RÉGIMEN ESCOCÉS & RECTIFICADO
Convento de las Galias celebrado
en Lyon en 1778
6ª Sesión del 22 de Noviembre
Discurso de
Jean de Turkhein, e. a Flumine
“¡Muy Magnífico, Muy Reverendos Hermanos!
Una
nueva legislación acaba de reformar los abusos de la antigua; la Ciudad Santa
está purificada y sobre sus altares humea ya el incienso de las buenas obras
que ofrecemos como tributo a la Divinidad. Caballeros Bienhechores, defensores
de la santa Religión de Cristo, soportes de la humanidad afligida, acabamos de
trazar vuestros deberes y nuestros votos están escritos en el cielo. Una
posteridad agradecida bendecirá nuestros trabajos desinteresados, y ya vuestros
corazones se estremecen de esta voluptuosidad dulce que es la recompensa más
sublime de la virtud. Traigamos de nuevo a la Tierra la imagen de esta Ciudad
Santa a la que las esperanzas del sabio y las certidumbres del cristiano
tienden igualmente. Hermanos míos, iluminemos al hombre sobre sus necesidades,
sin orgullo; aliviemos sus dolores sin ostentación; destruyamos sus prejuicios,
sin violencia. ¡Que nuestros Templos sean la patria universal de las almas
sensibles; que la prudencia severa, apoyada en las santas costumbres, se asiente en la puerta de nuestra Ciudad y
aparte para siempre los corazones duros y perversos! ¡Qué feliz estoy, hermanos míos, por haber
colaborado en nuestros trabajos! Vuestra amistad me lo pagó con creces.
Reunamos
tantas fuerzas individuales como sea posible para formar un depósito de luces y
buenos hechos. Hay necesidades físicas no satisfechas de las que la
beneficencia debe secar la fuente. Nuevos pelícanos, que vuestro pecho se abra
para saciar al infortunado que se esté secando en la miseria, para cambiar las
lágrimas de sangre que vierte en lágrimas de alegría y agradecimiento. Pero
también hay necesidades morales no menos preciosas para el espíritu justo que,
atormentado por las incertidumbres que le rodean desde la cuna, cansado del
vacío de las ciencias humanas que ha consultado en vano, las cuales sólo le
ofrecieron, en lugar de verdades, errores brillantes y palabras vacías de
sentido, suspira tras nociones más precisas sobre su origen, sobre el destino,
sobre sus fuerzas, y es tentado a descender en sí mismo para despertar el
germen de estas cualidades originarias en todo hombre que fue creado a imagen
de la Divinidad, pero que están ocultas por la pereza que los envuelve o el
prejuicio que los destruye. No descuidemos, hermanos míos, satisfacer también
las necesidades de esta clase, saciar la sed de la virtud que arde en los
corazones más sensibles.
No
predico el ascetismo; lejos de mí cualquier contemplación puramente pasiva que
aísla al ciudadano y seca su corazón. Lejos de nosotros estas sombrías meditaciones
que concentran la imaginación exaltada en los gabinetes apartados, la pierden
en las esferas ideales y la apartan del servicio a la sociedad. Lejos de
nosotros estas combinaciones alquímicas, tan peligrosas por su atractivo, a cuyas
locuras ciertamente debemos de forma accidental algunos descubrimientos
interesantes, pero que una química esclarecida proscribió y expone al ridículo
y a la miseria.
Pero
separemos de estos errores, de estas locuras, la ocupación más noble del hombre, depositario
del soplo divino que lo anima: la augusta contemplación de la Verdad. Cuando
hayamos advertido lo superfluo para la humanidad afligida; cuando hayamos
proporcionado a nuestros corazones un alimento sublime, no impidamos a los que
prefieran los placeres engañosos de la sociedad, la ebriedad pasajera de los
sentidos, descansos más útiles y satisfactorios, llevar a las tinieblas del
espíritu humano la llama de la Verdad, la cual quizás no luzca en las escuelas
de Ciencia vulgar. No agitemos en las funciones augustas del sacerdocio
primitivo a estos sabios modestos, que no buscan la ciencia para enorgullecerse
y provocar la admiración, sino para hacerse mejores y más útiles. Si los
progresos de las luces preparadas por la duda modesta, por esta desconfianza sabia
de los prejuicios vulgares que prescribió Descartes, no son lo bastante
visibles para hacernos creer que por fin algunos espíritus privilegiados y bien
intencionados podrán forzar la verdad hasta sus últimos reductos y recobrar el
fuego sagrado que hemos perdido; al menos, Muy Respetables Hermanos, me atrevo
a reclamar en favor de nuestros HH. que la buscan esta tolerancia dulce, grito
del siglo, base de nuestra Orden. ¿Por qué, por un ridículo que no merecieron,
que el mismo sabio a veces tiene la debilidad de temer demasiado, forzarlos a
abandonar nuestra Ciudad bienhechora y hundirse en los asilos más apartados?
¿Por qué disminuir la masa de los beneficios y de las luces que deberíamos
estar celosos de aumentar? ¿Acaso no es hacernos cómplices de su deserción y
responsables para con la humanidad de los recursos que les hemos quitado sin
necesidad?
Pero
voy más allá; los monumentos más auténticos nos obligan a creer que la
Masonería es más antigua que nuestra S[anta] O[rden], de los cuales ella misma fue depositaria
durante algún tiempo; que estos símbolos son la corteza de las verdades
preciosas y eternas. Pues, ¿no sería desnaturalizar esta sociedad antigua y
augusta, quitarle los medios que le son propios para iluminarse, dando un
sentido exclusivo a sus alegorías, cuyo mérito es quizás encerrar varias?
Uno
de los objetos de este Convento debería ser la comunicación de las
investigaciones hechas por diferentes HH. sobre la antigüedad de la Masonería y
sobre su objetivo primitivo. Encargado de reagruparlos, contaba con presentar
los resultados a esta augusta asamblea; pero los trabajos de redacción del
código absorbieron todo mi tiempo. En la impotencia de cumplir con mis
compromisos al completo, leeré hoy, bajo la complacencia del Convento, la
primera parte de las instrucciones, la cual es histórica. Vuestras Reverencias
resolverán sobre el uso que se podría hacer de ello, y quizás tenga alguna
influencia sobre las respuestas que dar a las preguntas de los HH. de
Montpellier”.
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