Primero: El hombre ha sido creado a imagen y semejanza divina, y en el estado primitivo glorioso que le era propio, gozaba de la inmortalidad y de la beatitud perfecta porque estaba en comunión directa y constante con el Creador, en unidad con él. Esto es lo que expresa el adjetivo glorioso, al que hay que tomar en su sentido más amplio en que aparece en las Escrituras, en donde la gloria pone de manifiesto la presencia inmediata y luminosa de Dios (en masonería la palabra gloria tiene este sentido: para todo masón, trabajar a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo es trabajar en presencia del Dios Creador).
El primer hombre, revestido con luz divina, es decir, participando de las virtudes y poderes que están en la esencia divina (lo que la teología cristiana oriental llama las energías increadas), participando sin ser él mismo de la esencia divina, tenía como destino ser el rey de este universo creado por Dios.
Segundo: Este hombre, por decisión de su libre voluntad, se ha desviado y separado de su Creador y ha caído. Y, en consecuencia, ha perdido la semejanza divina. Sin embargo, la imagen divina subsiste en él inalterada, porque la huella de Dios es inalterable. Esta imagen está deformada, se ha convertido en algo disforme, y esto es lo que simboliza el paso de Oriente a Occidente, de la luz a las tinieblas, de la unidad a la multiplicidad: Adán expulsado de ese lugar de luz y de paz total (pax profunda) que era el Paraíso terrestre; y entendamos que el Paraíso terrestre no era en realidad un lugar, sino un estado del ser.
Este hombre separado de su origen, que es Dios, de su verdadero Oriente, es llamado por Willermoz, influenciado por Martinez de Pasqually, el hombre en privación. Y esta privación es absoluta. Esto conlleva un doble castigo, castigo exigido por la justicia divina, pero al que el hombre se ha condenado por sí mismo. El primero es que el hombre no está en unidad con Dios, en comunicación inmediata y constante con Él. Esto viene designado en los antiguos textos como la muerte intelectual, teniendo en cuenta que en el lenguaje de la época, intelectual quería decir espiritual, incorporal; nosotros diríamos ahora que el hombre caído está en estado de muerte espiritual.
Pero ha sufrido también un segundo castigo. La mutación ontológica radical que la caída del hombre ha provocado en él se manifiesta también por el hecho de que el cuerpo glorioso de que estaba inicialmente revestido, cuerpo de luz, cuerpo espiritual, se ha transformado en un cuerpo de materia sujeto a la corrupción y a la muerte; de suerte que, condenado a la muerte espiritual, lo está también a la muerte corporal.
En este estado, a partir de ahora el hombre se encuentra dotado de una doble naturaleza: su naturaleza espiritual, gracias a la cual continúa siendo imagen de Dios, y que ha conservado; y la naturaleza animal corporal que le ha valido su caída y que le asemeja a los animales terrestres.
Y es víctima por ello de horribles tormentos. Como ser espiritual, aspirante por su propia naturaleza a la unidad con Dios, sufre indeciblemente por su ruptura con él. Como ser animal, se ha convertido en el esclavo de sus sensaciones y necesidades físicas y en juguete de las fuerzas y elementos materiales. En fin, como ser doble, a la vez espiritual y animal, está desgarrado y descuartizado por el antagonismo entre las aspiraciones y tendencias contrarias de sus dos naturalezas.
Trágica es, pues, la condición actual del hombre.
Tercero: Sin embargo, el Régimen Rectificado nos enseña que esta privación absoluta, que se ha convertido según la justicia divina en definitiva, no lo será en realidad a causa de la entrada en juego de la misericordia o clemencia divina, la cual aparece en el instante en que el hombre se arrepiente. Ahora bien, arrepentirse es volver a encontrarse a sí mismo, es recuperarse. Es desviarse de las tinieblas y hacer frente de nuevo a Oriente en donde se encuentra la Luz. Es ponerse en situación de ascender a sus fuentes, a su origen. Entonces es cuando el trabajo de iniciación es verdaderamente posible. Pues la iniciación es uno de los medios utilizados por la misericordia divina (y esto, desde el primer instante de la caída) para permitir al hombre recuperar su estado original restableciendo en él la semejanza a la imagen divina, restaurando en él la conformidad del tipo al prototipo, del hombre a Dios.
Por esta razón se afirma insistentemente que el verdadero y único objetivo de las iniciaciones es el de preparar a los iniciados para descubrir el único camino que puede conducir al hombre a su estado primitivo y devolverle los derechos perdidos. Texto a parangonar con aquel otro en el que Louis-Claude de Saint Martin expone que el objeto de la iniciación es el de anular la distancia que hay entre la Luz y el hombre, o el de acercarle a su origen, reponiéndole en el mismo estado en el que estaba en un principio.
La iniciación es una consecuencia de la caída; consecuencia no fatal, sino providencial; no obligada sino deseada por la misericordia divina para contrarrestar la caída y anular sus efectos. Es un auxilio de la Providencia al hombre, que no le ha faltado nunca a lo largo de su historia, y por esta razón las sucesivas formas que adoptó la iniciación a lo largo de los tiempos (y la masonería es una de ellas) estuvieron en relación con las vicisitudes temporales del hombre, que sin cesar se debate entre la caída y el arrepentimiento.
