“Sírvete del don sublime de la palabra, signo exterior de tu dominio sobre la naturaleza, para salir al paso de las necesidades del prójimo y para encender en todos los corazones el fuego sagrado de la virtud” (Regla al uso de las Logias Rectificadas, Artículo VI-I)

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martes, 22 de junio de 2010

DEFINICIÓN DE OCULTISMO

Por Robert Amadou (Extracto de su obra El Ocultismo (Esquema de un mundo viviente), impresa en castellano en Buenos Aires, Argentina, el 28 de Diciembre de 1.956, editada por Pentaclo (Traducción de la edición francesa de 1.950, París, editada por Julliard). Aconsejamos el estudio de esta obra por la claridad con que Robert Amadou expone el problema del ocultismo examinando las distintas manifestaciones o técnicas con que se presenta en la historia y revelando que un pensamiento fundamental reúne en una fuente común todas estas manifestaciones aparentemente tan dispares. Su análisis de la teoría de las correspondencias, que considera el fundamento de toda dirección ocultista, y su explicación del pensamiento llamado tradicional, constituyen partes esenciales y ejemplares de la obra por su rigor y claridad.)

El término ocultismo fue empleado por primera vez por Eliphas Levi, a fines del siglo pasado. La relativa juventud de la palabra no le impide ser el vástago de una aristocrática familia de la lengua francesa. La realidad que designa existe desde que hay hombres y desde que éstos piensan, y el favor con que fue acogido el vocablo, así como la unánime acepción que hoy día reviste, parecen justificar ampliamente su empleo. No pocas doctrinas, teorías y prácticas dependen de este sistema, al que en adelante llamaremos ocultismo; y las cuestiones a que trata de responder el presente estudio son las de saber en qué se caracteriza este modo de pensar y obrar, y cómo las diversas manifestaciones que se clasifican comúnmente bajo el nombre de ocultismo suponen una teoría subyacente, que es, propiamente hablando, la filosofía ocultista.

Pero, ante todo, ¿qué es el ocultismo? El problema de la definición es el que debe detener nuestra atención antes que cualquiera otro. Según observamos en nuestro prefacio, es corriente apresurarse a incluir una obra o un hombre bajo el título fatídico; pero queda por preguntarse qué es lo que se entiende precisamente por ocultismo. [...] El ocultismo no es el desecho de lo inexplicable; no es, ni siquiera, ese “espíritu de misticismo y de sobrenaturalismo necesario a las imaginaciones soñadoras y delicadas”, de que habla Gerardo de Nerval. Es otra cosa: es un vasto y maravilloso conjunto de especulaciones y de acciones; es una visión del universo y una regla de vida; es una filosofía. Afirmar que esta filosofía existe y enunciar sus caracteres esenciales será definir el ocultismo.

Si nuestra definición es satisfactoria, debe facultarnos, al desarrollarla, para establecer un panorama del ocultismo, una especie de índice de un tratado de ocultismo. A quien emprende la tarea de presentar algunas reflexiones sobre el ocultismo, le incumbe definir su tema. Partiendo de una concepción implícita según la cual esto es oculto y aquello no lo es, nuestra definición sólo tendrá valor en el caso de que abarque todos los elementos que se admiten generalmente, y sólo ellos, con exclusión de todos los demás. ¿Qué es el ocultismo? ¿Qué definición se puede dar de él? La pregunta, incluso en esta forma particular de empresa lógica, no es nueva; pero parece ser que las diversas respuestas que se han dado no soportan el análisis.

Repudiemos inmediatamente, como oscuras e inadecuadas, las definiciones que ven en el ocultismo “la ciencia de las cosas ocultas”. La expresión “cosas ocultas” no tiene aquí sentido y, en todo caso, es su definición la que nos diría claramente lo que es el ocultismo. Por la misma razón, la definición de Poinsot: “la ciencia oculta”, o la de M. de Campigny, que reposa igualmente sobre la noción de “oculto”, no dan sino una idea muy imperfecta del ocultismo.

Otras definiciones ofrecen el peligro de definir el ocultismo en los términos de un sistema particular, y no son útiles sino a quienes conocen y admiten el sistema considerado. Estas definiciones no podrán librarse de la famosa navaja de Occam. “El ocultismo -dice la señora H. P. Blavatsky- es el conocimiento de lo mental divino en la naturaleza”. A quien conoce el significado personalísimo que la Doctrina Secreta confiere a los términos “mental” y “divino”, por no hablar de la expresión “conocer”, le es muy difícil defender el alcance general de esta definición. Gabriel Trarieux d'Egmont repite el pensamiento de la señora Blavatsky, cuando describe, con el nombre de ocultismo, “el conocimiento de lo divino en el mundo y en el hombre que es su compendio”.

