Extracto de su obra "Los Élus Cohen y el Régimen Escocés Rectificado", Capítulo V: "Expiación, purificación, reconciliación y
santificación: los cuatro tiempos de la reedificación del Templo del menor
espiritual"
"...¿cómo se va a traducir, para el Régimen Escocés Rectificado, esta “ciencia del hombre”, que procede directamente
de la enseñanza martinezista sobre la cual se apoya, por medio de correcciones
previas y significativas enmiendas efectuadas para volverla conforme a las
verdades de la fe cristiana? De qué manera esta “ciencia” singular conseguirá, concretamente, coger forma para
conseguir fundirse enteramente en los diversos grados y niveles de la “rectificación”,
hasta tal punto que se volverá tan íntima con el Régimen Rectificado que es
ahora relativamente delicado, debido al genio con el cual Willermoz supo, mediante
suaves toques, distribuir los elementos de esta ciencia en su sistema, extraerla
para proyectar sobre ella una luz que le permita aparecer en toda su integral profundidad
y clara formulación.
La
única manera de conseguir resolver estas legítimas cuestiones, cuya elucidación
es indispensable si se desea llegar a comprender la esencia espiritual
auténtica del Rectificado, es preguntarse en qué consiste el primer y mayor objetivo,
el objetivo central del Régimen fundado por Jean-Baptiste Willermoz. Ahora
bien, a esta pregunta se puede aportar una respuesta simple e inmediata, que
nos es expuesta por la Instrucción
secreta de los Grandes Profesos: “El único objetivo de la iniciación es conducir
del Porche al Santuario”; lo que significa, positivamente, que el
Rectificado, cuya finalidad es “esclarecer
al hombre acerca de su naturaleza, su origen y su destino”, no posee otro
programa que el de la “Reintegración”.
Es
evidente, como lo mostrará Willermoz, que si el hombre no hubiese degradado su
naturaleza librándose a la prevaricación, sería inútil iniciar hoy en día tal
proceso de regeneración. Pero ahora, pudriéndose en su estado lamentable, un
importante trabajo se le impone puesto que el hombre es “indigno de acercarse al Santuario”, trabajo que podría resumirse en
la imperativa obligación para el Menor espiritual caído de obrar en recobrar su
estado primitivo original, que fue el objetivo reconocido de la verdadera
Iniciación por el intermedio de sus profetas y de sus enviados que
prescribieron siempre “una multitud de
lustraciones y purificaciones de todo tipo que exigían a los iniciados, y solamente
tras haberles preparado de esta manera, les hacían descubrir el único camino
que puede conducir al hombre hacia su estado primitivo y restablecerle en sus
derechos perdidos” (Instrucción secreta). Si no hay otra finalidad para la
iniciación, ni otro objetivo más precioso y vital, lo que sostendrá con gran
fuerza y enérgica convicción Jean-Baptiste Willermoz, entonces se hace necesario
organizar un camino, preparar una “vía” que se encarnará en lo que quiso ser, y
se pensó en tanto que Orden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa, la
rectificación comprometida en 1778 en Lyon.
Curiosamente,
para llevar a la práctica este proceso de reintegración del hombre, y casi
invisiblemente dándole a primera vista un barniz “ético” o “moral”, que llegará
hasta engañar a algunos Masones, y no los menos instruidos, el Rectificado
retomará por su cuenta sin divulgarlo demasiado las tesis de Martinès relativas
al culto primitivo, y reproducirá así los grandes principios de la doctrina de
los Cohen: “El hombre, ser espiritual
menor, tenía que operar un culto. Era puro y simple, pero habiendo degradado su
ser y desnaturalizado su forma, su culto cambió. Se ha vuelto sujeto a la ley
ceremonial del culto. El hombre, que participa de la naturaleza divina y
completa la cuádruple esencia, debe rendir un culto que corresponde a las
cuatros facultades divinas de las cuales es imagen y semejanza”. Es cierto
que el culto celebrado por los Cohen integraba elementos del culto celebrado
por Adán, pero perfeccionándolos, haciéndoles más eficaces y justos: “Culto de expiación, purificación, reconciliación,
santificación. El último corresponde al pensamiento divino, el tercero a la
voluntad o al verbo, el segundo a la acción, el primero a la operación. El
hombre en su primer estado solo tenía que operar para él un culto de
santificación y de alabanzas. Era el agente por el cual los espíritus que debía
traer de vuelta debían operar los otros tres. Al haber caído, debe operarlos él
mismo. Estos cuatro cultos se designaban en la antigua ley por los 4 diferentes
sacrificios que hacía el gran sacerdote, por las 4 especies de animales.
