En respuesta al artículo Willermoz, o los peligros de las innovaciones en materia masónica; por Denys Roman
LA ESENCIA
ESPIRITUAL DEL
RÉGIMEN ESCOCÉS RECTIFICADO
o
Las teorías erróneas de René Guénon Respecto a la doctrina de
Jean-Baptiste Willermoz
Entramos hoy en una nueva era para el Régimen Escocés
Rectificado, puesto que por una parte terminamos con un período demasiado largo
en que sus tesis han sido duramente contestadas por ciertas corrientes de la
Francmasonería, en particular por los tenientes de la herencia guenoniana, y
por otra, por un justo retorno de las cosas, somos ahora nosotros, a nuestra
vez, quienes ponemos en evidencia los errores de las tesis de René Guénon y su
incompatibilidad con los fundamentos doctrinales establecidos por Jean-
Baptiste Willermoz.
Muchos son los que han quedado sorprendidos al no comprender lo
que hay en juego, o simplemente rechazan admitir los hechos relativos a las
inexactitudes que sostiene Guénon cuando se expresa respecto al Régimen Escocés
Rectificado. Mientras que durante decenios, en nombre del universalismo, hemos
estado sufriendo bajo un nutrido fuego de violentas críticas el estar asumiendo
una vía iniciática y caballeresca exclusivamente cristiana, nos es dado, en la
actualidad, el no continuar sufriendo pasivamente los fuertes ataques que nos
son dirigidos e incluso poder responder, serena pero firmemente, que Guénon se
ha equivocado estrepitosamente, que ha errado pesadamente, y con él, todos
aquellos que han dado crédito a sus tesis con extrema ligereza.
¿Por qué esta nueva situación es importante? Nada menos porque
nos permite comprender mejor la validez de nuestra acción, al igual que captar
el carácter eminentemente vital en el seno del mundo masónico contemporáneo.
Para ser concisos, lo resumiré gustosamente en algunas palabras diciendo que
esta clarificación nos conduce a poder afirmar que: el Régimen Escocés
Rectificado es una vía, o más exactamente una Orden iniciática autónoma,
coherente, completa, autosuficiente, que se piensa y considera como tal, en
primer lugar por razón de su depósito doctrinal único que hereda, con incontestable
legitimidad, de Martinès de Pasqually por mediación de Willermoz, explicando su
enjuiciamiento concerniente a la naturaleza «apócrifa» de las otras corrientes
masónicas, Orden que encarna una corriente que es un verdadero recurso
providencial, en el sentido de que tiene por objetivo, en nuestros tiempos
tormentosos y desorientados, el recristianizar, según nuevas bases y un método
específico, las almas de deseo en busca de la Verdad.
En efecto, el Rectificado, que se constituyó entre 1778 y 1782
buscando el perfeccionamiento y la reforma de la antigua tradición escocesa,
debe vivirse imperiosamente, y esto no es negociable, permaneciendo fiel a sus
bases originales, so pena de perder su especificidad y su «espíritu» rector, en
provecho de una concepción andersoniana que es, no solamente una traición
respecto a lo que quiso constituir Jean-Baptiste Willermoz, sino que además, lo
que es mucho más grave, representa un riesgo mayor ante el devenir y la
continuidad histórica de la esencia espiritual de lo que es la «rectificación».
I. LA NATURALEZA DEL RÉGIMEN ESCOCÉS RECTIFICADO
Recordemos pues, lo que ya he querido responder en una obra mía
-por lo que he sabido, desde ahora también traducida al castellano[i]-. En primer lugar, y en
forma de exposición rápida, los motivos de la crítica a esta declaración
inverosímil consistente en que el Rito Escocés Rectificado, por razón de su
carácter exclusivamente cristiano, estaría marcado según René Guénon y sus
discípulos, por un misticismo religioso que llevaría a sus miembros a una
cierta tendencia a la «exoterización», y estaría falto de las claves
«operativas» capaces de hacer acceder a los buscadores a los últimos grados del
«conocimiento» iniciático auténtico.
a) Un error portador de una continuada incomprensión
Sin embargo, al margen de proferir un reproche de estas
características, en absoluto anodino al tratarse de una sociedad iniciática que
hace venir a ella a los hombres para que alcancen las fuentes del conocimiento,
René Guénon mantendrá a propósito del Régimen Escocés Rectificado un
considerable error que manchará, desgraciadamente, el conjunto de sus criterios
ulteriores, impidiéndole de este modo penetrar en el corazón de la esencia
iniciática del Régimen. ¿Cuál es este error? Helo aquí, expuesto en algunas
líneas por Guénon mismo: «El Régimen Escocés Rectificado no es una metamorfosis
de los Elegidos Coëns, sino más bien una derivación de la Estricta Observancia,
lo que es totalmente diferente; y, si bien es cierto que Willermoz, por la
parte preponderante que tuvo en la elaboración de los rituales de sus grados
superiores, y particularmente el de “Caballero Bienhechor de la Ciudad Santa”,
pudo introducir algunas de las ideas que había extraído de la organización de
Martinès, no es menos cierto que los Elegidos Coëns, en su gran mayoría, le
reprocharon en gran manera el interés que profería así como la preferencia a
otro rito, lo que a sus ojos era casi una traición, al igual que reprocharon a
Saint- Martin un cambio de actitud de otro género»[ii].
El error de juicio de Guénon no escapó, en su época, a Gerard
van Rijnberk que no dejó de poner de manifiesto el carácter perentorio de una
afirmación de este tipo, muy poco justificable tratándose del fondo doctrinal
del Régimen Escocés Rectificado, que visible y curiosamente era totalmente o
desconocido o ignorado por aquel que deseaba expresarse como maestro en temas
de esoterismo y francmasonería: «El Sr.
Guénon, escribía van Rijnberk, me
reprocha mi frase relativa a la metamorfosis willermoziana y martinista del Martinezismo.
