Jean-Baptiste Willermoz
Iniciados,
en el momento en que somos regenerados entramos en la vida, recibimos la luz y
conocemos a Dios que es la fuente de toda verdad, de toda ciencia y de toda
perfección. Por el bautismo nos volvemos perfectos; el Espíritu Santo nos
santifica y la fe nos ilumina. “Había
dicho yo: ¡Vosotros dioses sois, todos vosotros, hijos del Altísimo!” (Sal.
82(81)). Esta operación del espíritu se denomina obra, gracia, iluminación, perfección, bautismo. Es un bautismo que
nos purifica, una gracia que nos justifica, una iluminación que nos colma de
luz y que nos hace conocer las cosas divinas. En él se realizan los dones del
Ser soberanamente perfecto. A su vez, todo, en nosotros, sale de las tinieblas;
él ha anticipado los tiempos en nuestro favor por su todo-poder, y nosotros
vivimos porque J.-C. nos ha liberado de
la muerte. Dios ha creado el universo por su voluntad, y por su voluntad ha
hecho la salvación de los hombres. He aquí pues lo que se adquiere por J.-C.
tras salir de las tinieblas, siendo en ese mismo momento revestido de una luz
celeste como aquellos que se despiertan saliendo de las ataduras del sueño. El
velo que le cegaba es levantado, el obstáculo que le impedía ver es apartado.
Así, nuestra regeneración por el Santo Espíritu disipa al instante las
tinieblas espesas que nos ocultaban la
luz divina, levanta la venda que cubría el ojo de nuestra alma y la dispone en
estado de ver las verdades celestes.
Iniciados,
volvemos a estar de nuevo sepultados en las tinieblas, somos ahora la luz del
Señor; es por esto que los antiguos llamaron al hombre con un nombre que significa luz. Así la esperanza de aquellos que
han creído no ha sido frustrada; ellos reciben desde ahora las señales de la
vida eterna; pues el Maestro les ha dicho: “Hágase
en vosotros según vuestra fe” (Mateo 9:29). He aquí el efecto de esta obra
divina en nosotros: ya no somos los mismos hombres. La gracia de J.-C. ha roto
nuestras ataduras, nuestro espíritu ha recibido una luz resplandeciente; pero
los hombres que aún están en las tinieblas no pueden concebir cómo la gracia
nos ha iluminado por la fe. No pueden concebir que siendo así liberados de la
servidumbre de la ley, nos volvemos esclavos del Verbo que es la luz del libre
albedrío: “Yo te bendigo, Padre, Señor
del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes,
y se las has revelado a los simples y a los pequeños: sí, Padre, esto es así
porque vos lo habéis querido” (Lucas 10:21). Que aquel que quiera obtener
esta recompensa someta la concupiscencia y sus deseos carnales, que abjure del
orgullo de la ciencia humana. Es por esta victoria que obtendrá la fe que
regenerará el espíritu, ilumina la inteligencia e inflama el corazón por el
fuego y la luz celeste (Clemente de Alejandría en su Pedagogo, cap. 6).
***
Extracto
de su obra Mis pensamientos y los de los
otros, revisada y publicada por primera vez por Robert Amadou, pensamiento
27, Renaissance Traditionnell, nº 30,
abril 1977, pp. 103-104.
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