(5
de enero de 2013)
La relación de Louis-Claude de Saint-Martin y Jean-Baptiste
Willermoz es un tema fascinante por la extraordinaria riqueza de ambos
personajes.
Saint-Martin se instala con Willermoz en la casa que ocupaba la
familia Bertrand en Brotteaux, a su llegada a Lyon en septiembre de 1773.
Vivirá allí durante su estancia en Lyon, y el tiempo en que se llevarán a cabo
las lecciones de Lyon a los Élus Cohen (1774-1776). Saint-Martin relatará las
condiciones de su acomodo en esta casa, mientras trabajaba en su primer libro,
“De los errores y de la verdad”: “Escribí las primeras treinta páginas que
mostré al círculo que instruía para el Sr. Willermoz, y me comprometieron para
continuar ...” (Retrato, 165).
Se puede imaginar el ambiente que debía reinar en Lyon en aquella
época ...
Más allá de las diferencias entre las dos personalidades (no hay
que olvidar que Saint-Martin es más joven que Willermoz y el respeto por los
mayores tenía mucho sentido en el siglo XVIIIº), se establecerá un fuerte
vínculo entre Saint-Martín y la hermana de Willermoz, la señora Povensal, que
Saint-Martin designaba bajo el nombre de “Madrecita”, lo cual es indicativo de
su compromiso con ella. También había una relación estrecha entre Saint-Martín
y Antoine Willermoz, hermano de Jean-Baptiste, con el que visitó Italia en
julio de 1774 desde Génova y Turín, encontrándose con los hermanos italianos
instruidos en las prácticas martinezistas.
Las diferencias entre Saint-Martin y Willermoz eran referentes a
la cuestión del marco estructural de la vía según lo interno, no sobre el fondo
de la cuestión (ambos se alejaron de la teúrgia, apartándose de sus métodos,
por razones diferentes a primera vista - Saint-Martin parece haberse
beneficiado más de la gratificación de la “Cosa” durante las operaciones),
pensando de forma relativamente similar e idéntica en el plano teórico que
contiene una verdad central que les parecía muy evidente tras la desaparición
de Martínez:
El secreto del verdadero culto, transmitido de generación en
generación -culto que era el objeto de los trabajos Cohen-, en realidad se
desarrolla en la práctica en la identidad que existe hoy en día, tras la venida
de Cristo, entre “verdad” y “revelación” del Espíritu, por lo que para aquél
que ha sido iniciado en el misterio auténtico, la ciencia divina no es otra que
el conocimiento íntimo e interior de Dios, conocimiento que es, a la vez y en
el mismo acto, la teoría del verdadero culto y la práctica de su celebración.
Tal es la clave explicativa de la inutilidad, en última instancia, de las
prácticas externas, pues cuando se es aproximado auténticamente al conocimiento
íntimo de Dios en el corazón humano, este conocimiento se desvela como siendo
al mismo tiempo revelación de la ciencia secreta y celebración del culto divino
pues, después de Cristo, es “en espíritu y en verdad” que Dios debe ser
adorado (Juan IV:24); y esta indicación del Divino Reparador en el evangelio ha
de ser tomada muy en serio en el plano iniciático y espiritual.
Por lo demás, en efecto, Willermoz era más afín
al marco masónico para garantizar la estabilidad y preservación del depósito
doctrinal con vistas a proporcionar a las almas de deseo una vía segura hacia
la verdad, dada la condición del mundo y de los mismos hombres.
Es pues realista que Willermoz declare que una “estructura” es
necesaria en la situación actual. Saint-Martin, por el contrario,
considera que este marco (estructura) es, en el mejor de los casos, una
concesión a la debilidad humana, y en el peor inútil, restrictivo y un
impedimento para el logro del “gran asunto”. En una carta de 1783,
Saint-Martin expone sinceramente la naturaleza de sus quejas a Willermoz,
declarándole con una franqueza poco común que el origen del error es
tratar de “...centrar el espíritu en códigos y escuelas. Tal fue el defecto de
nuestro difunto Maestro [Martínez], así como del resto de
nosotros, sus discípulos. Me retracto totalmente de ello hasta abjurar hoy de
todas esas ordenanzas en las cuales se muestra el hombre y se aleja Dios”
(Saint-Martin, carta a Willermoz de 10 de febrero 1783).
Sin duda es coherente considerar que no se encuentra ninguna contradicción
esencial entre los dos enfoques de Willermoz y Saint-Martin, estando ambos
idénticamente fundamentados sobre el “culto en espíritu”.
Simplemente hay que considerar que todas las almas no son llamados a subir
la santa montaña de la misma manera, y probablemente a la misma velocidad...
sin olvidar nunca que todos, por la gracia, están ya en el seno de la Verdad.