Asegura que hay ahí un equívoco a disipar: “El Régimen Escocés Rectificado
no es una metamorfosis de los Elegidos Coëns, sino más bien una derivación de
la Estricta Observancia, lo que es totalmente diferente.” ¡Qué sorprendente observación! Así, ¿el grado secreto de Cab. Profeso y
sobre todo el de Gran Profeso, que forman el colofón de la Orden Interior del
Régimen Rectificado, no serían otra cosa que simple Masonería Templaria y no
contendrían en absoluto en germen de manera velada, aunque evidente, la
doctrina de Martinès?[iii]»
Van Rijnberk estaba en lo cierto y pronto vio la aporía que
hacía caducos los argumentos que le eran opuestos, descubriendo inmediatamente
el enorme fallo en el razonamiento de Guénon, y se sorprenderá de este
monumental desconocimiento de las Instrucciones
de la Profesión, sin las cuales no es posible un conocimiento real del
Régimen Rectificado y de la naturaleza y perspectiva de sus trabajos.
Sin embargo, para convencerse de lo bien fundamentado del
análisis de Gérard van Rijnberk, bastaría con leer simplemente a Jean-Baptiste
Willermoz, como demuestra su correo destinado al Príncipe Charles de Hesse, en
el que declara claramente la existencia de un vínculo doctrinal entre los
Elegidos Coëns y las Instrucciones secretas
que coronan la Orden que acababa de fundar: «...es esencial, escribe Willermoz, que
prevenga aquí a Vuestra Alteza Serenísima, que los grados de dicha Orden [la
Orden de los Elegidos Coëns] encierran
tres partes: los tres primeros grados instruyen sobre la naturaleza divina,
espiritual, humana y corporal; y esta instrucción es la base de la de los
Grandes Profesos...» (Carta al Príncipe
Charles de Hesse-Casel, 12 de octubre de 1781).
¿Cómo pues, y por qué, Guénon, con tanta energía, considera
necesario mantenerse en una posición que contradecía y lo invalidaba todo? ¿Qué
explica esta actitud tan extraña en aquel que supo, en otras circunstancias,
proceder a correcciones y modificaciones significativas cuando fue necesario,
pero que, de manera inexplicable, en el caso que nos ocupa, permanecerá, contra
viento y marea, manteniendo juicios perentorios y falsos?
b) Un trágico desconocimiento de la estructura interior del
Régimen Rectificado
La solución , por decirlo de algún modo, de esta extraña
incomprensión de Guénon, y algunos de sus herederos, respecto al Régimen
Escocés Rectificado, encuentra su explicación en una grave confusión, que
confirma el profundo y gran desconocimiento de la composición y estructura
interna del Régimen Rectificado, desconocimiento que aparece muy claramente en
estas líneas extraídas del artículo «Un proyecto de Joseph de Maîstre para la
unión de los pueblos», inicialmente publicado por Guénon en marzo de 1927 en la
revista «Vers l’Unité», en el que sostiene, sorprendentemente, hablando de la
repartición de los grados en el seno del Régimen: «He aquí cómo esta
repartición parece establecerse: la primera clase comprende las tres clases
simbólicas; la segunda clase corresponde a los grados capitulares, de los que
el más importante y quizá incluso el único practicado de hecho en el Régimen
Escocés Rectificado es el de Escocés de San Andrés; finalmente la tercera clase
está formada por los grados superiores de Escudero Novicio y Gran Profeso o
Caballero Bienhechor de la Ciudad Santa[iv]».
A la vista de estas afirmaciones, aparece inmediatamente, para
aquel que conoce aunque sea un poco el carácter distinto y separado del grado
de Caballero Bienhechor, del estado de Caballero Profeso y más adelante del de
Gran Profeso, el enorme error, la increíble confusión, consistente en hacer de
estos tres grados un idéntico nivel, lo que le lleva a ignorar los elementos
iniciáticos específicos del importante y esencial fondo doctrinal alojado por
Willermoz en la clase secreta de la Profesión y la Gran Profesión.
Esta enorme y lastimosa ignorancia va a tener temibles
consecuencias en los posicionamientos de Guénon, y le va ha hacer mantener
tesis radicalmente inexactas, ya que, desgraciadamente partía de falsas
premisas[v]. El carácter inexplicable de
la actitud de Guénon, de la que hoy conocemos la causa, comportando la
afirmación continuada y repetida de un conjunto de juicios a cual más parcial,
parece tener un solo objetivo visible: conducir los ataques contra
Jean-Baptiste Willermoz y el Régimen Escocés Rectificado a fin de tratar de
demostrar su carácter no tradicional[vi].
c) Realidad iniciática del Régimen Rectificado
Ahora bien, al encuentro de lo que piensa René Guénon, el
Régimen Escocés Rectificado encarna una notable continuidad respecto a la
doctrina de los Elegidos Coëns, continuidad que ha permitido conservar y
preservar a esta última, ofreciéndole un maravilloso marco organizativo que
jugará, con el tiempo, un papel protector y salvador incomparable, haciendo de
este Régimen, no solamente el legítimo heredero de la Orden fundada por
Martinès de Pasqually, sino además, el guardián de una llama de la que detenta,
incontestablemente, la maestría y el «depósito», por el carácter propio de su
esencia espiritual orientada completamente, en todos sus niveles y grados, en
dirección a la obra de reconciliación que tiene por fin, principal y casi
únicamente, la «reintegración» del hombre en sus primeras propiedades y
virtudes divinas.
Aparece así, de modo incontestable, que la Orden de los
Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa es portadora de una base espiritual
y una herencia histórica directamente salida de las enseñanzas de Martinès de
Pasqually, y que hay que hacerse completamente el sordo y estar bastante
cerrado, incluso autista, ante los elementos formales que recibimos por vía de
las diferentes fuentes históricas disponibles, pero también es cierto que no
hay peor sordo que aquel que no quiere oír, para rechazar convenir que aquello
que ha unido, profundamente, al Régimen Escocés Rectificado con la doctrina
martinezista, participa de una incontestable y directa filiación de la que la
Gran Profesión, en toda lógica, será y continua siendo poseedora por los
elementos propios que en su momento fueron depositados por el mismo
Jean-Baptiste Willermoz[vii], sin prejuicio de una
eventual y posible ayuda o benevolente estímulo recibido por parte de
Louis-Claude de Saint-Martin, como nos indican positivamente los términos de
una carta del 19 de septiembre de 1784 escrita por el Filósofo Desconocido al
reformador lionés.
