disimular su verdadera personalidad. Había tomado ese pseudónimo y lo había hecho anunciar por las gacetas, para que se hablara un poco más de él, dando a comprender que llegaba a Lyon, como un hombre nuevo, repleto de intenciones nuevas.

Había huido tras tres años de estancia en Estrasburgo de discípulos muy celosos e impacientes por regeneraciones prometidas, de un protector generoso y crédulo, pero muy impaciente, y al mismo tiempo, de detractores, de entre los que el más obstinado era uno de sus antiguos domésticos. Le era necesario un nuevo teatro de operaciones para poder continuar con sus hazañas. En un principio había pensado en ir a Nápoles, por el sur de Francia, dirigiéndose hacia Burdeos, donde llegó en noviembre de 1783. Allí ostentó su deseo de embarcarse para Inglaterra; pero se dejó tentar por la acogida de la ciudad girondina, donde se estableció once meses, multiplicando consultas, curaciones, revelaciones, y suscitando la curiosidad general, inspirando a los hacedores de estrofas. Encontró un secretario modelo en la persona del lyonés Rey de Morande.

Una enfermedad interrumpió esa fructuosa estancia, dando otro giro a su carrera. Cagliostro pretendió que entonces tuvo una visión que le conminó a enterrar al hombre viejo, y de consagrarse en lo sucesivo a hacer el bien entre sus semejantes, persiguiendo los objetivos más elevados y las ciencias más raras, entre ellas, la Masonería y la metafísica. Ese cambio no tuvo nada que pueda sorprender. Cagliostro ya era francmasón. Durante sus viajes por Europa había podido conocer muchos secretos y leyendas que corrían por las logias. No resultaba extraño que quisiera utilizarlas esforzándose por mantener el aliento en el círculo de sus admiradores. Táctica hábil, para un hombre que buscaba ante todo que se hablara de él. Esto le permitía, de momento, ante sus partidarios y enemigos, mantener grandes dosis de imaginación y de grandes dispensas de puesta en escena, refugiándose en una ocupación más pesada que la de curandero. El papel de fundador de un sistema masónico le tentaba. Podía asegurar una renta regular con la venta de joyas, de grados, y de pago de cotizaciones. Pero si comprendemos muy bien que el Gran Copto haya tomado partido de ponerse a la cola, organizando una secta masónica, para su beneficio particular, no se explica de ninguna manera porqué decidió ir a establecer la Logia Madre del Rito Egipcio en los bordes del Ródano y el Saône.

Su intención puede atribuirse a que se trataba de una ciudad rica, que ya poseía un centro masónico floreciente según su secretario Rey de Morande. Pero parece que todos aquéllos que han estudiado la curiosa carrera del aventurero tienen la tendencia, para explicar mejor su elección, a que pudiera pretender aumentar más la reputación que Lyon podía tener en el siglo XVIII como centro de ocultismo y de Francmasonería. París era, sobre este punto de vista, incomparablemente más importante, y la carrera aventurera de Cagliostro hubiera podido, si ese hubiera sido su deseo, elegir otras ciudades que eran más propicias para las fantasías de fundadores de sistemas secretos y para los prodigios de magos de toda especie. Podría concluirse que el Gran Copto vino a Lyon a la aventura, con el fin de explotar un terreno nuevo -lo que ya era una razón suficiente-, y lo primero que hizo fue ponerse en contacto con Jean-Baptiste Willermoz.

Un artículo de M. Van Rijnberk [2] ha dado a luz un hecho extremadamente característico que se les había escapado a la perspicacia de los biógrafos de Cagliostro y de los aficionados a la historia local. Y es que Willermoz era muy discreto en todo lo que se relacionaba con la vida de sus logias, y que Cagliostro no tuvo evidentemente ninguna razón de peso para jactarse de sus relaciones con el Canciller de la Regencia Escocesa de la Provincia de Auvernia. Esta circunstancia permite comprender este viaje a Lyon, y por qué Cagliostro juzgó que la gran ciudad rodaniana pudiera ser el lugar de elección para establecer su Rito Egipcio.

A partir de esto se explica todo. Burdeos guardaba a personas que bien pudieran haberle informado, sin contar a Rey de Morande, acerca de la personalidad de Willermoz, lo cual pudiera haberle dado una alta idea. El Directorio de Occitania, tan separado de las otras Provincias de la Orden Rectificada, sabía del papel que el Hermano ab Eremo jugaba en la dirección de la Orden en Francia, y no ignoraba la importancia que se le había dado durante el Convento de Wilhelmsbad, ya que justamente se le acusaba de estar amparado por príncipes alemanes para dirigir a su gusto a toda su Orden. ¿Recordaba también Cagliostro algunos ecos de la escuela del mago bordelés Don Martines? Esto es mucho menos seguro. Ya que parece que no sabía nada acerca de la ciencia secreta de aquél a quien deseaba encontrar. Pero poseía suficientes indicaciones para creer que le sería muy útil el ganar para su propia causa a un hombre tan importante por su pasado masónico, su buena reputación y sus altas relaciones. La empresa de asegurar esta ayuda eficaz, por la que podía hacer entrar a su clientela en todas las logias que reconocieran a la obediencia alemana, le aseguró una entrada brillante en la Francmasonería mística.

