La doctrina de
la reintegración es el corazón del Régimen Escocés & Rectificado, ahora
bien, es necesario conocerla, estudiarla y profundizar en ella. La Logia de Estudio e Investigación del Directorio Nacional Rectificado de Francia,
Prunelle de Lière – A
Tribus Oculis, ha tomado la afortunada decisión de
publicar las aclaraciones que proporcionó Jean-Baptiste Willermoz a Jean de
Türkheim, en las cuales le indicaba cómo leer seriamente y con provecho el Tratado
de la reintegración de los seres de Martines de Pasqually. Pensamos que
para los lectores contemporáneos, sobre todo si son miembros del Régimen Escocés
& Rectificado, será muy útil rememorar los consejos de Willermoz, y sobre
todo aplicarlos en la lectura, que esperamos asidua y atenta, del Tratado.
En su Introducción
al Tratado de la Reintegración...., edición
Dumas 1974, Robert Amadou nos advierte y nos da el método para “leer, vivir” el Tratado. Cita una carta
de Jean-Baptiste Willermoz a Jean de
Türkheim, del 25 de marzo de 1822.
Un alumno de la escuela en la cual se practicaba este
manual bajo la dirección del maestro nos
inculca el método:
“El Tratado de la reintegración de
los seres es un escollo para la multitud de lectores ligeros y frívolos que
abundan en todas partes desde hace cierto tiempo, sobre todo en Alemania, donde
se acostumbra más que en otros países a juzgar las cosas más graves de manera
superficial. El autor destinó su obra a los Réaux, o a aquellos que se
mostraban más cerca de serlo. Su muerte, así como la de aquellos que tenían
copias, cambió su destino [finalidad]. Han caído en manos extrañas y han
provocado tristes efectos; una de ellas llegó a sus manos. Dios lo quiso o lo
autorizó, ojalá sepáis aprovecharlo.
No empecéis más que cuando podáis
hacerlo diariamente, y obligaos a seguir haciéndolo así sin interrupción; si esto
no depende de vosotros, aplazad su inicio hasta 10 años más [adelante]. Cuando
hayáis terminado una primera lectura completa, volved a empezar una segunda
lectura, igualmente sin profundizar mucho en las dificultades u obscuridades
que no hayáis traspasado todavía.
Tras esta segunda lectura, haced
igualmente una tercera lectura, y reconoceréis en ésta tercera que habéis
avanzado bien en vuestro trabajo, y lo que habréis adquirido así por vosotros
mismo se os quedará más profundamente impreso que si lo hubieseis recibido a
través de explicaciones verbales, que siempre se borran en mayor o menor
medida. Todavía os queda, antes de nada, interrogaros y escrutar con qué
intenciones os libráis a este placer y al pesado trabajo que vendrá después.
Reconoceréis pronto en vosotros un motivo doble: el primero, el más natural de
todos, el de adquirir y aumentar vuestra propia instrucción. Pero, ¿no se
mezclará en ello algo de esa curiosidad inquieta del espíritu humano que quiere
conocer, comparar, juzgarlo todo con su propia luz, envenenando así todo los
frutos de su búsqueda? El segundo, el de poder volverse útil para sus
semejantes, motivo más loable de todos en apariencia, puesto que se enmarca en
el ejercicio de la caridad cristiana, tan recomendable para todos.
Pero si entra en sus planes el
aplicar la caridad a tal o cual persona, sociedad, localidad, manteneros en
guardia, porque a menudo el amor propio se mezcla insidiosamente tras tan
loables motivos, altera su pureza, corrompe todos sus frutos. He retenido como
motivo más seguro el concentrarse sin elección personal en la multitud de los
hombres preparados por la Providencia, la cual les dispondrá, así preparados,
en relación con vosotros cuando llegue su tiempo. Entre esta multitud así
dispuesta, este ejercicio tan recomendado de la caridad cristiana encontrará su
plenitud sin peligros.
Impónganse, antes de empezar su
primera lectura, un plan regular, definido para cada día y bien meditado, previendo
los obstáculos accidentales o diarios que pudiesen aparecer, una regla fija,
pero libre mientras dure, de la que no os permitiréis alejaros, de tal manera
que cada día tenga un tiempo dedicado a esta lectura hasta el final del
Tratado. Dedíquese a ella entonces de todo corazón y con toda la atención de la
cual su espíritu será capaz alejando toda distracción.
Hago aquí distinción entre el espíritu y el corazón
porque son dos potencias o facultades intelectuales que no hay que confundir.
El espíritu ve, concibe, razona, compone, discute y juzga todo lo que le es
presentado. El corazón siente, adopta o rechaza, y no discute, por ello he
estado cerca de pensar que el hombre primitivo puro, que no necesitaba sexo
reproductivo de su naturaleza, puesto que ni él ni los suyos estaban todavía
condenados a la incorporización material
que es hoy su suplicio y castigo, tuvo dos facultades intelectuales
inherentes a su ser, que eran realmente los dos sexos figurativos reunidos en una
persona, mencionados en el Génesis; sus traductores e intérpretes han
materializado las expresiones de tal manera, en los siguientes capítulos, que
es casi imposible reconocer en ellos verdad fundamental alguna. Porque gracias
a la inteligencia, cuya sede reside necesariamente en la cabeza, podía, como
puede ahora todavía, conocer y adorar a su Creador, y gracias a la sensibilidad
que es su órgano del amor y cuya sede principal está en el corazón, podía
amarle y servirle, lo que completaba el culto de adoración, de amor y de
gratitud que le debía en espíritu y en verdad”.
“Leer
el Tratado, vivir la reintegración...”, dice Jean-Baptiste Willermoz. Martines de Pasqually
no dice otra cosa. Ni Saint-Martin, ni ningún teósofo, ni ningún iniciado de lo
que fuera. Pero Martines lo dice en su lenguaje y, en cuanto al buen uso del
Tratado, que este volumen ofrece a la escucha y a la traducción de los
aficionados, auténticos filósofos, conviene que su voz sea aquí preponderante,
y concluye: “Siempre he dicho que cada hombre tiene ante sí todos los
materiales necesarios para hacer todo lo que he podido hacer en mi pequeña
parte. Si el hombre quisiera, tendría potencia y poder[2]”.
Sin olvidar que “la cosa es a veces dura para aquellos que la deseen antes de
tiempo con demasiado ardor[3]”.
Ver Tratado de la Reintegración,
edición Dumas, 1974. Introducción de Robert Amadou.
Carta a Willermoz, con fecha del 19 de septiembre de 1822,
in Tratado de la Reintegración, edición Dumas. Introducción de Robert
Amadou.
Carta a Willermoz, del 7 de abril de 1770, in Tratado
de la Reintegración, edición Dumas. Introducción de Robert Amadou.