[...] Pero en cuanto el tercer día comienza, resucita gloriosamente de la tumba por su propio poder divino, y comienza a mostrarse a los que había amado lo más tiernamente posible, bajo una nueva forma corporal, en todo semejante a aquella en la que había vivido entre los hombres, pero gloriosa e impasible, de la que se reviste, y que hace también desaparecer a su voluntad. Es con esta misma forma gloriosa que después de haber conversado, caminado, comido incluso con sus discípulos durante cuarenta días, apareciéndoseles repentinamente y desapareciendo también repentinamente delante de ellos cuando así lo quería, después de haberles recomendado bautizar en su nombre, enseñar a los hombres el misterio inefable de la Divina Trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que hacen un único Dios, que él sube gloriosamente al cielo en su presencia, donde será eternamente el Dios vuelto visible a los ángeles y a los hombres santificados, en esta forma humana glorificada.
Pero ¿cuál es la naturaleza de esta nueva forma corporal, y qué es lo que constituye la diferencia esencial entre ésta y la primera? Preguntamos a esos hombres carnales y materiales que no ven nada más que por los ojos de la materia, y aquellos que son lo bastante infelices como para negar la espiritualidad de su ser, y a los que también, unidos exclusivamente al sentido literal de las tradiciones religiosas, no quieren ver en la forma corporal del hombre primitivo antes de su caída, más que un cuerpo de materia como el del que están actualmente revestidos, reconociendo solamente una materia más purificada. Es Jesús-Cristo mismo el que va a probarles la diferencia esencial de estas dos formas corporales y su destino, revistiéndose de una después de su resurrección, después de haber destruido la otra en la tumba.
Jesús hombre-Dios que quería ser en todo similar al hombre actual, para poder ofrecer en él como un modelo que pueda ser imitar en todo, se sometió a revestirse naciendo de una forma material perfectamente similar a la del hombre castigado y degradado. Él difiere sin embargo en un único punto de la forma material del hombre que al ser concebido para la concupiscencia de la carne es corruptible, en lugar de la forma material de Jesús, que concebido por la única operación del Espíritu santo y sin ninguna participación de los sentidos materiales, es incorruptible. Pero Jesús-Cristo deposita en la tumba los elementos de la materia, y resucita en una forma gloriosa que ya no tiene más la apariencia de la materia, que incluso no conserva los Principios elementales, y que no es más que una envoltura inmaterial del ser esencial que quiere manifestar su acción espiritual y la hace visible a los hombres revestidos de materia. Si se quiere dudar de esta importante verdad, que se reflexione seriamente sobre las asombrosas apariciones en forma humanas del Arcángel Gabriel a María y a Zacarías, padre de Juan el Bautista, sobre las de los ángeles enviados a Abraham para predecirle el nacimiento de Isaac y el castigo de Sodoma, del ángel conductor del joven Tobías, y de un gran número de otras apariciones similares a los espíritus puros, cuya forma corporal se reinstaló en ellos mismos y desapareció tan pronto como se terminaba su misión particular. Todas ellas prueban la misma verdad. Jesús-Cristo resucitado se reviste de esta forma gloriosa cada vez que quiere manifestar su presencia real a sus apóstoles para hacerles conocer que es la misma forma, es decir, de una forma perfectamente similar y con las mismas propiedades de las que estaba revestido el hombre antes de su prevaricación; y para enseñarles a lo que deben aspirar, a ser revestido de nuevo después de su perfecta reconciliación, al final de los tiempos. Es esto en efecto esa resurrección gloriosa de los cuerpos que serán al mismo tiempo cambiados para los hombres reconciliados, así como lo expresa San Juan, pero que no serán cambiados para los rechazados. Es esta resurrección finalmente gloriosa en la que la consumación real del cuerpo y la sangre de Jesús-Cristo aporta a todos los que participan dignamente, el germen fructificador.
fragmento del libro
El Hombre Dios
de JB Willermoz
El Hombre Dios
de JB Willermoz