Al día siguiente de su instalación en el Hotel de la Reina, envió un mensaje a Jean-Babtiste Willermoz. Desde las primeras palabras de su primer contacto, ya desenmascaró sus artimañas, proponiendo revelar sus secretos a la logia de “La Beneficencia”, constituyéndola en directriz y guardiana del Rito Egipcio.

Willermoz contó esa entrevista a Charles de Hesse [3]; le dio parte también, de una manera más oficial, al duque Havré de Croy, el 13 de diciembre de 1785 [4]. Ciertos detalles han quedado llenos de vida, siendo fuertemente evocadores, a pesar del mediocre talento epistolar del lyonés. El hecho es que, si dos augures han podido a la vez conversar, guardándose de reír, lo más seriamente acerca del mundo, fueron sin lugar a dudas Cagliostro y Willermoz. Tuvieron conjuntamente cuatro entrevistas largas y graves, en que la última no duró menos de cinco horas.

Cagliostro, fastuoso, misterioso, importante, hábil al jugar con su mirada fascinadora, buscaba aturdir a su interlocutor a base de palabras, promesas miríficas y propósitos sibilinos. El otro, calmado y educado, extremadamente reservado, se esforzaba por tener el papel de un hombre cuya reputación estaba asentada, y que únicamente poseía vagas nociones acerca de esa alta ciencia de la que se jactaba el viajero.

Phoenix-Cagliostro declaró que estaba cansado de ejercer la medicina, porque ese papel le creaba sobre todo muchos enemigos, y que quería consagrarse en el futuro a instruir a masones bien escogidos. Además, para mostrar el extraordinario valor de esas próximas lecciones, prometió dar pruebas esclarecedoras de su poder.

- “Non verbis, sed factis et operibus probo.

Ese latín fácil no impresionó en absoluto a su interlocutor, que únicamente le pidió de qué género serían los hechos y las obras que constituirían su prueba.

- “Qui potest majus, potest minus”, respondió el mago.

Willermoz le paró sobre la deriva de esos latinismos. Cagliostro no quiso aceptar más que un “minus”, fenómeno perteneciente a las ciencias materiales, pretendiendo el otro remontar hasta un “majus” del mundo espiritual y divino. Precisó que se preocupaba poco de fenómenos físicos, de alquimia o de adivinación, e hizo comprender que no se interesaba en los conocimientos del conde, más que si pertenecían al orden sobrenatural. No obstante, quería estar también presente en la operación que le daría la prueba de su naturaleza, y de no perder de vista al operante durante todo el tiempo que durara su trabajo. Cagliostro prometió todo lo que pidió Willermoz. Desde luego, no había podido ocultar que esas condiciones no le placían mucho, encontrando todo tipo de objeciones.

Y es que el ingenioso italiano, como un simple escamoteador, tenía necesidad de accesorios con el fin de poder mostrar sus prodigios. Utilizaba una joven niña, llamada pupila o columba, con un biombo o una cortina. Los asistentes eran relegados más allá de una línea, que no debían rebasar, y había siempre un momento en que el mago desaparecía, para no regresar más que en el momento en que se realizaba el milagro. Era difícil de cambiar, para Willermoz, una técnica con la que había hecho sus pruebas.

A pesar de ese mal comienzo, Cagliostro se esforzó, en las siguientes entrevistas, en imponerse a ese lyonés tan reservado, cuya adhesión le era tan necesaria. No pudiendo deslumbrar con su potencia sobrenatural, intentó deslumbrar con sus relaciones, exhibiendo cartas del cardenal de Rohan; no faltó el insinuar que podía hacer oro y piedras preciosas, desafiando “probar que ningún banquero le había pagado con letras de cambio, y que, no obstante, vivía honorablemente” [5]. Se vanaglorió finalmente de una longevidad misteriosa, a imitación del inmortal Saint-Germain; afirmó que era el primogénito de Moisés, y por consiguiente más antiguo que Jesucristo, y que había sido recibido masón bajo la Gran Pirámide de Egipto.

Willermoz escuchaba con frialdad todos esos propósitos, sin estar aparentemente impresionado. Él mostraba cuestiones precisas, y reclamaba el cumplimiento de las famosas promesas, esas pruebas anunciadas de la alta ciencia del futuro fundador del Rito Egipcio. Las pruebas eran diariamente postergadas para una próxima vez. Durante cuatro días, Cagliostro ensayó en vano sobre Willermoz su poder de seducción. Pero tuvo como consecuencia el aturdirlo con su palabrería y sus alabanzas, y no consiguió “desnudarle”.