Se ha tomado a veces la palabra ocultismo en una acepción distinta de la que se le atribuye habitualmente. Nadie discutirá el derecho que tiene cada cual a anunciar que va a llamar a lo blanco negro; pero es que no se define así el ocultismo, sino que se decora con este nombre una realidad a la cual jamás había estado hasta entonces consagrado. Se combate la definición generalmente admitida e implícitamente utilizada, se dice que las sílabas de la palabra ocultismo no convienen al dato X, y no se define el dato arbitrariamente llamado ocultismo. De este modo, el abate Alta restringe el ocultismo al dominio material y propone para el dominio espiritual el vocablo esoterismo. La revista bibliográfica más elemental, y hasta la introspección, revelan, sin embargo, que las echadoras de cartas no son las únicas que se entregan a las prácticas ocultistas, sino también Jacobo Bohme, cuyas realizaciones no inspiran en modo alguno este juicio.

Con respecto a las múltiples definiciones históricas del ocultismo, bastará hacer notar que una definición histórica es totalmente insuficiente desde el punto de vista lógico. Es posible que el ocultismo sea la doctrina de Paracelso y de Estanislao de Guaita, pero esta afirmación no nos dice en qué consiste tal doctrina, y esto es precisamente lo que debería enseñarnos una verdadera definición del ocultismo.

Una definición puede ser literariamente bella y lógicamente condenable. Un fragmento de Stéphane Mallarmé nos suministrará un ejemplo de esta última categoría. En una carta a Víctor Emilio Michelet, el poeta del Azur, escribe: “El ocultismo es el comentario de los signos puros a que obedece toda la literatura, brote inmediato del espíritu”. El mismo poeta decía un día a Degas, que un poema no está hecho de ideas, sino de palabras. ¿Sería injusto ver en la definición mallarmeana del ocultismo el esbozo de un poema?

Históricas o literarias, oscuras o inadecuadas, demasiado amplias, o demasiado estrechas, la mayoría de las definiciones del ocultismo no parecen poder resistir a un examen un poco atento.

Probemos a formular una definición más satisfactoria para la lógica. Propondremos la definición siguiente, que el resto de nuestro estudio se esforzará en justificar y explicar:

El ocultismo es el conjunto de las doctrinas y de las prácticas fundadas en la teoría de las correspondencias.

Se objetará que la expresión teoría de las correspondencias es un concepto bastante vago y que su precisión es una de las condiciones de la validez de nuestra definición. Pero las palabras teoría de las correspondencias no figuran aquí sino para la facilidad de la exposición, y pueden, a su vez, ser definidas. Se entiende, en efecto, por teoría de las correspondencias, cierta teoría filosófica perfectamente reconocible y cuya definición puede enunciarse así:

La teoría de las correspondencias es la teoría según la cual todo objeto pertenece a un conjunto único y posee con todos y cada uno de los elementos de dicho conjunto relaciones necesarias, intencionales, no temporales y no espaciales.

Todos los términos de las dos definiciones precedentes están tomados en su más amplia acepción filosófica y no implican, considerados aisladamente, ninguna referencia a un sistema particular, como parece hacerlo Andrés Lalande. Es fácil fundir ambas definiciones en una definición única, y, de este modo, la fórmula siguiente, en la que se ha substituido la expresión teoría de las correspondencias por la definición de esta teoría, puede ser considerada como la definición general del ocultismo.

El ocultismo es el conjunto de las doctrinas y de las prácticas fundadas en la teoría según la cual todo objeto pertenece a un conjunto único y posee con todos y cada uno de los elementos de dicho conjunto relaciones necesarias, intencionales, no temporales y no espaciales.

