“Sírvete del don sublime de la palabra, signo exterior de tu dominio sobre la naturaleza, para salir al paso de las necesidades del prójimo y para encender en todos los corazones el fuego sagrado de la virtud” (Regla al uso de las Logias Rectificadas, Artículo VI-I)

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lunes, 28 de octubre de 2013

Hay en la humanidad una élite que busca a Dios. Frédéric-Rodolphe Saltzmann



 

Hay en la humanidad una élite que busca a Dios. Saltzmann pertenece a ella. En la base de esta búsqueda, constatamos frecuentemente la existencia de una experiencia personal: buscamos a Dios solo cuando Él nos ha encontrado, dijo Pascal. El hombre es libre de rechazar la llamada de la Divinidad. Saltzmann cree en el libre albedrío:

Der freie Wille ist das groesste Geschenk, das der Mensch von Gott erhalten hat (La libre voluntad es el don más grande que Dios dió al hombre).

El hombre encontrado por Dios experimenta su nada; tiene asco de sí mismo, se percibe bajo los colores más oscuros, e incluso exagera su culpabilidad. Los Santos hablan de su vida pasada como de un abismo de perdición. Dios se reveló a Saltzmann en la naturaleza, en su conciencia, por su Palabra y su Espíritu, y también, como resaltábamos más arriba, por sus sueños y sus visiones. Ocurrieron cosas extraordinarias en su desarrollo espiritual, creyó estar en relación directa y personal con el más allá.

Para despejar su espíritu de su envoltorio corporal y volverle sensible a la acción divina, Saltzmann recurre al ascetismo; recuerda las prácticas de los primeros siglos, de actualidad en Post-Royal; practica a menudo el ayuno, particularmente los viernes. Traduce un tratado de la Sra. Broune sobre “los cuarenta días de ayuno de Cristo en el desierto”. Saltzmann cree que el hombre que aspira a la vida divina puede desarrollar en él esta vida gracias a la soledad; opina que la disminución del amor en la soledad es un indicio de una regresión de la vida religiosa. Experimenta lo que los grandes místicos, a saber, que el deseo de cambiar de lugar es una tentación.

El cristiano, según Saltzmann, está protegido por una Providencia personal e individual, y se convierte en una providencia para su entorno, como aquel justo de Sodoma. Esta seguridad le brinda una paz sobrehumana. Saint-Martin, quien fue en cierta medida un discípulo de Saltzmann, recogió en una página admirable lo que es, según él, la esencia de la vida religiosa: No solo el hombre es conocido y amado personalmente por la Providencia, sino que debe vivir en ella y volverse uno con ella”.

Anne-Louise SALOMON, F.- R. Salzmann, 1749-1820 - Son rôle dans l'histoire de la pensée religieuse à Strasbourg (Su papel en la historia del pensamiento religioso en Estrasburgo), Paris, Berger-Levrault, 1932, p. 86 à 88.


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