“La materia no tiene y no
puede tener ninguna realidad ni estabilidad absoluta, porque sólo Dios puede
dar esa realidad a las producciones inmediatas de su esencia divina, como en
efecto la ha dado y la continuará dando a los seres espirituales e
inteligencias humanas ya que todas son emanadas de su seno, de donde toman la
individualidad, la actividad, la inteligencia, la vida inmortal que los
caracteriza, y se convierten de este modo, por su emanación del centro divino,
en partícipes de la naturaleza misma de su principio generador que es Dios…..
[…] Pero el
hombre primitivo, engañado y subyugado por los consejos pérfidos de su enemigo
que sí conocía el destino de la materia (…), fue arrastrado al crimen,
equivocando a su alrededor los designios de la justicia divina y destruyendo
los de la misericordia, al anticiparse audazmente al tiempo que la justicia
divina había decidido para la creación de la materia y agravando su crimen. Por
ello, concluye su desgracia haciendo recaer sobre sí mismo y toda su posteridad
el justo castigo expiatorio reservado a su seductor, puesto que por esta
culpable anticipación acababa de crear su propia prisión.
Aquellos
hombres seducidos por las apariencias que sin cesar sacuden sus sentidos, cuyos
ojos materiales sólo ven en todo y por todas partes más que materia, que por
ella caen en una especie de embrutecimiento que no les permite discernir ningún
signo de espiritualidad en su ser pensante, se sublevarán contra nuestra
aserción de que la materia solo es aparente y no tiene nada que ver con la
realidad, pareciéndoles errónea y excéntrica, pero no es a ellos a quienes
dirigimos nuestro aserto. Sabemos que son sordos y ciegos e incapaces de comprendernos. Les dejamos ahí, enterrados
en esa alta ciencia a la que están tan aferrados. Pero hay una multitud
de otros que, flotando aún en cierta incertidumbre, están sin embargo mejor
dispuestos a asirse a la verdad cuando ésta se presenta ante ellos, y tienen
necesidad de auxilio para ayudarles a percibirla. A éstos les decimos: buscad
en las fuentes que la ocultan y no desfallezcáis en esta búsqueda”.
“Instrucciones”
dirigidas a su hijo… - Jean-Baptiste Willermoz
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