El plan para tal estudio del ocultismo parece que ha de derivar naturalmente de la definición que acabamos de dar. El ocultismo es, en efecto, un conjunto de doctrinas y de prácticas; impónese, por lo tanto, en primer lugar, el examen de las doctrinas, o, por mejor decir, el examen del fondo común de todas las doctrinas ocultistas. Este fondo común es la teoría de las correspondencias. Examinaremos las diversas proposiciones, y después aparecerá ante nosotros la noción de la Tradición, noción central del ocultismo. Porque, si tratamos de descubrir la realidad que cubre dicho término, la Tradición habrá de revelarse como el resorte profundo de todo el ocultismo. Así, el ocultismo, del cual nuestra idea inicial era puramente experimental, estadística, hallará en la Tradición un principio de unidad. El ocultismo es uno, porque todas las doctrinas que lo componen participan de la Tradición. El ocultismo es uno, no sólo porque las diferentes doctrinas que lo constituyen exponen la teoría de las correspondencias, sino también porque el hecho de partir de la teoría de las correspondencias implica una participación común a un fondo común, la Tradición, y porque esta participación es, en último análisis, el ejercicio de la inteligencia dentro de un marco de mentalidad idéntica.

[...]

El primer término de nuestra definición afirma que el ocultismo es un conjunto de doctrinas, todas ellas fundadas sobre la teoría de las correspondencias. Con esto quiere decirse que el ocultismo es un conjunto de doctrinas, que presentan entre si ciertos puntos de divergencia, pero que poseen también un grupo de axiomas comunes cuya presencia en la base de cada doctrina justifica su calificativo de ocultista. La doctrina de Bohme y la de Paracelso no concuerdan en cada detalle, pero ambas aceptan igualmente los principios fundamentales idénticos de los que sacan aplicaciones variadas. Puede, pues, decirse que el ocultismo no es la doctrina de un solo hombre, como el cartesianismo o el bergsonismo o el martinismo; sino el nombre genérico de un conjunto de teorías. Así, se emplean las palabras idealismo o racionalismo, y si se consideran los elementos comunes a los diferentes filósofos idealistas o racionalistas, se obtiene un esquema que puede muy bien llamarse lo esencial de la filosofía idealista o racionalista. Lo mismo sucede con el ocultismo. Lo que describimos como “filosofía ocultista” no es sino la exposición de los asertos comunes a todos los autores ocultistas, asertos que se reducen a la teoría de las correspondencias. La Tradición, principio interno de la unidad del ocultismo, se estudiará más adelante.

Una vez admitido esto, consideremos el primer término de nuestra definición. El ocultismo es un conjunto de doctrinas. Digamos para simplificar, y con las reservas que acaban de ser enunciadas, que el ocultismo es una doctrina. Es una teoría, es una filosofía; y el hecho de que el ocultismo sea una doctrina, fundada sobre una teoría como la de las correspondencias demuestra suficientemente que el ocultismo es una doctrina filosófica. Como filosofía, el ocultismo es, pues, un sistema (o un conjunto de sistemas), es una serie de afirmaciones enlazadas las unas a las otras de acuerdo con ciertas reglas. Sobre todo, si el ocultismo es una filosofía, el ocultismo es un ensayo de explicación del mundo, del hombre y quizá de Dios. El título de una obra de Luis Claudio de Saint-Martin, filósofo ocultista en el sentido en que lo hemos definido, parece mostrar claramente la esencia de toda teoría filosófica. Es un T'ableau Naturel des Rapports qui existent entre Dieu, l'Homme et l'Univers (Cuadro natural de las relaciones que existen entre Dios, el Hombre y el Universo), tentativa de dar una idea de lo que existe, de explicar su razón de ser, de comprender el funcionamiento y la causa final del yo y del no-yo. Es también una plataforma de acción -scire y posse-y, por la comprensión de las leyes en ejercicio, una vía abierta a la utilización de esas leyes. El hombre no actúa contra las leyes de la naturaleza, ni en el campo del ocultismo ni en el de la ciencia, pero las emplea y se sirve de ellas. El ocultismo filosofía, el ocultismo teoría, suministra el conocimiento de una serie de leyes que rigen el universo. El ocultismo práctico indica las posibilidades de su utilización.

El ocultismo es también, por lo tanto, una práctica, que es tanto como decir una actitud. Pero esta práctica ocultista está constituida a su vez por un conjunto de actividades y de disciplinas que se designan vulgarmente con el nombre de “ciencias ocultas”. El ocultismo no es, por lo tanto, una pura especulación; es, además, una actitud que se manifiesta en múltiples formas, cada una de las cuales merecerá el nombre de práctica ocultista. Nuestra definición insiste en la relación estrecha entre las doctrinas y las prácticas.




Extraido de Boletín GEIMME 25



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