“Sírvete del don sublime de la palabra, signo exterior de tu dominio sobre la naturaleza, para salir al paso de las necesidades del prójimo y para encender en todos los corazones el fuego sagrado de la virtud” (Regla al uso de las Logias Rectificadas, Artículo VI-I)

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jueves, 2 de septiembre de 2010

SOBRE LA TRADICIÓN CRISTIANA

Sabemos que el exoterismo de cualquier tradición significa su aspecto exterior (del griego exo: exterior), es decir el conjunto de textos, rituales, prescripciones, imágenes, símbolos y figuras que se enseñan públicamente. Representa en cierta manera a la Iglesia exterior.

El esoterismo en cambio, se refiere a su sentido interior u oculto (eso: interior). Representa la Iglesia interior o dicho de otra manera, la Escuela.

Si el primero está al alcance de todos, el segundo es oculto, ya que constituye un misterio interior. Sería la experimentación personal y secreta del contenido del exoterismo; así pues, se comprende fácilmente que el esoterismo nunca puede ser público.

De lo dicho podemos deducir que el exoterismo tiene que ser el reflejo exacto del misterio esotérico y no debe separarse de su contenido, el cual se proyecta al exterior en forma de rituales, sacramentos, prescripciones y símbolos.

Si una Iglesia exterior pierde su Escuela interior, donde se transmite el misterio oculto, o sea el sentido real y palpable de aquello que se enseña, se convierte poco a poco en una religión humana, es decir, social, moral, finalmente farisaica; los ritos y las imágenes se modifican ya que se ha olvidado a qué se refieren precisamente.

La Iglesia exterior, que perpetua la fe en la revelación divina, debe permanecer fiel a los que, en su seno, conocen y poseen su sentido oculto y transmiten su conocimiento (Gnosis). Así pues, una necesita de la otra.

Todos los profetas y apóstoles auténticos, o sea los conocedores, han «re-velado»; es decir, han enseñado de forma velada, porque su experiencia no puede expresarse, sino utilizando imágenes, rituales, letra. Se experimente desde el interior, luego se «re-vela» a fuera.

Se comprende pues, que intentar explicar el esoterismo sin haberlo experimentado, constituye un contrasentido, ya que sería querer hablar desde fuera de lo de dentro, sin haberlo penetrado.

El esoterismo es «el misterio», ya que sólo puede conocerse entrando en él (misterio: del griego musterion, mustes: iniciación, iniciado); así pues, se penetra en el misterio mediante una iniciación, una manifestación divina, precisamente este es el significado de la palabra griega apocalipsis. Desde fuera, lo único que se puede hacer es transmitir fielmente y con exactitud las re-velaciones de los maestros del esoterismo.

Toda tradición procede necesariamente de la reactualización, o sea de la experimentación de este misterio de regeneración por parte de su fundador. A partir de ello, se establece una Escuela capaz de enseñar y transmitir el misterio del conocimiento operativo, luego se puede constituir una Iglesia exterior para comunicar la fe en la revelación. He aquí la unión necesaria del exoterismo con el esoterismo.

Si en el seno de este conjunto se interrumpe la transmisión del misterio, entonces la Iglesia exterior se encuentra sin contenido vivo y la tradición degenera en moralismo.

Por eso, Jesús, el renovador del misterio de la Gnosis, acusaba a los que él llama nomikoi, los doctores de la ley, que interpretaban la Torá de manera puramente exotérica, de haber perdido este conocimiento: «¡Ay de vosotros, doctores de la ley, porque habéis cogido la llave de la Gnosis; vosotros mismos no habéis entrado y a los que iban a entrar se lo habéis impedido!» (Lucas XI, 52).

De este modo la letra suplantó a la tradición oral, la Escritura sustituyó a la Palabra viva que transmitían los profetas.

Cuando el evangelio habla de «los que iban a entrar», alude ciertamente al esoterismo, a la enseñanza que se da «en la casa», en oposición con la de fuera que se da «en la plaza pública». La «llave de la Gnosis» podría referirse al secreto de la iniciación, el único que da entrada al conocimiento de la Divinidad.

