En
el ritual de 4º Grado [del Rito Escocés Rectificado], conocido actualmente bajo
el nombre de “Maestro Escocés”, aprobado en el Convento de las Galias de 1778,
faltaba el último cuadro con la figura de San Andrés, así como la última
instrucción que resume todos los puntos esenciales de la Masonería simbólica
rectificada, elementos que fueron añadidos poco después del Convento de
Wilhemsbad (1782).
En
una carta, Willermoz explicaba el sentido del 4º Grado del Régimen Rectificado
de la siguiente manera: “Solo tenemos un
grado superior e intermediario entre los tres grados azules y la Orden
Interior, denominado, como ya he dicho, Maestro Escocés de San Andrés. (…)
Nuestro Maestro Escocés rememora y pone en acción en su recepción todas las
grandes épocas históricas sobrevenidas al Templo de Salomón y a la nación
elegida: la destrucción, la reedificación y la segunda dedicación del uno, la
cautividad, el retorno a los combates del otro; pues no perdemos nunca de vista
las revoluciones de este Templo único, ni el gran emblema del Maestro Hiram;
todos estos objetos son puestos en escena ante los ojos del candidato por
diversos tableros, de los cuales el último figura el paso de la antigua ley a
la nueva ley por San Andrés, que deja a su primer maestro Juan el Bautista para
seguir eternamente a Jesús-Cristo; aquí finalizan los símbolos” [1].
Sin
embargo, a pesar de su importancia en el Régimen Rectificado, pocos Hermanos
conocen quién fue realmente San Andrés.
Parece,
pues, interesante aclarar la figura de este gran santo y Apóstol que ocupa un
lugar bisagra en el seno del sistema fundado por Jean-Baptise Willermoz.
San
Andrés (+62), hermano de san Pedro, es el primero de los Apóstoles que conoció
a Jesús-Cristo tras su bautismo a orillas del Jordán. No obstante, su llamada
definitiva no se produce hasta el momento en que Jesús le vuelve a encontrar
con su hermano Simón, lanzando las redes para pescar, en el mar de Galilea, y
les dice a los dos: “Seguidme, yo os haré
pescadores de hombres”.
Después
de Pentecostés, Andrés predica en Jerusalén, Judea, Galilea, llegando a
evangelizar a los escitas, etíopes, gálatas y otros diversos pueblos hasta
Ponto Euxino. Los sacerdotes de Acaia se encargaron de enviar a las iglesias
del mundo entero el relato de su martirio, del cual fueron testigos oculares.
Ante el peligro del suplicio de la cruz dijo: “Si temiese esta dura prueba, no
podría predicar la grandeza de la cruz”. Las personas corrieron en
multitud, desde todos los rincones de la provincia, para la defensa del Apóstol
ante la amenaza de muerte del procónsul. Pero Andrés se muestra, calma a la
multitud de cristianos amotinados, los alienta a la resignación y les recomienda que estén
listos para el combate.
Al
día siguiente, amenazado de nuevo, le dijo al juez: “Este suplicio es el objeto de mis deseos; mis sufrimientos durarán
poco, los vuestros durarán eternamente si no creéis en Jesús-Cristo”.
El
juez, irritado, ordenó conducirle al lugar del suplicio. Durante el camino, el
Apóstol consolaba a los fieles, aplacando su ira y haciéndoles partícipes de su
felicidad.
Cuando
de lejos vio la Cruz, clamó en voz alta: “Yo
os saludo, oh Cruz consagrada por el sacrificio del Salvador; tus preciosas
perlas son las gotas de su sangre. Vengo a ti con alegría, recibe al discípulo
del Crucificado. Oh buena Cruz, tan largamente deseada, tan ardientemente
amada, dame a mi divino Maestro. Que por ti sea admitido a la gloria de Aquel
que por ti me ha salvado”.
Se
despoja de sus vestimentas, las reparte a los verdugos, después fue atado a una
cruz de forma particular, llamada desde entonces cruz de San Andrés. El Santo,
desde lo alto de la Cruz, exhorta a los fieles, predica a los gentiles, los conmueve
a todos. Una media hora antes de su último suspiro su cuerpo fue inundado de
una luz celeste que desapareció cuando falleció.
Como
dijo Willermoz, San Andrés “figura el
paso de la antigua ley a la nueva ley cuando abandona a su primer maestro Juan
el Bautista para seguir eternamente a Jesús-Cristo”, recordándonos que la
Nueva Alianza está ligada y unida a las alianzas anteriores que reincorpora y “realiza”,
pero que la Encarnación de Jesús-Cristo manifiesta no solamente la continuidad
de las promesas que establece sobre el plano celeste y divino sino que ante
todo funda para siempre la “Alianza
eterna” (Hebreos 13:20), Alianza perfecta, muy superior a la antigua, la Nueva
Alianza que libera a la raza de Adán por efecto de la nueva ley de la gracia.
Nota :
[1]. Pierre
Chevallier, Louis Mathias de Barral, antiguo
obispo de Troyes, franc-masón del Rito Escocés Rectificado, y un documento
inédito sobre el Rito Escocés Rectificado (carta de Jean-Baptiste Willermoz);
Mémoires de la Société Académique de l’Aube, t. 104 (1964‑1966), pp. 195‑213.
muy aleccionador ,gracias mis RR QQ HH
ResponderEliminarCuanto amor, cuánta emunah (Fe obediente), saberse contado entre los que alcanzaron misericordia y vida eterna, recordando las palabras del Apóstol San Pablo a los Filipenses" Para mi el vivir es Cristo y el morir es ganancia" Filipenses 1:21
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