La última conversación trató sobre la naturaleza de Jesús-Cristo.

 

Él pareció, escribe Willermoz, embarazado e indeciso. No obstante, terminó por declarar que Jesús-Cristo no es Dios, que era solamente hijo de Dios, como él mismo, y un filósofo. Le pedí entonces cómo se explicaban tales y tales pasajes del Evangelio que él mismo había nombrado a veces. Pretendió que todos esos versículos eran falsos y añadidos al texto. Me preguntó a su vez cuál era mi creencia al respecto. Le presenté mi profesión de fe.” [6]

El aventurero sintió que la partida estaba perdida. Pero un tipo como él siempre busca ventaja de una derrota. Y esto le permitió volver sobre sus embarazosas promesas. Alegó que, dada esta diferencia de creencia, le era imposible darle ninguna prueba de su poder. A lo que el otro replicó que una diferencia de opinión no impedía los hechos. Cagliostro, entonces, persistió en su rechazo. Willermoz le dijo entonces que había faltado a la palabra dada. Cagliostro pretendió que se la había arrancado. Willermoz entonces se enfadó ante una tan mala fe imprudente. Entonces, la cólera del italiano explotó:

 

- “¿Es que acaso habéis venido aquí a juzgar al conde de Cagliostro? ¡Sabed que ninguna persona puede juzgar al conde de Cagliostro, que puede decirse conde, duque, príncipe o lo que le plazca!

La pregunta no venía a cuento. Willermoz no deja de observar que, desde el punto de vista de la ciencia espiritual, el mayor potentado de la tierra es simplemente un hombre. Y le señaló a su interlocutor que tenía más interés que nadie en desmentir a sus enemigos y reunir pruebas de su saber. Pero Cagliostro estaba dispuesto a montar en cólera, lo cual era la única posibilidad para desembarazarse de una situación tan violenta.

Willermoz, entonces, dejó la habitación diciendo que “había visto ya lo suficiente para saber lo que debía de pensar”. Mientras que el otro le lanzaba el desafío de no dejar la ciudad antes de haber proporcionado, por su poder, tales pruebas, que los que le despreciaban se arrepentirían amargamente de su desconfianza.

Amenaza vana. Willermoz no tuvo nunca que arrepentirse de haber rehusado los secretos del Gran Copto, ni de haber faltado a alguna de sus sesiones mágicas.

Por lo tanto, el éxito en Lyon fue en principio brillante. Los enfermos asistían a los salones del curandero. Algunos masones con fortuna y distinguidos se interesaron en sus concepciones masónicas. Todos pertenecían a la antigua logia “La Sabiduría”, que dormía tras haber pasado años, desde su fundación, únicamente ocupada en banquetes y en profundas deliberaciones. Cagliostro, a falta de “La Beneficencia” fue feliz en adoptarla. Le aportó la esperanza de conocer pronto los secretos misteriosos de la ciencia, de la salud, y de la riqueza; él fue quien transformó su nombre en el de “La Sabiduría triunfante” y la insufló la ambición de deslumbrar al universo por su fasto, sus reuniones espectaculares y sus uniformes verdes, destellantes de dorados y de lentejuelas.

Esto no era gratuito, les costaba muy caro a aquellos maestros que tenían el privilegio de ser fundadores de la Madre Logia de la Masonería Egipcia [7]. Se inquietaron muy poco, por el momento, en tanto estaban muy interesados por el interés de todo lo que se preparaba. Ya no fue lo mismo cuando pasó la primera oleada de entusiasmo. Los muros de la nueva logia no estaban más preparados que de tierra, ya que se elevaban todo tipo de contestaciones y de quejas [8]. Pero ya poco le importaba a Cagliostro, que había abandonado Lyon hacia otras intrigas.

Abandonando su fundación en un estado de esbozo regresó a París en febrero de 1785. Sus fieles continuaron con la preparación del Templo, que se acabó en el curso del verano. Solo se le esperaba a él para inaugurarlo y acabar la enseñanza de los sectarios del Rito Egipcio. La suerte se decidió de otro modo. El escandaloso asunto del collar, que cambió, así se dice, el destino de la monarquía francesa, vino con seguridad a poner fin al progreso de “La Sabiduría Triunfante”. Privada de su animador, ésta languideció. El olvido sucedió al triunfo ya rebajado. Solo algunos discípulos, obstinadamente fieles, guardaron su admiración al maestro prestigioso siguiendo las vicisitudes de su destino, que fue cruel [9].

