Martinès de Pasqually nos da a conocer, en
uno de los pasajes más bellos y conmovedores del Tratado, la magnífica oración que Adán pronunció al Eterno, inclinando el rostro
hacia el suelo, para obtener su reconciliación así como la de su
posteridad, oración con la que cada Hermano del Régimen Escocés Rectificado podrá beneficiarse recitándola cuando sienta la necesidad de reencontrar el camino
del arrepentimiento, encerrándose silenciosamente en la soledad de su cuarto
para implorar desde ahí a su Padre que está en los cielos, oración que es
también el enunciado de todos los atributos y Nombres divinos relacionados con
el creador y que Adán, que los había despreciado, envidiado y negado, proclamaba
ahora en una edificante alabanza de glorificación:
“Adán reconoció aún
mejor la magnitud de su crimen. Acudió inmediatamente para gemir por su falta y
pedir perdón por su ofensa al Creador. Se sumió en un retiro y allí, entre
gemidos y lágrimas, invocó así al divino Creador:
“Padre de caridad, de misericordia; Padre vivificante y de vida eterna, Padre Dios de los dioses, de los cielos y de la tierra; Dios fuerte y fortísimo; Dios de justicia, de trabajo y de recompensa; Eterno todopoderoso; Dios vengador y remunerador; Dios de paz, de clemencia, de compasión caritativa; Dios de los espíritus buenos y malos; Dios fuerte del Sabbath; Dios de reconciliación de todo ser creado; Dios eterno y todopoderoso de las regiones celestes y terrestres; Dios invencible, que existe necesariamente, sin principio ni fin; Dios de paz y de satisfacción; Dios de toda dominación y potencia de todo ser creado; Dios que aflige y recompensa cuando le complace; Dios cuatro veces fuerte de las revoluciones y de los ejércitos celestes y terrestres de este universo; Dios magnífico de toda contemplación, de los seres creados y de las recompensas inalterables; Dios padre sin límite de misericordia en favor de su débil criatura, escucha a aquel que gime ante ti por la abominación de su crimen. No es más que la causa segunda de su prevaricación. Reconcilia a tu hombre en ti y somételo para siempre. Bendícelo para que en el futuro se mantenga inquebrantable en tu ley. Bendice también la obra hecha por la mano de tu primer hombre, a fin de que ni él ni yo mismo sucumbamos a las peticiones de aquellos que son la causa de mi justo castigo y de la obra de mi propia voluntad. Amén”.
(Tratado
de la Reintegración de los seres, 25)
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