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Si el Convento de las Galias en 1778 tuvo trece sesiones, fue en la primera
donde Jean de Turkheim y Jean-Baptiste Willermoz presentaron para su aprobación
por los votos de la asamblea de los Hermanos el nuevo nombre de “Orden de los
Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa”.
Alice Joly precisa, basándose en un documento sobre el estado de las
deliberaciones [BM Lyon, ms. 5479] :
“¿Cuál es la idea de este nombre? Hay una cosa cierta, y es que ya fue elegido y aceptado antes de la apertura de los debates por los promotores de la reforma. (…) La Logia de Willermoz se llamaba “la Bienhechora”, pero señalemos que un grado de Caballero Bienhechor existía ya en la logia de Saint-Théodore de Metz, y existía en Suiza un sistema Escocés que tenía como patrón a Saint-Martin, soldado romano de corazón caritativo. Si creemos los recuerdos de Paganucci, probablemente serían estas influencias, representadas por Saltzman, las que habrían hecho elegir este nuevo título.
También se hizo para satisfacer los deseos de Willermoz, pues evoca a los Templarios sin nombrarlos, y otorgaba a los Caballeros una sugerente e ideal patria, que podría ser también Roma, centro de la cristiandad, Jerusalén, donde fue elevado el Templo de Salomón y donde Jesús-Cristo fue crucificado, esperanza y fin supremo de todo esfuerzo místico”.
(A. Joly, Un mystique lyonnais et les secrets de la franc-maçonnerie, Protat frères, 1938, pp. 110-111).
El Régimen Escocés Rectificado, en tanto que Orden de los C.B.C.S., nació
así en 1778 en Lyon, tras el Convento general de la Estricta Observancia que
tenía por propósito adoptar una posición firme ante los puntos problemáticos
que aparecían como factor de numerosos
errores y de interpretaciones discutibles entre los Hermanos de las Provincias
alemanas y francesas.
Jean-Baptiste Willermoz, que había encontrado en la Estricta Observancia
una estructura muy sólida, ciertamente organizada e incomparablemente más
estable que la de la Orden de los Caballeros Masones Élus Cohen del Universo,
en cuyo interior tenía responsabilidades, pero donde nunca dejaba de lamentarse
después de 1767 del desorden que reinaba en ella, sentía no obstante como un
vacío, un límite donde ilusorias pretensiones presentadas como siendo los
objetivos secretos y últimos de la masonería y, en particular, entre otros, la
reedificación de la Orden del Temple, le parecían como extremadamente ridículos
y muy pobres desde el punto de vista iniciático.
El objeto, clara y explícitamente confiado a la Orden de los Caballeros
Bienhechores de la Ciudad Santa, fue pues conservar y preservar, desde el
momento en que los Élus Cohen desaparecieran de la escena de la Historia, la doctrina de la reintegración, pero cristianizada y corregida en sus errores trinitarios
y cristológicos.
En este sentido, y podemos entender fácilmente la razón, la constitución de
una “Orden”, portadora y heredera de la auténtica tradición, es impuesta por
Jean-Baptiste Willermoz con el fin de que sea ofrecida a los hombres, y en
particular a los masones poseedores de una sincera nobleza de corazón, pero aún
desorientados en medio de tiempos incrédulos y corrompidos, de participar en la
obra saludable de rearme espiritual y religioso, en la reconstrucción de los
fundamentos del verdadero Templo que no es hecho por la mano del hombre y
cumplir, por ello mismo, el imperioso deber impuesto a aquellos que no pueden
aceptar, o que sufren su corrupción, el marasmo existencial sin tratar de
escapar de los hierros de la prisión material en la cual fueron encerrados en
su venida a este mundo; lugar inquietante dominado por aquel que es su
príncipe, y que detenta sobre estos dominios peligrosos la gloria y la
autoridad (Luc. 4:6).
Pero esta transformación “operada” por la fe en la Palabra de la Verdad, y cuya responsabilidad es confiada a la Orden, en la medida en que esta “Orden” esté en condiciones de cumplirla, o al menos intente hacer lo posible, sólo puede ser realizada si se conserva intacta la fidelidad a los principios del Régimen, fijados y decretados en el Convento de las Galias en 1778.
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