No tenemos mucha idea de lo que fue la actitud de Willermoz y los suyos en tanto que duró en Lyon la moda de la secta rival. Es probable que el Canciller ab Eremo estuviera bastante inquieto, aunque estaba bien seguro de su fe y de su derecho [10]. La nueva logia se construía en los Brotteaux “a cien pasos a la izquierda de la casa del Directorio” [11], al lado de la casa Bertrand, donde vivía Jean-Baptiste Willermoz; por lo que le era fácil seguir todos los incidentes de la fundación.

Pudo saber que Prost de Royer, muerto en el mes de septiembre precedente, había venido, como fantasma renegado, a aportar el apoyo de su notoriedad pasada al mago de moda. ¿Podría ser que Cagliostro, informado, no solamente por la popularidad, sino por las relaciones masónicas del antiguo teniente de policía, sentía un maligno placer por servirse de un miembro de la Beneficencia para establecer sólidamente su propia reputación de taumaturgo? El amor propio del Canciller de Lyon debió de sufrir también cuando supo que los Filaletas, que sentían hacia él un desprecio premeditado, habían dirigido todo tipo de invitaciones a Cagliostro a los suyos con el fin de que el Rito Egipcio estuviera representado en su famoso Convento.

Sea como fuere, en el mes de agosto de 1785, Willermoz parecía persuadido de que el Gran Copto era “un masón de la especie más peligrosa”, un sacerdote de Baal, apropiado para utilizar las debilidades en el camino de la perdición. Pretendió haber cambiado la palabra de paso del grado de Aprendiz, justamente para preservar a sus Hermanos de toda comunicación con los sectarios del falso profeta [12]. Pero poco tiempo después mostraba más indulgencia, y no se sentía directamente amenazado, no estando tan seguro de la perversidad del personaje. Admitía que solamente quería “hacerse creer” y no era lo bastante sabio como para ser tan peligroso como podría pensarse [13]. En la carta oficial que escribió al duque Havré de Croy, el 13 de diciembre siguiente [14] da gracias a la Providencia de haber reconocido los peligros, y de acuerdo con su indulgencia sentía lástima por las pobres personas que se habían dejado convencer, “Sobre todo, escribía al príncipe Charles de Hesse, fue el deseo de lo maravilloso y la avidez de oro lo que hicieron dar vueltas a sus cabezas” [15].

 

Notas:

[1] No es posible citar todas las obras que ha inspirado el célebre aventurero, recordemos solamente uno de los últimos escritos: C. Protiades, Las vidas del conde de Cagliostro, París 1932.

[2] Willermoz y Cagliostro. Extracto de la Revista Metapsíquica, junio de 1.934. El ocultismo y la metapsicología del siglo XVIII en Francia.

[3] Van Rijnberk ob. cit. carta del 6 al 8 de noviembre de 1784. “Venía con el deseo de establecer el Rito Egipcio en Francia, teniendo por centro a Lyon… había puesto los ojos sobre la logia de “La Beneficencia” de Lyon”.

[4] Lyon ms. 5458, pieza 11.

[5] Pero Willermoz había recibido de Estrasburgo informaciones que probaban que al menos en Alsacia, cuando Cagliostro se encontraba “en la miseria”, el cardenal le enviaba de Saverne algún correo cargado de escudos. Había también en todas las ciudades en que el conde desplegaba su fasto personas que sabían lo que costaba ese poder misterioso de vivir honorablemente sin la intermediación de los banqueros, como proclamaba Cagliostro. En Lyon ciertas familias no han olvidado aún las dispensas que hicieron sus antepasados para sostener al ilusionista.

[6] Van Rijnberk, ob. cit. Willermoz a Charles de Hesse, 8, 9 de noviembre de 1784.

[7] Willermoz escribió al príncipe de Hesse, en noviembre de 1785, que se le había dicho que alguno de los miembros fundadores privilegiados había pagado 600 l.

[8] A. Pericaud. “Estancia de Cagliostro en Lyon”. Cagliostro no solamente había sonsacado a sus admiradores sumas de plata para el templo de los Brotteaux, sino regalos de sedas para su mujer. Había vendido una gran suma de secretos sin valor a los hijos de Retaux de Vilette, interventor de los Octrois, parece que a causa de todos los males de los suscriptores éstos aprovecharon la partida del aventurero para rechazar pagar su parte de la cuota.

[9] Ese poder de seducción del Gran Copto ha sobrevivido evidentemente a la tumba. La leyenda de Cagliostro, gran iniciado, benefactor de la humanidad, mártir del obscurantismo, siempre tiene partidarios elocuentes.

[10] “Nos corta un poco el trabajo porque los convierte en masones a la egipcia”. Willermoz a Charles de Hesse, 8 de noviembre de 1.784.

[11] Se sabe que “La Sabiduría Triunfante” tenía su sede a la derecha del paseo de los Brotteaux, el paseo Morand de hoy en día. Fue destruida durante la Revolución.

[12] Willermoz a Charles de Hesse, 1 de agosto de 1785, Van Rijnberk, ob, cit.