«¿Por qué les hablas con parábolas?, preguntan los discípulos. Respondió Jesús: Porque a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del reino de los cielos; más a ellos no se les ha dado. Siendo cierto que al que tiene, se le dará y estará sobrado; más al que no tiene, le quitarán aun lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo, no miran, y oyendo, no escuchan ni entienden» (Mateo XIII, 10 a13).

La palabra griega Gnosis empleada por Jesús (en Lucas XI, 52) significa conocimiento experimental de la Divinidad; procede del verbo gignosco, conocer, de la misma raíz que gignomai, nacer. Muy a menudo suele oponerse conocimiento de Dios y amor de Dios, como si el conocimiento excluyera el amor. «Conocimiento» implica renacimiento, con-noscer es con-nacer, o re-generación, donde encontramos la raíz primitiva «g-n» del griego geinomai, nacer, genos, raza, linaje, etc… Así pues, no existe verdadera Gnosis sin regeneración, muerte y resurrección. La Gnosis o Conocimiento no se sitúa en el plano de la especulación intelectual, sino que constituye la consumación de la realización y se transmite en secreto de maestro a discípulo.

Tal es el misterio esotérico.

El tema del esoterismo cristiano es difícil, ya que, para muchos cristianos, puede parecer ajeno a su tradición. En efecto, desde aproximadamente el siglo IV, la Escuela iniciática, la transmisión de la Gnosis, ha ido desapareciendo de la Iglesia oficial, la cual, desde entonces, se ha opuesto siempre a todos los intentos de resurgimiento de la misma en el curso de su historia. El esoterismo sólo se perpetuó bajo formas marginales que la Iglesia algunas veces toleró y otras condenó.

Citemos algunos ejemplos: la Orden de los Templarios, fundada por San Bernardo y luego ferozmente aniquilada; las sociedades de constructores de la Edad Media, precursores de la Masonería, que finalmente fue condenada; las Órdenes de Caballería donde se difundía una enseñanza esotérica, «el Trobar Clus», con las poesías de amor de los trovadores provenzales y catalanes, que fueron prohibidas por el obispo de París en 1277.

Incluso el gran Dante, adepto de la sociedad de los «Fideli d’Amore», a pesar de las precauciones que tomó para esconder su enseñanza esotérica no pudo escapar a la condena papal. Últimamente ha sido rehabilitado, pues como casi nadie lee sus obras, ya no molesta a la Iglesia.

A lo largo de la historia de la Iglesia, resuenan los gritos de los llamados «herejes», perseguidos, encarcelados, condenados y asesinados sin discriminación, así es como la Iglesia exotérica se esterilizó, privándose progresivamente de los auténticos inspirados capaces de restablecer en ella el misterio que la animaba al principio.

Muchos, desde fuera, intentaron recuperar este esoterismo que los mismos cristianos oficiales rechazaban o negaban, creando muy a menudo cierta confusión respecto a lo que realmente constituye el esoterismo cristiano.

Decimos que se trata de un tema difícil, porque la mayoría de los cristianos parece haber perdido el recuerdo del misterio de regeneración que el Fundador del mismo y sus auténticos herederos enseñaban. Dijo el Maestro: «no es el discípulo superior al maestro, pero todo discípulo será perfecto cuando sea semejante a su maestro» (Lucas VI, 40).

Se nos dirá que la Iglesia no condenó las experiencias místicas de sus santos, sino todo lo contrario. Es cierto, pero la experiencia mística no debe confundirse con la realización integral propuesta por el cristianismo, ya que la primera sólo proporciona participaciones en espíritu, momentáneas y fugitivas con la Divinidad celeste, tendiendo naturalmente a la desencarnación del hombre; en cambio, la segunda realiza la encarnación de la divinidad en la naturaleza humana purificada y regenerada en cuerpo, espíritu y alma glorificados.

Esto lo explica Jesús a Nicodemo, que parecía haberlo olvidado: «En verdad, en verdad, te digo que quien no nace de arriba no puede ver el reino de Dios, etc…» (Juan III, 3). (conocimiento, en francés: connaissance, del latín cum-nascor, nacer mediante algo).

Profundizando sin prejuicios en nuestra tradición, ¿quién puede negar seriamente el origen esotérico de la misma? ¿No dice san Pablo: «Por revelación (apocalipsis) he conocido el misterio? (Efesios III, 3)

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