Jean-Marc Vivenza,
Martinès de Pasqually y Jean-Baptiste Willermoz,
Le Mercure Dauphinois, 2020, pp. 676-677 |
«Willermoz, apoyándose en san Basilio de Cesarea (330-379) y su De Spiritu, y en la carta del papa Inocencio I a Decentius [Obispo de Gubbio] sobre el “don del Espíritu”, textos cuya lectura aconsejaba a los Caballeros Grandes Profesos, estaba convencido de algo que tomará como propio.
Será por ello que nos mostrará cómo, por su forma y su organización que culminan en el desarrollo de una enseñanza doctrinal, el Régimen Rectificado es absolutamente autosuficiente y completo, no teniendo ninguna necesidad de ningún otro complemento exterior.
Esta convicción se fundamenta en el secreto del verdadero culto, transmitido de edad en edad, revelándose en la práctica en la identidad que existe entre “verdad” y “revelación” del Espíritu.
Esto hace que, para los que han sido iniciados en los misterios de la Orden, la ciencia divina no sea otra cosa que la relación íntima e interior con Dios. Relación en forma de “revelación”, que es al mismo tiempo, y en el mismo acto, el descubrimiento de la “presencia” íntima del Ser eterno e infinito, en lo cual consiste la “Chose” [“Cosa”], y práctica de la celebración del verdadero culto “en espíritu y en verdad” (Juan IV,24), pues a partir de la experiencia del Espíritu que el hombre es capaz de vivir y sentir en su alma, de tal forma que esta pueda acontecer en el camino profundizado y esclarecido por la fe, se llega, por una gracia sobrenatural, al auténtico “conocimiento” que da entrada al “Santuario”. Tal es el secreto iniciático del Régimen Escocés Rectificado.»
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“El Espíritu solo se comunica a los que son dignos de él, no según una medida única, sino distribuyendo su operación en proporción a su fe”.
San Basilio de Cesarea, De Spiritu
“Mire con que ahínco, en cualquier circunstancia y por todas partes, en las solemnidades religiosas del Culto Católico, se exhibe el mayor lujo posible en iluminaciones, bonitos decorados, estupendos ornamentos, que son totalmente ajenos al objeto real del culto, el cual consiste esencialmente, como dijo Jesucristo a la Samaritana, en «adorar a Dios en Espíritu y en Verdad».”
Jean-Baptiste Willermoz, Carta a Achard, 1º al 8 IX, 1807