[13] Willermoz a Charles de Hesse, 6-8 de noviembre de 1785, Van Rijnberk, ob. cit.

[14] Carta al duque de Havre, Lyon ms. 5458, p. 11. 13 de diciembre de 1785.

[15] Willermoz a Charles de Hesse, 6-8 de noviembre de 1785.


domingo, 13 de marzo de 2022

Carta de Jean-Baptiste Willermoz sobre la Gran Profesión (1807)

Se trata de un texto de Jean-Baptiste Willermoz sobre la Gran Profesión, con signatura 173, titulado: Artículo secreto anexo a mi carta de 1 de septiembre de 1807, publicado en castellano en "Documentos Martinistas VI", Ed. Manakel, Madrid 2021. 

El destinatario de esta carta es Claude-François Achard, Eques a Galea aurea (Casco de oro), nacido en Marsella el 23 de mayo de 1751.


“Viendo la solicitud de los hermanos más avanzados en grados deseando que viaje a Marsella, me parece evidente que en medio de los motivos que alegan, para algunos, existe uno particular, menos confesado en alto, el cual verosímilmente es el Principal. Desde la confesión hecha hace unos años sobre la Existencia en el Régimen de una clase secreta y última, confesión que me he reprochado por sus peligros pero que fue casi necesaria entonces para reorientar a aquellos que se extraviaban, para apoyar a aquellos que se tambaleaban y para despertar de su adormecimiento a la multitud caída en el mortal letargo, cada uno de los aspirantes hizo sus cálculos particulares y consecuentemente con muchos errores; puesto que cada uno se creyó apto para la cosa y capaz de participar en ella sin conocer ni las reglas ni los deberes, ni las condiciones. La mayoría de aquellos retenidos en sus casas por la naturaleza de sus asuntos personales y por el temor o la impotencia de sufragar los gastos del viaje, de una estancia más o menos prolongada en Lyon, naturalmente deben desear que les lleve lo que no pueden o quieren venir a buscar aquí. Pero, aunque estuvieran en Marsella, muchos de ellos se desengañarían [sic ¿estarían desencantados?] porque hay reglas muy severas que respetar en este asunto; haría falta que mi estancia allí fuese bastante prolongada para que pudiese estudiar uno por uno las disposiciones y la aptitud personal de cada uno en particular, lo cual es largo y difícil con personas que no conozco en absoluto. Pues probablemente habría, para algunos afortunados, muchos descontentos, quienes a su vez, creyéndome parcial, me juzgarían de manera severa. Además, según los mismos principios de la Orden, la entrada de esta clase no puede estar abierta a todos los Caballeros porque los grados de inteligencia y de aptitud para estas cosas no son los mismos en todos los que, en algunos aspectos, pueden parecer dignos de ello. Es para llevaros a dar otra Dirección a las ideas poco sanas y muy poco reflexionadas de algunos que voy a profundizar aquí en esta materia más de lo que lo he hecho hasta ahora y a presentarla bajo sus diferentes facetas. 

La séptima y última clase que completa el Régimen Rectificado y debe permanecer ignorada por las seis precedentes hasta que se llame individualmente a cada uno de aquellos que son juzgados aptos a acceder a ella, es una iniciación particular que consiste en diversas instrucciones escritas en las que se desarrollan los principios y las bases fundamentales de la Orden y en las que se explican los emblemas, símbolos y ceremonias de la Masonería simbólica, pero esta iniciación, por muy luminosa que sea, sigue siendo imperfecta, insuficiente, incluso puede ocasionar errores por las falsas interpretaciones a las cuales nos entregamos muy a menudo, si no va acompañada por otras instrucciones explicativas, las cuales, al no estar escritas, sólo se dan verbalmente por aquellos que, por largos trabajos y meditaciones, han conseguido el estado de poder distribuirlas a cada uno convenientemente, según las necesidades, sus aptitudes y en la justa medida que le es necesaria. Fueron transmitidas desde tiempos inmemoriales por una tradición oral que ha atravesado los siglos y se sustentaba en buenos testimonios. He aquí por qué debemos dejar que ignoren esta clase y cerrar la entrada a aquellos en quienes no se vislumbra la aptitud necesaria para aprovecharla bien; igual que a aquellos que, demasiado apresurados por sus asuntos personales o por preocupaciones temporales, no pueden aportar la libertad de espíritu que exige ni acordar el tiempo necesario para conocerla en su Plenitud: debéis saber que este tiempo no puede ser corto. También debéis saber que de aquellos que la reciben de manera suficiente para su instrucción personal, hay muy pocos que consiguen el estado de poder enseñarla a los demás debidamente, puesto que es el efecto de una disposición y una vocación particular; he aquí por qué el depósito de estas instrucciones raramente es confiado en lugares donde no se encuentren hombres bastante fuertes para explicarlos y hacerlos valer. 

