“¡Hombre! ¡Rey del mundo!
¡Obra maestra de la creación que Dios animó con su Aliento!, medita tu sublime
destino. Todo lo que vegeta alrededor de
ti, y que sólo tiene una vida animal, perece con el tiempo y está sometido a su
dominio: sólo tu alma inmortal, emanada del seno de la Divinidad, sobrevivirá a
las cosas materiales y no morirá jamás. He ahí tu verdadero título de
nobleza; siente con fuerza tu dicha, pero sin orgullo: él pierde a tu raza y te
precipita otra vez en el abismo. ¡Ser degradado!, a pesar de tu primitiva
grandeza, ¿quién eres tú delante del Eterno? Adórale desde el polvo y separa cuidadosamente este principio
celeste e indestructible de mezclas extrañas; cultiva tu alma inmortal y
perfeccionable, y hazla susceptible de ser unida al origen puro del bien,
entonces será liberada de los groseros
vapores de la materia”
[Artículo II de la Regla masónica al uso de las Logias Reunidas y Rectificadas]
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