Captareis también, al mismo tiempo, no sólo la utilidad, sino la necesidad de una enseñanza conexa con la iniciación. Tiene como fin hacer que el hombre tome conciencia, por un lado, de su estado presente y , por otro, del estado que era el suyo original, y que puede volver a ser suyo. El objetivo es evidente: producir en el hombre ( en el iniciado) un cambio de estado de conciencia, de modo y manera que permita el hacer posible el cambio de estado del ser que debe realizar el trabajo iniciático. Los dos (estado de conciencia y estado del ser) están ligados.
Es por esto por lo que el rito trata sobre el tema de la construcción del templo, de su destrucción y su reconstrucción, que es la transposición de forma constructiva del tema de la semejanza de imagen, sucesivamente perdida y después recuperada, ya que, en última instancia, el templo no es otra cosa que el hombre.
Cuarto: Hay una cuarta enseñanza con la que terminaremos y que de todas es la más esencial: ¿Puede el hombre operar por sí mismo este restablecimiento, esta reintegración en su estado primitivo y en los derechos que ha perdido?. Absolutamente, no. Sería, por su parte, hacerse culpable de una empresa orgullosa similar a la que provocó su caída original. Esta reintegración, es decir, esta vuelta a la integridad primera, exige la mediación de un ser que, a la manera del hombre, esté dotado de una doble naturaleza, de una parte espiritual y otra corporal. Sin embargo, a diferencia del hombre actual, cuyas dos naturalezas están corrompidas por la caída, están las dos en estado de pureza en ese ser, de inocencia y de perfección gloriosa como lo estaban inicialmente en el hombre.
Entenderéis ahora de quién se trata y quién es aquel a quien nuestros textos llaman el Divino Mediador. Los textos son, en lo relativo a su identidad, perfectamente claros:
"(…)Todas las relaciones entre la misericordia divina y los culpables habían sido aniquiladas y la desgracia actual del hombre sería inexplicable si esta misericordia no hubiera empleado un tonificante infinitamente poderoso para levantar al hombre de su funesta caída y colocarlo de nuevo en el que era su primer destino."
No ignorareis cuál ha sido este tonificante. En efecto, ¿y quién otro que no un ser que no sea Dios, que participe de su esencia, podía encadenar el poder de aquel que había subyugado al hombre?.
"Inmediatamente después del crimen del hombre, este agente poderoso acudió a manifestar su acción victoriosa sobre los culpables en el templo universal; la manifestó especialmente en el tiempo a favor de la posteridad del hombre y para vergüenza de su enemigo, uniendo su Divinidad a la humanidad; en fin, no cesa de manifestarla en todos los rincones del Universo. He aquí, mi querido hermano, los auxilios divinos y eficaces que el hombre, a través de su arrepentimiento, transmite a su posteridad y de los que nadie puede participar si no actúa en nombre y en unidad con este Agente, reconciliador universal."
He aquí porqué, al término de la iniciación masónica lo que el Régimen Rectificado ofrece para que lo contemplen sus miembros, no es un renacimiento, sino una resurrección. Hemos de anotar en este sentido que desvelar al término de la iniciación la resurrección de Cristo no es exclusivo del Régimen Rectificado; esto se encuentra también en otros sistemas tanto franceses como inglés. La particularidad de este Régimen es, en cambio, la de incluirlo en una perspectiva metafísica y ontológica coherente, fuerte y concretamente aplicable al hombre.
He aquí también por qué, una vez llegado a este término, el templo sucesivamente construido, destruido y reconstruido, desaparece, como desapareció el templo de Salomón, siendo la meta final la Jerusalén Celeste, la Ciudad Santa donde no hay ya templo, pues, como dice el Apocalipsis (21/22), el Señor Todopoderoso es el Templo, así como el Cordero. En efecto, no lo olvidemos, el templo que nos concierne verdaderamente es el hombre, y la meta última del hombre es la identificación con el "templo no hecho por la mano del hombre": el Cristo resucitado.
Finalmente, por esto la Orden es Cristiana, y no está solamente impregnada de un vago cristianismo. Ello justifica que sólo pueda admitir a cristianos, es decir, a hombres que profesan la fe de Cristo. Esta selección, o esta elección, no obedece a ningún otro motivo más que a la necesidad metafísica referida anteriormente. Porque la iniciación tal y como la concibe Willermoz, según las enseñanzas de Martínez, y que nos ha legado, no funciona de otra manera, no puede funcionar de otra manera; y que, por utilizar un pasaje ya citado, constituye un auxilio divino y eficaz (…) en el que nadie puede participar si no actúa en nombre y en unidad con este Agente reconciliador universal que es el Cristo. Ahora bien, ¿cómo poder actuar en nombre y en unidad con Cristo si no se tiene fe en Él?.
Y cuantas veces se nos olvida, y nos estrellamos, por no recordar que sólo a través Suyo se pueden conseguir la metas...
ResponderEliminarExcelentes los 4 puntos
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