También lo eran por los 4 tiempos, o fiestas principales, y por las 4 oraciones
diarias. El verdadero culto fue enseñado a Adán tras su caída por el ángel
reconciliador, fue operado santamente por su hijo Abel en su presencia,
restablecido bajo Enoc quien formó nuevos discípulos, olvidado después por toda
la tierra y restaurado por Noé y sus hijos, renovado luego por Moisés, David,
Salomón, Zorobabel y finalmente perfeccionado por Cristo en medio de los doce
apóstoles en la Última Cena”[1].
Este
culto nunca será enseñado en términos directos a los miembros del Régimen Rectificado,
puesto que Willermoz reservará su conocimiento, no práctico sino teórico,
únicamente a los Caballeros Profesos y a los Grandes Profesos. Sin embargo, se conducirá
a los hermanos del Régimen por un proceso de regeneración espiritual tal que
cumplirán, sin estar realmente consciente de ello, los principios, las reglas,
las leyes y ceremonias de este culto, llevándoles a comprometerse, lenta y
armoniosamente, en una santa labor de regeneración espiritual durante todo el
tiempo de su vida masónica. Sin embargo, el carácter fundamental del
cuaternario va a tomar con el Régimen Rectificado, que se libera de los marcos
de la masonería estructurada en tres grados de Aprendiz, Compañero y Maestro,
tal evidente dimensión que va a posicionar al sistema de Willermoz en una
actitud de brusca y, para algunos, chocante originalidad, de tal forma que se
va a acoplar con las convicciones de la doctrina Cohen, que retoma para su propósito
a este respecto y las hace completamente suyas. Así, para reedificar el templo
tripartito destruido y en ruinas, el Menor de potencia cuaternaria deberá, en
cuatro tiempos, reencontrar los elementos del culto original fundado sobre los
cuatro sacrificios, las cuatro oraciones diarias y las cuatro fiestas
principales. Descubrimos entonces mucho mejor por qué Willermoz, quien deseaba
situar su Orden bajo los auspicios del “verdadero culto” y del sacerdocio
primitivo, edificó su sistema masónico en cuatro grados y no en tres.
***
Volviendo
con un sentido consumado de la pedagogía espiritual sobre las grandes líneas de
la historia universal, Jean-Baptiste Willermoz, que observará sobre este punto
una gran fidelidad con respecto a la enseñanza de Martinès de Pasqually, sobre
todo cuando éste, como era natural, se fundaba y se basaba en la exposición de
su doctrina sobre el texto y la letra de la Santa Escritura, llevará entonces
toda la perspectiva de su sistema iniciático en una sutil y extremadamente
realista obra de regeneración, siguiendo casi paso por paso las diferentes
etapas que vieron a Adán, escuchando desgraciadamente al padre de la mentira,
ser desposeído de su estado glorioso, luego expulsado del Edén para sufrir, en
este mundo tenebroso, el espantoso duelo de un exilio que le valdrá, debido a
una penosa expiación, al principio sufrida, pero que todo hombre tendrá que
aceptar y poner en práctica para poder colaborar en el trabajo de purificación
que permitió a la humanidad reencontrar la amistad de Dios y beneficiarse de la
gracia reparadora y santificadora de su Hijo, ofrecida hoy en día gratuita y
libremente a toda criatura deseosa de reencontrar el camino que conduce a la
inefable comunión con el Eterno por la reconstrucción del Templo universal
tripartito.
Estas
tres partes del Templo universal, y por ende del Menor, van a ser
particularmente marcadas y resaltadas en el seno del Régimen Escocés
Rectificado, el cual, recogiendo y adaptando magistralmente la forma arquitectónica
del Templo que Salomón edificó en Jerusalén (forma organizada según las diferentes
estancias del santo edificio: Porche, Santo, y Sancta Sanctorum, perfectamente
adaptable, al menos simbólicamente, en lo que debiera ser la reedificación
espiritual de cada hijo de Adán), invitará a los hermanos a franquear los muros
que les alejan, desgraciadamente, del recinto sagrado y, a continuación,
penetrar piadosamente, bajando la cabeza con el sentimiento de su falta, en el
interior de este majestuoso Templo para poder, finalmente, al entrar en el
Santuario, alabar a la Divinidad y celebrarle un verdadero culto, magnificando
la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu, cantando la inmensidad de su Amor.
En
este esquema tripartito de reconstrucción, todo participa de un gran y
escrupuloso respeto hacia la Palabra de la Revelación, todo está en profundo
acuerdo con la doctrina de los padres de la Iglesia, todo se corresponde con un
exigente conocimiento de la realidad espiritual y antropológica que preside en
el fondo la constitución interior de cada ser y condiciona rigurosamente los
más mínimos progresos en su camino personal hacia el Reino de la Verdad.