II. LA ESENCIA DEL RÉGIMEN RECTIFICADO Y LA NOCIÓN DE TRADICIÓN
Otro aspecto, absolutamente contradictorio, entre la doctrina
del Régimen Escocés Rectificado y René Guénon, y quizás incluso si cabe, más
radicalmente incompatible y que es preciso sobre todo no subestimar, tiene que
ver con la noción de «Tradición», contemplada por Willermoz, en esto perfecto
cristiano y discípulo de Martinès de Pasqually, de manera muy distinta, cuando
menos, de la manera sostenida por el autor del Simbolismo de la Cruz. Se podría considerar que este segundo punto
es más periférico en relación al primero, y que la demostración de los errores
precedentes relativos a la naturaleza del Régimen Rectificado bastaría
ampliamente para dejarlo claro, haciendo que no fuera necesario insistir más
sobre el particular. Nada sería más falso e imprudente, ya que las afirmaciones
críticas de Guénon al encuentro de la corriente willermoziana están todas
subtendidas, no lo olvidemos nunca, por una teoría global en radical oposición
con las concepciones cristianas del Régimen Rectificado. Es lo que vamos a
examinar ahora, lo que por otra parte nos permitirá darnos cuenta, de manera
muy nítida, de la inmensa fosa que separa las posiciones guenonianas de las
concepciones de Jean-Baptiste Willermoz, y sobre todo del papel simbólico y
espiritual fundamental jugado por Phaleg en el seno del Régimen, llevándonos a
captar su identidad innata.
a) La Tradición primordial según Guénon
Para Guénon[viii], las formas tradicionales
de nuestro presente Manvantara, o
era temporal, conservan muy concretamente, incluso si en
ocasiones lo hacen de manera muy indirecta, un vínculo con la «Tradición
primordial», que califica por otra parte de hiperbórea a causa de su origen
«polar» que, por su carácter primero, sería la Tradición fundamental
presidiendo la fuente de difusión del Conocimiento sagrado en el seno de
nuestro ciclo actual. Esta Tradición denominada «primordial», es decir la más
antigua tradición de la humanidad, sería la Tradición primera común al conjunto
de tradiciones dichas auténticas y «ortodoxas», cuyos rastros y signos aparecen
muy legiblemente en los símbolos, ritos y mitos de la Tradición universal.
Por otra parte, según la concepción guenoniana, la naturaleza
«polar» de la Tradición primordial le conferiría un carácter central, es decir,
no reducible a las categorías clásicas utilizadas para situar la zona
geográfica de origen de una forma espiritual o religiosa particular, categorías
que se dividen, como sabemos, para nuestra era actual, en dos ámbitos
distintos: Oriente y Occidente. La Tradición primordial se expresaría pues
actualmente por mediación del simbolismo, verdadero lenguaje universal que
sobrepasa las diferencias entre civilizaciones o religiones, en razón
justamente de ésta pertenencia común a una idéntica memoria anterior.
La Tradición primordial juega así un papel paradigmático en
Guénon, lleva en substancia, puesto que en la concepción cíclica a diferencia
de la visión cristiana todo va de una fuente de perfección, del Principio,
punto de partida simple y unificado, hacia un estado de disolución que ve el
fin de un ciclo y el comienzo de otro, como lo explica la doctrina india del Sanâtana Dharma (Orden universal), la
esencia de «la Unidad» original.
b) La Tradición según la religión cristiana
Imaginamos fácilmente lo que tales concepciones pueden tener de
chocantes y sobre todo de inadmisibles para un discípulo de Cristo, que
rechazará admitir, como escribe Jean Tourniac, el cual criticará sin embargo
esta posición: «todo aspecto igualando la
tradición cristiana con otras tradiciones»[ix].
Ahora bien, y conviene señalarlo, el carácter original de la tradición
cristiana viene del hecho de que no se relaciona a una tierra, a una herencia
simbólica particular, a un conjunto de costumbres o mitos que serían comunes al
resto de la humanidad, sino que está ligada y es dependiente de una
«Revelación» y de un culto, transmitidos no por una civilización, sino por una
línea, una descendencia que es la de los Patriarcas, los Justos y los Profetas
terminando en el Mesías, por el misterio de la Encarnación de Cristo Jesús.
En este aspecto, la tradición cristiana, que se dice poseedora
y heredera de la Palabra revelada de Dios, unida al Verbo, el Logos, no puede ser tan solo una
«ramificación» de la Tradición primordial, una «rama desprendida» del tronco
poderoso y fecundo de la Tradición universal representada por Oriente que la
habría conservado en su máxima pureza, sino, muy al contrario, al menos para un
cristiano, es el corazón, el núcleo de la auténtica «Tradición», es decir,
aquella que detenta el depósito de la Revelación, «Revelación Divina» primitiva
confiada y transmitida por Dios a los Patriarcas, a los Justos y a los
Profetas.
Es importante comprender pues que desde el punto de vista
cristiano, que es el sostenido y enseñado por el Régimen Escocés Rectificado,
la palabra «Tradición» no se aplica indistintamente al conjunto de la herencia
simbólica o mitológica de la humanidad. La palabra «Tradición» es
exclusivamente reservada a la «Revelación» que se efectuó bajo forma oral,
siendo objeto más tarde de una transcripción que recibirá el título de «Santas
Escrituras» en las que el Cristo, el Mesías, es la culminación de las promesas[x].
Guénon, que tropieza en la naturaleza «exclusiva» y no
universalista de la Revelación, en la medida en que ésta declara que sólo
Cristo lava y libera a los hombres de la «falta original», quien, por otra
parte, en su visión sitúa la Palabra del Evangelio en una relación de
«subordinación» ante una metafísica considerada como «no humana», superior a
todas las formas tradicionales, afirma claramente que no puede aceptar la
pretensión del cristianismo de detentar, de manera solitaria, un carácter
sobrenatural y trascendente: «(...) siempre
es la misma cosa, escribe: afirmación
de que el cristianismo posee el monopolio de lo sobrenatural y es el único en
tener un carácter “trascendente”, y que por consecuencia, todas las otras
tradiciones son “puramente humanas”, lo que de hecho, viene a decir que no son en absoluto tradiciones, sino que más bien
serían asimilables a “filosofías” y nada más (...) dicho de otra manera,
únicamente el cristianismo es una expresión de la Sabiduría divina; pero
desgraciadamente no son más que afirmaciones (...) todo esto se acompaña de una
argumentación puramente verbal, que solo puede parecer convincente para
aquellos que ya están convencidos de antemano, y que vale lo mismo que la que
los filósofos modernos emplean, con otras intenciones, cuando pretenden imponer
límites al conocimiento y quieren negar todo lo que es de orden supra-racional[xi]».