Además, esta iniciación no puede convenir por igual a todos los Caballeros, aunque todos tengan un derecho igual si las disposiciones personales de cada uno son iguales. Es inútil y muy inútil a un gran número. Conlleva peligros para algunos. Es útil a muchos, y para otros es necesaria y muy necesaria. Retomo las cuatro distinciones que importa que entendáis bien. 

1)- Es inútil para la multitud de esos hombres buenos, sencillos, privilegiados, cuya ciencia está en su corazón, que tienen la fortuna de creer religiosamente y sin examen todo lo que es necesario que crean para su tranquilidad y su felicidad presente y futura, y creer con esa fe implícita que llaman vulgarmente la fe del carbonero; para éstos, la profesión de fe de los Caballeros es absolutamente suficiente. No sería de ningún provecho para ellos que se les presentaran otros objetos que no harían sino cansar o exaltar su imaginación y perturbar su gozo actual, cuanto además, normalmente, la inteligencia de éstos no es ni activa, ni muy penetrante. 

2)- Puede conllevar cierto peligro para aquellos que, bien por el efecto de su educación religiosa o por su disposición natural, se dieran por deber ahogar su propia razón para adoptar ciegamente todas las pretensiones, opiniones y decisiones, ultramontanos, y por consiguiente el espíritu de intolerancia que siempre les ha acompañado con perjuicio de la Religión que tanto sufrió y sigue sufriendo aún por estas fatales empresas sugeridas por el espíritu de orgullo, de ambición, de dominación y del más sórdido interés. Para aquellos que quieren exigir para sus decisiones humanas, a menudo interesadas, variables y de simple disciplina momentánea, el mismo grado de fe absoluta que es debido esencialmente a los dogmas fundamentales de la religión, establecidos por Jesús Cristo y sus Apóstoles, constantemente profesados, sostenidos y confirmados por la Iglesia universal en sus Concilios generales. Para aquellos que, tomando textualmente y al pie de la letra todas las palabras y expresiones empleadas en el Génesis y en otros Libros santos, sin buscar penetrar hasta el Espíritu que está velado bajo la letra, están siempre dispuestos a escandalizarse con toda interpretación o explicación que no concordaría perfectamente con el sentido particular que le dan. Sería exponerlos sin fruto a un trabajo tan ingrato que les sería penoso, mucho más cuando estas ideas, una vez están asentadas en la inteligencia humana, raramente salen de ahí y me temo mucho que haya más de uno en esta clase entre los hermanos Caballeros. 

3)- Es muy útil al mayor número de aquellos que creen, pero débilmente, en las verdades fundamentales de la religión cristiana, que sienten una necesidad interior de creer más firmemente, pero, a falta de conocer la verdadera naturaleza original del hombre, su destino primitivo en el Universo creado, el tipo de su prevaricación, su caída, su degradación y los terribles efectos que produjo en la Naturaleza, no encuentran en ellos ni fuera de ellos apoyos bastante sólidos para fijar invariablemente su creencia, desean creer más de lo que creen en realidad, y ven escuchar [sic, ¿fluir?] su vida en el trastorno y las angustias de una penosa incertidumbre. Para éstos, hay que convenir, es un gran auxilio, ya que les devuelve la calma y la fe que desean. 

4)- Finalmente, la iniciación no sólo es útil, sino muy necesaria a esta clase de hombres de buena fe, mucho más numerosa de lo que se piensa, que creen firmemente en la existencia de un dios creador de todas las cosas, bueno, justo, que castiga y recompensa, pero que, a falta de tener conocimientos suficientes sobre los puntos de la doctrina primitiva ya citados en el artículo anterior, les cuesta concebir la divinidad de Jesús Cristo y aún más la necesidad de la redención por la encarnación de un dios hecho hombre. A estos hombres meditativos para los que las demostraciones teológicas más usadas, presentadas ordinariamente como pruebas irresistibles pero que son muy a menudo combatidas, no son pruebas suficientes; para aquellos que finalmente todos los tópicos que suelen retumbar en las carnes son insuficientes para su convicción. Sí, es a éstos a los que es muy necesaria, y a los que necesariamente debe ser especialmente destinada. No puedo dudar de ello, habiendo sido testigo a menudo de sus resultados afortunados, puesto que estos hombres de buena fe, una vez convencidos y replegados en sí mismos por la fuerza de las consecuencias inmediatas de los puntos de doctrina que les fueron presentados, han hecho estallar su cambio por lágrimas de amor y agradecimiento para con aquel que por desgracia habían desconocido, y se convirtieron desde entonces en columnas inquebrantables de la Fe cristiana. 