Cuando
trataban la cuestión del camino espiritual, los doctores de la fe hablaban
efectivamente de un progreso que se descomponía en tres tiempos distintos,
respectivamente: la purificación, la iluminación y la unión. La mayoría de los
tratados al respecto explicaban con todo lujo de detalles lo que distinguía
estos tres tiempos, y describían la manera de avanzar en el seno de estas
etapas esenciales de la perfección cristiana donde el alma se purifica
sintiendo su inteligencia, su memoria y su voluntad. Pero la juiciosa intuición de Willermoz fue la de
conjugar, reuniendo los cuatro tiempos del culto primitivo con la
reconstrucción tripartita del Templo universal, la perspectiva de la “Reintegración”
tal como la describió Martinès de Pasqually, con los criterios seguros y sabios
de la tradición secular de la teología ascética y mística. Esta pertinente “alianza”
desembocará en la constitución de una arquitectura iniciática muy eficaz,
respetuosa de los fundamentos de la Revelación, atenta al sentido simbólico
propio que podían constituir para la criatura caída los grados de su retorno amistoso
cerca de Dios.
Presentando
al hermano de manera clara el Porche, el Templo y el Santuario como tantos
recintos que tendrá que franquear para acceder a la plenitud de la iniciación
que espera obtener de por su compromiso en la Orden, el Régimen Escocés Rectificado,
al reconstituir con sus tres clases (Masonería, Caballería y Profesión) las
tres partes tradicionales del Templo, se inscribirá desde entonces como una
verdadera escuela de realización evangélica, a saber, volver a dar consciencia,
aquí abajo, a cada miembro, hermano querido del Señor, del lugar que le
corresponde y que le espera desde siempre en el Cielo cerca del Eterno.
Estas
tres partes del Templo responden a un ternario que sabemos ocupa un lugar
fundamental en el Régimen Escocés Rectificado, y van por tanto a desempeñar un
papel central desde el punto de vista de la aplicación del trabajo iniciático
que solo podrá apoyarse, claro está, porque todo depende de ello, todo procede
de ello y todo conduce a ello, sobre el ternario en el sentido genérico del
término. Robert Amadou publicó una tabla recapitulativa muy instructiva al
respecto en su Prefacio a las Lecciones de Lyon, precedido de esta
advertencia: “El ternario fue elegido
entre las diez páginas del libro del hombre porque es necesario empezar con lo
que se tiene. 3 es del mundo universal, según lo cual todo es producido, y
número de las formas producidas; número del Verbo y del Espíritu Santo en acción,
número de sus agentes creadores; número de nuestro mundo, pobres de nosotros,
ricos de nosotros”.
Con
el objetivo que sea un paradigma permanente en su sistema masónico, Willermoz,
fino pedagogo, añade a este cuadro general los tres tiempos de la historia del
hombre y de la reconstrucción de su Templo, insistiendo sobre el trabajo
necesario derivado de la comprensión de esta puesta en perspectiva universal
que condiciona, en cada período y para todas las generaciones que se han
sucedido y que se sucederán en este mundo, el destino de los hijos de Adán
esperando la reconciliación que les abrirá por fin las puertas del Reino: “Este término, escribirá Saint-Martin, solo será alcanzado por aquel que haya
pasado por el crisol de la purificación, haya sufrido todas las pruebas que la
justicia exige a los culpables menores y haya trabajado el tiempo requerido a
la gloria del Gran Arquitecto del Universo. Esto será el salario que recibirá
cada elegido cuando haya fielmente cumplido con los deberes de aprendiz y de
compañero, para merecer ser recibido maestro, es decir, ser admitido al culto en
el altar y a llevar el incensario”.
No
podemos dejar de recordar las palabras dirigidas por el hermano Orador al nuevo
iniciado del Régimen Escocés Rectificado, explicándole el sentido de los tres
viajes que acaba de realizar: “Los tres
estados de Buscador, Perseverante y Sufriente están tan ligados en el hombre de
deseo que nos ha parecido necesario recordárselos juntos a través de cada uno
de los viajes. Los tres viajes en la oscuridad han representado la penosa
carrera que el hombre debe recorrer, los inmensos trabajos que debe realizar
sobre su espíritu y sobre su corazón, y el estado de privación en el cual se
encuentra cuando está abandonado a sus propias luces. La espada sobre el
corazón designa el peligro de las ilusiones a las cuales está expuesto durante
su carrera pasajera, ilusiones que no puede rechazar más que con vigilancia y
depurando siempre sus deseos. Las tinieblas que os rodean designan también
aquellas que cubrían todas las cosas en el principio de su formación. Finalmente,
el guía desconocido que os ha sido dado para recorrer este camino figura el
rayo de luz innato en el hombre, única vía para sentir el amor a la verdad y poder
llegar hasta su Templo”.
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