“Sírvete del don sublime de la palabra, signo exterior de tu dominio sobre la naturaleza, para salir al paso de las necesidades del prójimo y para encender en todos los corazones el fuego sagrado de la virtud” (Regla al uso de las Logias Rectificadas, Artículo VI-I)

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sábado, 15 de marzo de 2014

Martines de Pasqually y la Orden de los Élus Cohen




Apenas tenemos noticias sobre los cuarenta o cincuenta primeros años de la vida de Martines de Pasqually (+1774), no obstante, su influencia fue considerable sobre un número importante de masones del siglo XVIII, destacando Jean-Baptiste Willermoz en primer lugar.

Esta influencia se explica por la profundidad de la enseñanza que va a divulgar Martines, y la incontestable superioridad del valor metafísico de los ritos y ceremonias que propuso a los que aceptaban pertenecer a su escuela.

Toda la doctrina de Martines se puede resumir en una palabra: “Reintegración”. Reintegración de los seres como consecuencia de su caída anterior que les arrojó al corazón de las tinieblas del mundo, condenándolos al exilio que les separa de su verdadero origen[1].     

Dios ordena, tras el episodio trágico de la rebelión de los ángeles, que los espíritus perversos, es decir, los demonios y sus jefes, sean “precipitados en lugares de tinieblas, por una duración inmensa de tiempo” (Tratado, § 15 “Origen del mal”), y por este hecho ordena a los espíritus menores ternarios proceder a la creación del universo material con la finalidad de que sea una prisión, una barrera infranqueable, un límite herméticamente cerrado y cercado de forma que pueda “contener y sujetar a los espíritus malvados en un estado de privación”, de suerte que las fuerzas negativas hostiles sean mantenidas firmemente distantes y limitadas en dominios extraños[2].

Pero Dios decide, para poder reparar esta primera “caída” original, “emanar” al hombre, calificado de “menor” espiritual por su última aparición en el plano divino, dotado de privilegios elevados, ya que el primero de entre los hombres, Adán, emanó como puro espíritu inmaterial, teniendo por misión operar para la preservación del orden divino, y al mismo tiempo participar para la “rehabilitación” de los que se habían apartado radicalmente.

Desgraciadamente, explica Martines, Adán a su vez se hundió en el orgullo, pretendiendo ser creador e independiente, reivindica una  autonomía y transige con los demonios, perdiendo su cuerpo de gloria y materializándose en una forma corporal carnal de materia tenebrosa e impura, como la que les fue dada a los espíritus prevaricadores: “apenas Adán hubo cumplido su voluntad criminal, el Creador, haciendo uso de su omnipotencia, transmutó de inmediato la forma gloriosa del primer hombre en una forma de materia pasiva, semejante a la surgida de su horrible obra. El Creador transmutó esta forma gloriosa, precipitando al hombre en los abismos de la tierra, de donde había salido el fruto de su pecado. Así, el hombre pasó a habitar sobre la tierra, como el resto de los animales, en lugar del sitio que ocupaba antes de su crimen, cuando reinaba sobre esta misma tierra como hombre Dios, y sin ser confundido con ella ni con sus habitantes”. (Tratado, § 24, « El hombre arrojado a la Tierra »)

El trabajo que se le impone al hombre en el presente, puesto que se haya reducido a un estado de sumisión a la materia como consecuencia de su prevaricación, consiste pues, según Martines, en rehacer el camino, reencontrar la dirección de su retorno mediante un conjunto de prácticas, de técnicas operatorias e invocatorias que se conocen por el vocablo de “teúrgia”.

La perspectiva escatológica en la cual penetraba el masón iniciado en la “Orden de los Élus Cohen” de Martines de Pasqually se inscribía pues en esta comprensión global de la historia de la caída, sabiendo que el primer hombre, Adán, no se detiene tras su falta inicial sino que la reitera por su debilidad hacia las cosas materiales, su voluntad pervertida y su apetito carnal del que nació Caín. La posteridad de éste último, marcada por su degradación, se verá en la incapacidad de asumir su misión espiritual; Caín matará también a su hermano Abel, quedando así únicamente Seth en condición de celebrar el culto primitivo.

Tras el diluvio, es a Noé a quien incumbirá perpetuar la descendencia de Seth, y es a esta descendencia pura a la cual corresponde imperativamente asociar a los Élus Cohen.

No obstante, como enseña Martines a sus émulos, es únicamente de Cristo, que tomará forma humana material degradada: “volviendo a trazar la incorporación material del primer hombre, que, tras la prevaricación, fue desprovisto de su cuerpo de gloria y, tomando uno de materia grosera, se precipitó en las entrañas de la tierra[3], que la posteridad de Adán podrá recibir los elementos de su regeneración espiritual completa.

Es pues esta doctrina, y su ambicioso programa de la “reintegración” -habiendo apartado la teúrgia-, lo que Jean-Baptiste Willermoz introducirá, durante el Convento de las Galias (1778), en el seno de la Estricta Observancia Templaria, fundando así sobre bases iniciáticas bastante originales un nuevo sistema masónico: el Régimen Escocés & Rectificado. 



[1] Esto es lo que sostiene Martines a propósito de la creación material, concebida para aprisionar a los espíritus rebeldes: “Cuando estos primeros espíritus concibieron pensamientos criminales, el Creador aplicó la ley sobre su inmutabilidad, creando este universo físico de apariencia material para que fuera el lugar fijado donde estos espíritus perversos actuaran y ejercieran en privación toda su malicia. (…) Este menor solo fue emanado después que este universo fuera formado por la Omnipotencia divina para ser el asilo de los primeros espíritus perversos y el límite para sus malas obras, que no prevalecerán jamás contra las leyes de orden impuestas por el Creador a su creación universal”. (Tratado sobre las Reintegración de los seres en su primera propiedad, virtud y potencia espiritual divina, § 6, “La creación material”).

[2] Apenas los espíritus perversos fueron expulsados de la presencia del Creador, los espíritus inferiores y menores ternarios recibieron el poder de operar la ley innata en ellos de producción de esencias espirituosas, a fin de contener a los prevaricadores en los límites tenebrosos de privación divina”. (Tratado, § 233, « Emanación del hombre ») 

[3] Tratado, § 91, « Expulsión de Adán y encarnación de Cristo ».

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