He aquí por qué la Orden exige para los altos grados una creencia absoluta en la Unidad de Dios, la Inmortalidad del alma humana, y lo exige menos absoluta para la persona divina de Jesús Cristo, y vemos que incluso en la profesión de fe de los Caballeros, como en otros actos relativos, se muestra más indulgente a este respecto y casi se conforma con una buena y firme voluntad de creer en las verdades que le son necesarias. Es porque sabe que tiene medios particulares para traer a esta creencia y convencer sobre esta importante verdad a los hombres de buena fe. He aquí por qué exige también de todos los miembros una tolerancia universal de la que hace un principio y un deber absoluto para todos: y en esto, imita el ejemplo de aquel que dijo: no he venido a este mundo para las personas que se portan bien, sino que he venido para aliviar y curar a aquellos que están enfermos - y como Jesús Cristo en medio de esta multitud de enfermos no rechazó ni a los ignorantes ni a los sabios, ni a los fariseos ni a los mercaderes, más bien los acogió a todos con la misma bondad, ¿acaso hay que asombrarse de que la Orden, a su semejanza, acoja en su seno con la misma caridad a todos los cristianos bien dispuestos, aunque divididos en opinión y formando sectas diferentes sobre puntos de la doctrina más o menos importantes? Después de llevarlos por la instrucción a la creencia religiosa fundamental y necesaria, deja a la gracia divina el cuidado de operar en ellos los cambios interiores o exteriores que crea necesarios según el Deseo de Su providencia. La Orden se prohíbe juzgar y más aún condenar a ninguno de aquellos que permanecen ligados a los verdaderos principios y dejan el juicio al único que puede juzgar en verdad los pensamientos y las intenciones de los hombres. 

Ves en esta exposición, muy querido hermano, que la iniciación está especialmente reservada a los hermanos enfermos, es decir, a aquellos que sienten vivamente los sufrimientos y la causa de su enfermedad y desean sinceramente curarse. Es inútil para los demás y a menudo solo sería un nuevo alimento para el orgullo, la vanidad y la curiosidad humana. Veis pues cuánto esta elección es delicada y cuanto exige, para con aquellos que no conocemos, el tiempo y la precaución para hacerlo bien. 

Es por vos especialmente, Querido Hermano, que he trazado la exposición anterior de los principios generales que deben servir de regla a la conducta a observar para con cada uno. 

Sin embargo, te rogaría que comunicaras este correo al hermano Vigier, para quien la imposibilidad de acercarse es el único obstáculo que conozca a su avance. En absoluto me opongo a que comuniquéis también los fragmentos más o menos extensos de este correo a un pequeño número de caballeros a los cuales creáis unánimemente útil para su propio bien y darlos conocer para lo ocasión, comunicándome luego sus nombres”.

jueves, 2 de septiembre de 2021

El auténtico “conocimiento” iniciático da entrada al “Santuario del Espíritu”

Jean-Marc Vivenza,

Martinès de Pasqually y Jean-Baptiste Willermoz,

Le Mercure Dauphinois, 2020, pp. 676-677


«Willermoz, apoyándose en san Basilio de Cesarea (330-379) y su De Spiritu, y en la carta del papa Inocencio I a Decentius [Obispo de Gubbio] sobre el “don del Espíritu”, textos cuya lectura aconsejaba a los Caballeros Grandes Profesos, estaba convencido de algo que tomará como propio. 

Será por ello que nos mostrará cómo, por su forma y su organización que culminan en el desarrollo de una enseñanza doctrinal, el Régimen Rectificado es absolutamente autosuficiente y completo, no teniendo ninguna necesidad de ningún otro complemento exterior. 

Esta convicción se fundamenta en el secreto del verdadero culto, transmitido de edad en edad, revelándose en la práctica en la identidad que existe entre “verdad” y “revelación” del Espíritu.

Esto hace que, para los que han sido iniciados en los misterios de la Orden, la ciencia divina no sea otra cosa que la relación íntima e interior con Dios. Relación en forma de “revelación”, que es al mismo tiempo, y en el mismo acto, el descubrimiento de la “presencia” íntima del Ser eterno e infinito, en lo cual consiste la “Chose” [“Cosa”], y práctica de la celebración del verdadero culto “en espíritu y en verdad” (Juan IV,24), pues a partir de la experiencia del Espíritu que el hombre es capaz de vivir y sentir en su alma, de tal forma que esta pueda acontecer en el camino profundizado y esclarecido por la fe, se llega, por una gracia sobrenatural, al auténtico “conocimiento” que da entrada al “Santuario”. Tal es el secreto iniciático del Régimen Escocés Rectificado.»   


* * * 

 El Espíritu solo se comunica a los que son dignos de él, no según una medida única, sino distribuyendo su operación en proporción a su fe”. 

San Basilio de Cesarea, De Spiritu 

Mire con que ahínco, en cualquier circunstancia y por todas partes, en las solemnidades religiosas del Culto Católico, se exhibe el mayor lujo posible en iluminaciones, bonitos decorados, estupendos ornamentos, que son totalmente ajenos al objeto real del culto, el cual consiste esencialmente, como dijo Jesucristo a la Samaritana, en «adorar a Dios en Espíritu y en Verdad».” 