Prosiguiendo sobre su convicción, la confesión de Guénon, como conclusión de
otro artículo, es de un gran interés, ya que desvelará claramente el fondo de
su pensamiento: «(...) ningún entendimiento es realmente posible, declara, con
quien tiene la pretensión de reservar a una sola y única forma tradicional, con
exclusión de todas las demás, el monopolio de la revelación y de lo
sobrenatural[xii]».
c) Incompatibilidad doctrinal entre el Régimen Escocés
Rectificado y Guénon
Parece pues evidente, si queremos detenernos a reflexionar
sobre ello un instante, y este elemento no es secundario, que la gran laguna
del pensamiento guenoniano viene de su completo olvido de la dimensión
antropológica de la cuestión espiritual. El hombre, para Guénon, está situado
en el centro de un torbellino cíclico que le es casi exterior, extraño.
Dependiente de leyes cósmicas que lo sobrepasan ampliamente, jamás es
preguntado, en esta concepción que podríamos casi definir como de naturaleza
«mecanicista», lo que reemplaza la responsabilidad del hombre. Este aspecto del
problema, desde el punto de vista metafísico, no es a descuidar, ya que la
doctrina de los ciclos presupone una suerte de eternidad, de continuidad casi
sustancial del universo, o de los universos.
Ahora bien, el universo, es decir, la totalidad absoluta de los
mundos, a imagen de todas las cosas creadas, no es eterno, no posee permanencia
ontológica, es perecedero, frágil, fugaz, sometido a la limitación, finito y
mortal. Nadie contestará que haya habido, al comienzo de la humanidad, una
comunicación de Dios a los hombres, representando los fundamentos de una
Tradición original, de una «religión primera» cuyos rastros son perceptibles y
bien visibles, aunque profundamente degradados, en los diferentes pueblos.
Si esta primera «Revelación», no escrita, que fue objeto de
comunicación por Dios a los Patriarcas, los padres de la humanidad, de sus
enseñanzas y sus leyes después de la expulsión del Edén de Adán y Eva, se
convertirá en el fundamento de una Tradición primitiva que a buen derecho
podemos nombrar como «Tradición Madre» según Louis-Claude de Saint-Martin[xiii], sin embargo es preciso
señalar a continuación que esta Tradición se divisa casi inmediata- mente, y
ello desde el episodio relatado en el libro del Génesis, cuando la separación que sucederá entre el culto falso de
Caín y aquel otro, bendito por el Eterno, celebrado por Abel el justo. El culto
de Caín, en efecto, únicamente basado en la religión natural, era una simple ofrenda
de alabanza desprovista de todo aspecto sacrificante, mientras que el culto de
Abel, que sabía que después del pecado original ya no era posible, ni sobre
todo permitido, reproducir la forma anterior que tenían las celebraciones
edénicas, dio a su ofrenda un carácter expiatorio que fue aceptado y agradable
a Dios, constituyendo el fundamento de la «Verdadera Religión», la religión
sobrenatural y santa.
d) El sentido de «Phaleg» en
el plano tradicional
De tal manera los dos cultos de Caín y Abel van a dar
nacimiento, desde la aurora de la Historia de los hombres, a dos tradiciones
igualmente antiguas o «primordiales» si queremos utilizar este término
guenoniano, pero absoluta- mente no equivalentes desde el punto de vista
espiritual, de donde el lugar y la importancia del nombre «Phaleg» atribuido a
los Aprendices del Régimen Rectificado, a fin de substraerlos de la filiación
cainita reprobada por Dios y ponerlos bajo los auspicios de la Tradición
bendita y amada del Eterno.
Si nos quedamos en el simple criterio temporal, como hace
Guénon en su concepción de la Tradición, sin distinguir y poner a la luz el
criterio sobrenatural, entonces es efectivamente posible ensamblar, bajo una
falsa unidad, estas dos fuentes, para hacerlas elementos comunes de una unívoca
y monolítica «Tradición Primordial» indiferenciada, encontrándose en el origen
de todas las religiones del mundo, en igualdad de ancianidad y «dignidad»,
puesto que salidas de similar cepa merecen el mismo respeto y recibir el mismo
carácter de sacralidad.
Pero es evidente, y extremadamente claro, que hay un grave
error al confundir en una sola «Tradición» dos corrientes del todo opuestas,
dos cultos radicalmente diferentes y contrarios, antitéticos; uno el de Caín,
trabajando por la glorificación de los poderes de la tierra y la naturaleza (y
así pues de los demonios, que por ser espíritus, no son más que «fuerzas
naturales»), con miras al triunfo y dominio del hombre auto-creador, religión
prometéica expresada por la voluntad de acceder por sí mismo a Dios (los frutos
de la tierra, en este aspecto, simbolizando los antiguos mitos paganos),
mientras que el otro culto, a la inversa, el de Abel, fiel al Eterno y a sus
santos mandamientos, consciente de la irreparable falta con que en lo sucesivo
estará manchada toda la descendencia de Adán, y que exige que sea celebrado por
los elegidos de Dios una soberana «operación» de reparación, a pesar de los
inefables rastros del pecado original de los que el hombre es portador, para
ser reconciliado y purificado por el Cielo.
Comprenderemos sin duda alguna por qué, inmediatamente, Jean-
Baptiste Willermoz, tras los sagaces consejos del Agente Desconocido, juzgará
necesario, el 5 de mayo de 1785, por una decisión ratificada por la Regencia
Escocesa y el Directorio Provincial de Auvernia, apartar el nombre de Tubalcaín
de los rituales rectificados sustituyéndolo por el de Phaleg, reconocido como
el fundador de las «justas y perfectas» Logias[xiv].
