“Sírvete del don sublime de la palabra, signo exterior de tu dominio sobre la naturaleza, para salir al paso de las necesidades del prójimo y para encender en todos los corazones el fuego sagrado de la virtud” (Regla al uso de las Logias Rectificadas, Artículo VI-I)

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miércoles, 6 de junio de 2012

Por el Bautismo nos volvemos perfectos


Jean-Baptiste Willermoz



Iniciados, en el momento en que somos regenerados entramos en la vida, recibimos la luz y conocemos a Dios que es la fuente de toda verdad, de toda ciencia y de toda perfección. Por el bautismo nos volvemos perfectos; el Espíritu Santo nos santifica y la fe nos ilumina.Había dicho yo: ¡Vosotros dioses sois, todos vosotros, hijos del Altísimo!” (Sal. 82(81)). Esta operación del espíritu se denomina obra, gracia, iluminación, perfección, bautismo. Es un bautismo que nos purifica, una gracia que nos justifica, una iluminación que nos colma de luz y que nos hace conocer las cosas divinas. En él se realizan los dones del Ser soberanamente perfecto. A su vez, todo, en nosotros, sale de las tinieblas; él ha anticipado los tiempos en nuestro favor por su todo-poder, y nosotros vivimos porque  J.-C. nos ha liberado de la muerte. Dios ha creado el universo por su voluntad, y por su voluntad ha hecho la salvación de los hombres. He aquí pues lo que se adquiere por J.-C. tras salir de las tinieblas, siendo en ese mismo momento revestido de una luz celeste como aquellos que se despiertan saliendo de las ataduras del sueño. El velo que le cegaba es levantado, el obstáculo que le impedía ver es apartado. Así, nuestra regeneración por el Santo Espíritu disipa al instante las tinieblas espesas que nos ocultaban la luz divina, levanta la venda que cubría el ojo de nuestra alma y la dispone en estado de ver las verdades celestes.

Iniciados, volvemos a estar de nuevo sepultados en las tinieblas, somos ahora la luz del Señor; es por esto que los antiguos llamaron al hombre con un nombre que significa luz. Así la esperanza de aquellos que han creído no ha sido frustrada; ellos reciben desde ahora las señales de la vida eterna; pues el Maestro les ha dicho: “Hágase en vosotros según vuestra fe” (Mateo 9:29). He aquí el efecto de esta obra divina en nosotros: ya no somos los mismos hombres. La gracia de J.-C. ha roto nuestras ataduras, nuestro espíritu ha recibido una luz resplandeciente; pero los hombres que aún están en las tinieblas no pueden concebir cómo la gracia nos ha iluminado por la fe. No pueden concebir que siendo así liberados de la servidumbre de la ley, nos volvemos esclavos del Verbo que es la luz del libre albedrío: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a los simples y a los pequeños: sí, Padre, esto es así porque vos lo habéis querido” (Lucas 10:21). Que aquel que quiera obtener esta recompensa someta la concupiscencia y sus deseos carnales, que abjure del orgullo de la ciencia humana. Es por esta victoria que obtendrá la fe que regenerará el espíritu, ilumina la inteligencia e inflama el corazón por el fuego y la luz celeste (Clemente de Alejandría en su Pedagogo, cap. 6).

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Extracto de su obra Mis pensamientos y los de los otros, revisada y publicada por primera vez por Robert Amadou, pensamiento 27, Renaissance Traditionnell, nº 30, abril 1977, pp. 103-104.

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