Jean-Baptiste Willermoz, Carta a Achard, 1º al 8 IX, 1807


martes, 11 de agosto de 2020

LA DISCIPLINA INICIÁTICA DEL «ABANDONO» MÍSTICO DEL ALMA A LA DIVINIDAD

 

Le Phénix Renaissant, n° 5, 2019, pp. 90-91.
« La Ciencia del Hombre», Aclaraciones sobre la doble naturaleza. 

A imitación de Jesús-Cristo, al cual debemos conformarnos y acomodar nuestra vida, una regla, que se podría designar fácilmente como un “principio”, debe convertirse en la disciplina sagrada del ser creado, del “menor espiritual” en su ascensión hacia las regiones celestes, a saber, “desapropiarse” de su voluntad y, por el desprendimiento consentido frente al tiempo y la duración temporal, la indiferencia a los términos y condiciones de su existencia, la distancia ante las circunstancias y eventos -conservando, en la medida de lo posible, una idéntica e igual quietud en cualquier circunstancia-, disposiciones acompañadas del abandono absoluto de su voluntad propia como sacrificio de expiación, entrando, por completo y plenamente, en la obra de unión indisoluble y absoluta con el Ser eterno e infinito “que es la bondad, la justicia y la Verdad misma”. 

La vía iniciática, que es igualmente una « vía metafísica » de conocimiento ontológico, el de los misterios de nuestra doble naturaleza, que fue compartida por el Divino Reparador en el momento de su venida a este mundo y durante la duración de su ministerio terrenal, es el camino real de la comunión interior y la participación, por contemplación, de los misterios del Divino Infinito. 

En diferentes lugares, y en numerosas ocasiones en varios de sus textos, Jean-Baptiste Willermoz insistió enérgicamente en esta misma ley que ya ha operado, y que operará hasta la consumación de los siglos, la santificación liberadora de las criaturas desde la generación de Adán, y que consiste en el sacrificio y el abandono de su propia voluntad y la entrega segura de su espíritu en Dios: 

 Es siempre por la misma Ley que se opera la santificación de la universalidad de los seres emanados. Sólo será por el sacrificio voluntario del libre albedrío, por el abandono más absoluto de la voluntad propia, y por la aceptación de este abandono de parte Dios, que podrá efectuarse su unión indisoluble con aquello que opera su santificación. Miremos al hombre y consideremos la vía que le es así trazada para su rehabilitación, tanto para él como para su posteridad, allí encontraremos un nuevo sujeto para reconocer la inmutabilidad de la Ley divina según la cual se produce la santificación de los seres espirituales… [1]” 

Nota. 

[1] J.-B. Willermoz, 6º Cuaderno (1795 -1805), añadido en 1818, Renaissance Traditionnelle, n°80, octubre 1989. 

* * * 


Como ejemplo alegórico, relacionado con la divisa del Grado de Maestro Masón del Rito Escocés Rectificado, de este santo abandono a la Providencia, recogemos un extracto de la leyenda de San Brandán [2]: 

“Empezaron a avanzar a toda vela hacia mediodía. Tenían buen viento y no necesitaban en absoluto remar, sino solamente maniobrar las jarcias para tener las velas hinchadas. 

Después de quince días, el viento cesó y empezaron a remar tanto como pudieron, hasta que la fatiga se hizo demasiado grande. Luego San Brandán empezó a confortarles y dijo: Queridos hermanos, no temáis resignaros a vuestra suerte y no perdáis el ánimo; ya que Dios es nuestra ayuda, nuestro navegante, y nuestro piloto. Recoged los remos y dejad el timón manteniendo solamente las velas tendidas, y que Dios haga lo que quiera de sus servidores y su nave”. 

Hasta el momento de la víspera, no había habido ninguna señal de viento; poco después, las velas se hinchaban de vez en cuando, pero los hombres no sabían de dónde venía el viento, dónde iba, y hacia qué regiones arrastraba su destino. Cuando hubieron pasado cuarenta días y habían consumido todos sus víveres, apareció una isla hacia septentrión...” 

Nota. 

[2] San Brandán el Navegante (Ciarraight Luachra, Irlanda, c. 484 – Enachduin, c. 578; en irlandés Breandán), también llamado Barandán, Borondón o Borombón (a menudo «Samborondón» o «Samborombón»), fue uno de los grandes monjes evangelizadores irlandeses del siglo VI. Abad del monasterio de Clonfert (Galway, Irlanda) que fundó en el 558 ó 564, fue protagonista de uno de los relatos de viajes medievales más famosos de la cultura gaélica medieval, relatado en la Navigatio Sancti Brendani, una obra que fue redactada en torno a los siglos X y XI.