Tubalcaín es, en efecto, el representante por excelencia de una
peligrosa degeneración de los oficios del fuego y los forjadores, encarnando
los aspectos más maléficos de la metalurgia y del Arte Real por una práctica
desprovista de humildad y sumisión respecto a Dios: «padre de todos los forjadores de cobre y hierro.» (Génesis 4, 22).
Hay pues entre Phaleg y Tubalcaín una total contradicción, una
distinción absoluta entre las familias a las que pertenecen, una significativa
incompatibilidad que pareció a Jean-Baptiste Willermoz que debía ser claramente
redirigida y corregida, puesto que no le resultaba decentemente aceptable ver
subsistir en los rituales del Régimen Rectificado una referencia a un personaje
marcado por el sello de la reprobación, y más aún cuando la intención de los
trabajos de reforma efectuados en el Convento de las Galias de 1778, y el
Convento de Wilhelmsbad de 1782, tenían por objeto situar el nuevo sistema como
prolongación de la «Alta y Santa Orden de los Elegidos del Eterno», haciendo
positivamente de los «Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa», los lejanos
herederos de la línea de los Justos y piadosos servidores del Eterno,
situándose en la filiación directa de Abel, Set y Sem[xv].
e) La Tradición según Martinès de Pasqually y Willermoz
Como nos lo explica Martinès de Pasqually en el Tratado de la reintegración[xvi]
desde el mismo origen no hay una sola Tradición, sino dos «tradiciones»,
dos cultos, lo que significa dos religiones, una natural reposando únicamente
en el hombre, y la otra sobrenatural poniendo todas sus esperanzas únicamente
en Dios y su Divina Providencia. La sucesión de acontecimientos no ha dejado de
confirmar este constante antagonismo, esta rivalidad y separación entre dos
«vías» diferentes en permanente oposición, haciéndolas rigurosa- mente extrañas
e irreconciliables.
La posteridad de Abel, después de su muerte, imagen viviente de
la «Tradición» fiel a la Palabra del Eterno, será sucesivamente representada
por los principales Patriarcas que serán los poseedores y guardianes de la
Revelación Divina «primitiva», y así pues de los nombres que nos son dados por
las Escrituras que nos hacen conocer diez: Adán[xvii],
Set, Enós, Cainán, Mahalaleel, Enoc, Matusalén y Lamec padre de Noé. Ellos son
los que transmitieron, sin alterarla, la Tradición Divina que habían recibido,
enrique- ciéndola y desarrollándola, mientras que al mismo instante,
paralelamente a este pequeño linaje de Patriarcas que velaban celosamente sobre
las enseñanzas santas y puras, manteniendo con devoción el culto sagrado al
Eterno, la inmensa mayoría de hombres era inspirada por la falsa tradición
natural de Caín, por la religión desviada y pervertida productora del vicio,
del crimen, de la impiedad, de la impudicia, del desenfreno y la corrupción
generalizada de costumbres y valores.
¿Qué esconde, en realidad, una voluntad de apertura hacia las
tradiciones no cristianas en Guénon, que pudiera parecer, a primera vista,
generosa, y de la que se guarda a la vez de clamar demasiado fuerte el
resultado, desenlace que sin embargo Guénon había perfectamente descrito en términos sobre los cuales no podemos dejar
de pensar, y con los que nos entrega, la verdadera clave del enigma, que se
disimula como proyecto detrás de esta idea de «Tradición primordial»?: «La
tradición hindú y la tradición islámica son las únicas que afirman
explícitamente la validez de todas las otras tradiciones ortodoxas; y si es
así, es porque, siendo la primera y la última en el curso del Manvantara, ellas
deben integrar igualmente, aunque bajo modos diferentes, todas estas formas
diversas que se han producido en el intervalo, a fin de hacer posible el
“retorno a los orígenes” por el que el fin de ciclo deberá volver a su
comienzo, y que en el punto de partida de otro Manvatara, manifestará de nuevo
al exterior el verdadero Sanâtana Dharma[xviii]».
La idea oculta es la de una incorporación, la de una
«integración» de la tradición occidental en el seno de la tradición oriental,
de una verdadera «absorción» por la cual sería disuelta y devuelta a su
pretendida «fuente» a fin de que pudiera cumplirse el último «retorno a los orígenes»
prefigurando el final del actual Manvatara
y el surgimiento de uno nuevo que se comprometería, a su vez, en un
movimiento cíclico dividido en diferentes edades o períodos, y así eternamente.
Por otra parte, apoyando y confirmando su convicción, al igual
que justificando el terrible destino que le está reservado, el juicio
despreciativo de Guénon respecto al cristianismo no adolece de ambigüedad
ninguna: «(...) en despecho de los orígenes iniciáticos del cristianismo, éste,
en su estado actual, ciertamente no es más que una religión, es decir, una
tradición de orden exclusivamente exotérico, y no tiene en sí mismo otras
posibilidades que las de todo exoterismo; por otra parte tampoco lo pretende en
modo alguno, puesto que no aspira a otra cosa que a obtener la “salvación”. Una
iniciación puede naturalmente superponérsele, e incluso así debería ser para
que la tradición sea verdaderamente completa, al poseer efectivamente los dos
aspectos exotérico y esotérico; pero al menos en su forma occidental, esta iniciación,
de hecho, no existe en la actualidad.»[xix]
Tal es la secreta visión guenoniana, y la estupefaciente
consecuencia a la que conduce esta alucinante doctrina que subordina la
Revelación cristiana a la religión cósmica reprobada por Dios. En efecto, lo que
fundamenta la esencia de la verdadera y auténtica Tradición, volvamos a
decirlo, viene del carácter justo y perfecto del culto que se celebra al
Eterno. Si una transmisión está corrompida en su origen, sea cual sea su
anterioridad y su antigüedad, su «primordialidad» podríamos decir, conserva su
naturaleza viciada y no presenta ningún interés desde el punto de vista
espiritual; continúa marcada por el sello de la repro- bación y constituirá una
rama marchita portadora de una esencia alterada. Podríamos por este hecho, y en
este aspecto, tratándose de elementos tradicio- nales, hablar de una Tradición
santa y auténtica a continuación de la cual conviene, humilde y fielmente,
situarse, y de una tradición «apócrifa» como la nombrará Martinès de Pasqually,
la cual debe ser vigorosamente apartada por inexacta y falsa, nutrida como está
por la revuelta y la insumisión a ojos de Dios.
