“Sírvete del don sublime de la palabra, signo exterior de tu dominio sobre la naturaleza, para salir al paso de las necesidades del prójimo y para encender en todos los corazones el fuego sagrado de la virtud” (Regla al uso de las Logias Rectificadas, Artículo VI-I)

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lunes, 24 de mayo de 2010

Domingo de Pentecotés

Ayer celebramos en todas las iglesias la fiesta del domingo de Pentecostés y me han quedado unas reflexiones que quisiera compartir con todos.

La celebración del domingo de Pentecostés, como todos sabéis, es la celebración del Espíritu Santo. Ese tercer miembro de la Trinidad, que a veces pasa desapercibido y sin embargo es el fundamento del Secreto Masónico y del Secreto de la Existencia. (Nótese que he escrito Secreto con mayúsculas, pues es del Gran Secreto que estamos hablando).

Vivimos en un mundo en el que el Espíritu Santo actúa en Secreto constantemente. La gente normalmente se refiere a él como la suerte. Otros más cristianos preferimos utilizar el termino de Divina Providencia, pero en todo caso quien ejerce su influencia es el Espíritu santo.

El Espíritu Santo es el espíritu de la Esperanza, de la Caridad y de la Fe. Gracias a Él, el Padre y el Hijo son Uno. Gracias a Él, la existencia se sostiene, y gracias a Él el devenir de los tiempos recorre un sendero marcado por el Padre.

El Espíritu Santo pone las cosas, las personas y las Instituciones en su lugar, El Espíritu Santo endereza lo que está torcido, el Espíritu Santo dirige nuestras vidas y existencia.

Que gran ceguera supone ignorar al Espíritu Santo. Que gran ceguera domina en el mundo. Los hombres creemos que los caminos los hacemos nosotros. Creemos que el destino lo marcan las gentes. Que profunda ceguera nos imbuye!!!

Vivimos en el mundo del maligno, pues creemos al igual que él que podemos vivir marcando nuestro propio destino y eso nos hace ciegos a la verdad y subditos del diablo. El mal procede de nuestra creeencia en que somos alguien importante. Hasta que llega una desgracia, un terremoto, un volcan, una fuerte tormenta, una bajada de la bolsa, una crisis mundial y nos damos cuenta que no somos nada en esta inmensidad.

No somos más que un barco sin vela y sin motor que navega arrastrado por los vientos y las corrientes o a merced de una profunda calma. Es el Espíritu de Dios quien nos conducirá a un puerto seguro o a la mayor de las catastrofes según hayamos merecido.

El Espiritu Santo es quien nos dirige constantemente y nos une a todos con el Padre.

El Espíritu Santo es el Señor de aquellos que se dejan amar por Él y el azote de los demonios que solo creen en si mismos.

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