Es por lo que, separándose de esta falsa tradición, los
hermanos del Régimen pueden participar de una vía según el espíritu que les
vale ser distinguidos con el título significativo de «Bien amados», representando una «puesta a parte por Dios», un
substraerse del Mal, una separación según el sentido del nombre Phaleg dado a
cada Aprendiz cuando su entrada en la Orden[xx].
CONCLUSIÓN
Podemos constatarlo: la crítica de las concepciones
guenonianas, en particular relativas a la noción de Tradición, nos obliga a
precisar mejor, y sobre todo a comprender mejor la extensión de nuestros
deberes si queremos asumir la herencia willermoziana. Nada es más eficaz que
estas aclaraciones para permitirnos tomar conciencia de aquello a lo que
pertenecen, bajo el nombre de «Tradición», los masones rectificados, y lo que
los distingue de otras corrientes iniciáticas.
Así pues, si somos sabedores de lo que es el Régimen Escocés
Rectificado y su naturaleza, y lo que lleva en esencia, nuestra relación con la
acción iniciática se verá evidentemente transformada, renovada e iluminada, ya
que estaremos en disposición de evaluar la responsabilidad propia que tenemos y
que nos incumbe, tanto en la conservación del Rito como en la preservación de
su doctrina.
Nosotros poseemos, en tanto que francmasones surgidos de la
Reforma de Lyon, una transmisión original conferida por la práctica del Régimen
Escocés Rectificado, cuyos fundadores y referencias nos son conocidas, las
convicciones son perfectamente explícitas, los principios claramente identifi-
cados, y es normal y legítimo que busquemos aproximarnos lo más posible a estas
fuentes íntimas que nos han sido dadas cuando nuestra iniciación, y
generosamente ofrecidas cuando recibimos el «interesante título de Hermano».
Hay en este esfuerzo de coherencia que hemos emprendido la
voluntad de progresar hacia las bases auténticas de nuestra iniciación. El
esoterismo cristiano es pues el esoterismo de los «hijos de Dios», de los hijos
del Único «Verbo Divino» que es el verdadero «Oriente», y es por lo que podemos
tener confianza en los «frutos» magníficos de nuestro bautismo y aquellos otros
transmitidos por nuestro camino iniciático en el seno del Régimen Escocés
Rectificado. Como dijo solemnemente quien fue por aquel entonces el Gran
Maestro del Gran Priorato de las Galias, Daniel Fontaine: «la iniciación pasa ante todo y a ella debemos
consagrar nuestra vida»[xxi].
Esta vía iniciática, preciosa, vamos a proseguirla y a edificarla juntos,
para que mañana resplandezcan extensa- mente las luces del Régimen Escocés
Rectificado y de la Francmasonería cristiana. De esta obra común seremos, y de
ello estoy absolutamente conven- cido, felizmente recompensados con fecundas
bendiciones.
Segovia, el domingo 28 de junio del 2009,
en la festividad de San Irineo
[i] J.-M. Vivenza, René Guénon y el Rito Escocés Rectificado, Manakel,
Madrid-2009.
[ii] R. Guénon, Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le
Compagnonnage, T. 1, Editions Traditionnelles, 1991, p. 85.
[iii] G. van Rijnberk, Un thaumaturge ui XVIIIe siècle, Martines de
Pasqually, sa vie son oeuvre, tomo segundo, Derain, 1938, p. 47.
[iv] R. Guénon, Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le
Compagnonnage, t. I, op cit., pp.
24-25.
[v] J. Saunier escribe: «Hay por todas partes en este texto, publicado en
marzo de 1927, errores de facto totalmente excepcionales en Guénon que se han
de poner de manifiesto, en razón de la autoridad que se adjudica a sus
escritos, pues estos errores conducen a una falsa comprensión del Rito. En
primer lugar, sabemos que desde el Convento de las Galias los grados
“escoceses” han sido sintetizados en un solo grado de “Maestro Escocés de San
Andrés” que por otra parte conserva de sus orígenes una división en varias
partes pero que constituye no obstante un grado único. En segundo lugar la
confusión resulta muy clara entre “Caballero Bienhechor de la Ciudad Santa” y
“Gran Profeso”. Ahí también, la historia nos enseña que hubo, en la Estricta
Observancia, un desdoblamiento del grado de caballero en “Eques” y “Eques
Professus”, pero en el momento en que Maîstre escribe, después del Convento de
Lyon, ninguna ambigüedad es posible: hay el grado de C.B.C.S. y por encima la
“Clase de los Grandes Profesos”, con sus estatutos y sobre todo su propia
Doctrina. Es por lo que, Guénon, es llevado a desgajar el grado de “Escocés” de
la clase simbólica a la que sin lugar a dudas pertenece, ya que ignorando la
clase de los Grandes Profesos le es imposible determinar cuáles son los tres
grados a los que se refiere la Memoria. Es por tanto un error. Hay por otra
parte algo bastante curioso en el hecho de que Guénon no haya nunca rectificado
este error; incluso en 1950, época en que se habían publicado suficientes
documentos como para que pudiera tener una idea precisa de la cuestión, vemos
reprocharle a van Rijnberk “no saber que los Caballeros Bienhechores de la
Ciudad Santa son el último grado del R.E.R.”, lo que sin duda era cierto en
1950 pero totalmente falso en 1780.» (J. Saunier, Les Chevaliers au porte du Temple, Editions Ivoire- Clair, 2005,
pp. 23-24).
[vi] Este mismo y consecuente
error que acabamos de señalar, se vuelve a encontrar bajo la pluma de Denys
Roman (Marcel Maugy), que como fiel discípulo del maestro del Cairo, no
escatimará esfuerzos en expresar todo lo malo que piensa del Régimen Escocés
Rectificado en general y de la obra reformadora de Jean-Bapstite Willermoz en
particular, afirmando, sin pestañear, en el capítulo II de su obra, René Guénon et les destins de la
Franc-Maçonnerie, referente a la cuestión de la Orden del Temple: «Sabemos que las principales manifestaciones de este
anti-Templarismo masónico están relacionadas con la acción de Joseph de Maîstre
y sobre todo de Willermoz quien sustituyó el grado de Templario de la Estricta
Observancia por el de Gran Profeso del Régimen Rectificado (Caballero
Bienhechor de la Ciudad Santa).» (D. Roman, René Guénon et les destins de la Franc-Maçonnerie, Editions
Traditionnelles, 1982, p. 31.)
[vii] La calificación de
Réau+Croix de Jean Baptiste Willermoz, sobre la que poseemos una importante
documentación y que no representa ninguna dificultad particular para los
historiadores (Alice Joly, como consecuencia de su adquisición por parte de la
Biblioteca Nacional, procedió en 1960 a la publicación de los diplomas coëns de
Willermoz, «el primero, del 23 de mayo de 1767, y que registra su
ordenación como “Aprendiz, Elegido Coën, Gran Arquitecto, Caballero y
Comendador de Oriente y Occidente, tiene unas medidas de 647 mm por 519 y lleva
2 sellos. El segundo, fechado de mayo de 1768, es su diploma de Réau+Croix,
comportando 3 sellos y midiendo 655 mm por 515”.» Cf. A. Joly, Les diplômes coëns de J.-B. Willermoz, in
L’Illuminisme au XVIIIe siècle, Cahiers
de la Tour Saint-Jacques, II, III, IV, 1960, pp. 216-223), es sin embargo
reafirmada por él mismo en una carta de 1822, época muy alejada de la fecha
oficial de la desaparición de la Orden de los Elegidos Coëns, mostrándonos su
constante fidelidad y su apego a la enseñanza martineziana, este correo que
tenía por finalidad ser utilizado como «consejos para la lectura del Tratado de la reintegración de los seres de
Pasqually», deja entender que pudieran quedar todavía en vida Réau+Croix
desconocidos para Willermoz, y en consecuencia capaces de proseguir las
operaciones y conservar la doctrina de Martinès. Esto es lo que escribe
Willermoz al barón de Turkheim: «De todos
los Rx...[sc, Réaux-Croix] que he
conocido particularmente, no queda ninguno vivo. Por lo que me sería
verdaderamente imposible indicaros alguno cercano a mí. Dudo inclusive que en
los tiempos que corren sea adecuado preparar a alguno, pero todos sabemos que
el Todopoderoso pleno de amor y misericordia puede, cuando le plazca, hacer
nacer de las mismas piedras a los hijos de Abraham.» (Carta del 21-31 de
marzo de 1822 al barón de Turkheim, MS 5900, Biblioteca de Lyon.)
[viii] R. Guénon, Formas tradicionales y ciclos cósmicos, «Atlántida
e Hiperbórea», «Lugar de la tradición atlántica en el Manvantara», «Cábala y
ciencia de los números», «La Cábala judía», «La Tumba de Hermes»; Símbolos fundamentales de la ciencia
sagrada, capit. III, «El Sagrado Corazón y la leyenda del Santo Grial»,
capit. X, «El triple recinto druídico», capit. XI, «Los Guardianes de Tierra
santa», capit. XVII, «La letra G y la esvástica», capit. XVIII, «Algunos
aspectos del simbolismo de Jano», capit. XXXV, «Las puertas solsticiales».
[ix] J. Tourniac, Melkitsedec ou la Tradition primordiale, Dervy,
1983, p. 26. Un poco más adelante Jean Tourniac afirmará : «En este perspectiva, toda religión monoteísta
se encuentra alineada de nuevo con el mismo distintivo que la que le precede o
la que le sucede, o que todas las tradiciones existentes concurran con ella en
un determinado momento histórico. Más aun, cualquier religión no puede poseer
una absoluta superioridad en relación a las otras, en cuanto a la posesión de
la Verdad. Al igual que no hay más que una Verdad, no hay más que una
Tradición, principio de todas las otras.» (Ibid., p. 29).
[x] Una declaración poco
conocida de Guénon habría podido sin embargo alertar a algunos, puesto que ya
sostenía en uno de sus primeros textos, no sin una cierta intransigencia, una
posición de estricta «ortodoxia» musulmana, encubierta de integridad
«metafísica», del que da testimonio este artículo aparecido en 1909 en la Gnosis, relatando una respuesta que hizo
a un lector, en la que parece considerar con muy pocos remilgos, y un tanto de
desprecio, el misterio cristiano de la Encarnación: «...En primer lugar, al margen de lo que pueda decir el Sr. X..., su Dios,
ciertamente no es el nuestro, ya que él cree evidentemente, como por otra parte
todos los occidentales modernos, en un Dios “personal” (por no decir
individual) y un tanto atropomorfo, el cual, en efecto, no tiene “nada en
común” con el Infinito metafísico. (En nota: Por otra parte, la misma palabra Dios está hasta tal punto ligada a la
concepción antropomórfica, se ha convertido hasta tal punto en incapaz de
corresponder a otra cosa, que preferimos evitar su empleo lo más posible,
aunque sea por señalar mejor el abismo (sic) que separa la Metafísica de las religiones). Podemos decir lo mismo de
su concepción de Cristo, es decir, de un Mesías único, que sería una
“encarnación” de la Divinidad (re-sic!) ...
por nuestra parte reconocemos, al contrario, una pluralidad (e incluso una
indefinición) de las “manifestaciones” divinas, pero que no son en modo alguno
“encarnaciones”, ya que antes de todo importa mantener la pureza del
Monoteísmo, que no podría estar de acuerdo con parecida teoría». («La Gnose et les écoles spiritualistes», in Mélanges, Gallimard, 1976, p. 200).
[xi] R. Guénon, Etudes sur l’hindouisme, Editions
Traditionelles, 1973, pp. 282-283. Hay edición en castellano: Estudios sobre el Hinduismo, Ediciones
Vía Directa, S.L. 2007.
[xii] Ibid., p. 274.
[xiii] «Las religiones falsas han tenido igualmente necesidad de un núcleo
primitivo que las haya engendrado y de una vía sensible y manifiesta a través
de la cual hayan hecho su propia revelación, sin lo cual no serían más
conocidas que las religiones verdaderas. He aquí porqué no se puede conocer
nada de positivo y cierto ni en uno
ni en otro género, si no nos remontamos hasta la fuente radical de la
revelación de todas estas instituciones (...) De lo que resulta que, puesto que
entre todas las religiones, la verdadera ha debido, como todo lo que existe,
hacer directamente su propia revelación y debe demostrar su auténtica y
esencial realidad, explicándose a sí misma luminosamente, aplicándose positiva
y eficazmente a la enfermedad radical del hombre y poniéndose a prueba, por el
hecho y por su acción activa y curativa, en el alma y en el espíritu de todos
los hombres que quieran estudiarse con atención, sin deferencia ni reservas...»
(Del espíritu de las cosas, t. I, «Tradiciones madres».)
[xiv] Tubalcaín fue rechazado de
los rituales en provecho de Phaleg por el Directorio Provincial de Auvernia por
los motivos siguientes:
1. Tubalcaín
es el hijo de Lamec, un bígamo.
2. Inventor
del arte de trabajar los metales, no puede ser atribuido a los Aprendices que
acaban justamente de abandonarlos. Es el emblema de los vicios, en especial de
los sexuales.
3. Representante
de una línea antidiluviana borrada por Dios, debe ceder el paso a Phaleg,
“fundador de la única y verdadera iniciación”. (MS 5868, no 73, Biblioteca
municipal deLyon, Fondos Willermoz).
[xv] Es interesante saber que la
palabra «Thebel» en hebreo, de donde proviene Tubalcaín, tiene por significado,
como mostrará M. Berger en su presentación del Manuscrito Dumfries no 4, «violación del orden», «mezcla»,
«incesto», «sodomía», «unión abominable», «confusión», confusión que está en
relación directa con el libro del Génesis,
en su capítulo once, en el versículo nueve, donde se hace alusión a la
«confusión de las lenguas» que siguió
a la destrucción de la torre de Babel, trazando un sorprendente parentesco
entre Caín, Tubalcaín y Nemrod, como lo señala la Jewish Encyclopedy, famoso Nemrod que fue «bravo cazador delante el
Eterno», pero que, sobre todo, «Reinó sobre
Babel, Erek y Acad, en el país de Senaar.» (Génesis 10, 10). Este vínculo
con Babel no debe sorprendernos, pero confiere sin embargo una inquietante
continuidad entre la empresa babeliana y las propias aspiraciones de Tubalcaín.
En cuanto a Phaleg, de la raza de Sem, contrariamente a Tubalcaín, más allá de
estar vinculado de lejos o cerca a la construcción de la torre de Babel, es uno
de los hijos de Héber, el ancestro de los hebreos situado directamente en la
genealogía de Abraham: «A Héber le
nacieron dos hijos: el nombre de uno fue Péleg (Phaleg) porque en sus días fue dividida la tierra.
Su hermano se llamaba Yoqtán. (...) Su asiento se extendió desde Mesa, en
dirección a Sefar, al monte del Oriente.» (Génesis 10, 25; 30).
[xvi] «Abel se comportó como Adán hubiera debido comportarse en su primer estado de
gloria con el Eterno: el culto que Abel rendía al Creador era el modelo real de
lo que el Creador esperaba de su primer menor. Así mismo, Abel era un ejemplo
palpable de la manifestación de la gloria divina, que se operaría un día por el
verdadero Adán, o Réaux, o Cristo, para la reconciliación perfecta de los
descendientes pasados, presentes y futuros del primer hombre, siempre que
siguiesen el plan trazado por la pura misericordia divina, al igual que el
modelo de Abel lo había ya predicho por todas sus operaciones a Adán y a sus
tres primeros hijos.» (Tratado, 57).
[xvii] Debemos distinguir dos
tiempos en el culto celebrado por Adán: aquel que era completo y perfecto,
anterior a la Caída, y el segundo, necesariamente modificado en su forma,
practicado a partir de la expulsión del Edén, obligando a una «sacralización»
que se hacía indispensable, sacralización que pasaba por un sacrificio y una
expiación que eran exigidos como consecuencia a la falta cometida contra Dios.
La ofrenda, fuera del jardín del Edén, del Adán hecho culpable, debería ser en
lo sucesivo separada de las cosas profanas; era preciso que se hiciera
«sagrada».
[xviii] R. Guénon, Etudes sur l’hindouisme, op. Cit., p.
114.
[xix] R. Guénon, «Christianisme et initiation», in Aperçus sur l’ésotérisme chrétien, Editions Traditionnelles, 1983,
pp. 39-40. Hay edición en castellano: Esoterismo
cristiano, Ediciones Vía Directa, S.L. 2007.
[xx] Jean Tourniac estuvo sin
duda un día divinamente inspirado cuando escribió esto a propósito del sentido
y del papel de Phaleg en el seno del Régimen Rectificado, participando de una
muy justa y pertinente percepción espiritual: «La maldición profética tiene valor de advertencia divina y sería
imprudente “acometer” a Phaleg, si se nos permite, sea ignorando el tipo de
separación que simboliza, sea considerándolo como descalificado por la Orden
masónica, como consecuencia de su presencia en los grados azules del Rito Rectificado
o inversamente.» (J. Tourniac, Un nom
très juif dans un rituel très chrétien : un certain «Phaleg», in Vie et perspective de la Franc-Maçonnerie
traditionnelle, Dervy, 1978, p. 170).
[xxi] Daniel Fontaine, Castillo
de Monzón, 5 de abril del 2003; discurso pronunciado con motivo de la
consagración del Gran Priorato de Hispania y la instalación de su Gran Maestro.
Un pasaje trascendente de este discurso fundador me parece importante conservar
en la memoria, de manera duradera y profunda: «...el Rito Rectificado no puede
vivir bajo Obediencias de Ritos diferentes (...)
las Obediencias que han querido imponer sus leyes a las Logias Rectificadas,
han explotado. Me atrevería a decir que gracias a esta explosión, hemos podido
volver a encontrar nuestro tesoro, nuestro Rito en su integridad y verdadera
dimensión. A nosotros, y a vosotros, nos corresponde conservarlo intacto y
actuar para que nunca nadie más pueda menoscabarlo, banalizarlo (...) Nuestra
vía está claramente trazada, mantener nuestra Tradición, nuestros rituales,
nuestro espíritu, nuestra fe para mayor Gloria del Gran Maestro de todos, el
Cristo».
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