Memoria dirigida por Joseph de Maîstre
al duque Ferdinand de Brunswick-Lunebourg,
Gran Maestro de la Masonería Escocesa
de la Estricta Observancia,
con ocasión del Convento de Wilhemsbad de 1782
El otro propósito del 2º grado o de la 2ª clase [Orden Interior de los C.B.C.S.] en
el sistema propuesto sería: la reunión de las diferentes sectas cristianas.
Sería tiempo, Monseñor, de borrar las vergüenza de Europa y del espíritu
humano. De qué nos sirve poseer una religión divina, cuando hemos desgarrado el
vestido sin costuras y cuando los adoradores de Cristo, divididos por la
interpretación de su ley santa, se han dejado llevar por excesos que harían
ruborizar a los pueblos de Asia. El mahometismo sólo conoce dos sectas; el
cristianismo tiene treinta y, como si estuviéramos destinados a deshonorarnos a
turnos por los excesos opuestos, después de habernos degollado con nuestros
dogmas, hemos caído en todo lo referente a la religión en una indiferencia
estúpida que llamamos tolerancia. El género humano está envilecido. La tierra
se ha divorciado del cielo. Nuestros supuestos sabios, ridículamente orgullosos
de algunos infantiles descubrimientos, disertan sobre el aire fijo, volatizan
el diamante, enseñan a las plantas cuánto deben durar, se pasman ante una
pequeña petrificación o sobre la trompa de un insecto, etc. Pero se guardan
bien de preguntarse, aunque sea una sola vez en su vida, que es lo que son y
cuál es su lugar en el universo.
O curvoe ad terras animoe et coelestium
inanes! [1]
Todo
es importante para ellos salvo la única cosa importante. Llevados por un
fanatismo mil veces más condenable que aquel contra el que no paran de gritar,
golpean indistintamente sobre la verdad y sobre el error, y sólo saben atacar
la superstición por medio del escepticismo. ¡Imprudentes! que se creen llamados
a escardar el campo de las opiniones humanas y arrancar el trigo por miedo a que
la cizaña se les escape. Han curado nuestros prejuicios, dicen... Sí, como la
gangrena cura los dolores.
En
este estado de cosas, ¿no sería digno de nosotros, Monseñor, proponer el avance
del Cristianismo como uno de los objetivos de nuestra Orden? Este proyecto
tendría dos partes, ya que es preciso que cada comunión trabaje por sí misma y
trabaje por acercarse a las demás. Sin duda que esta empresa parecerá quimérica
a muchos Hermanos: pero ¿por qué no intentamos nosotros lo que dos teólogos
(Bossuet y Molanus) intentaron en el siglo pasado con alguna esperanza de
éxito? El momento es mucho más favorable, ya que los sistemas emponzoñados de
nuestro siglo al menos han producido de bueno que los espíritus, poco más o
menos indiferentes sobre la controversia, puedan aproximarse sin enfrentarse.
En nuestros días hay que estar versado en la historia para saber lo que es el
Anticristo y la Prostituta de Babilonia. Los teólogos ya no disertan sobre los
cuernos de la Bestia. Todas estas injurias apocalípticas serían hoy mal
recibidas. Cada cosa lleva su nombre. Roma incluso se llama Roma, y el Papa,
Pio VI.
Ruego
encarecidamente a V.A.S., observar que esta reunión jamás tendrá lugar si se
trata públicamente. La religión ya no debe ser considerada en nuestros días
como una pieza de la política de cada Estado, y esta política ¡es de un
temperamento tan irritable! Cuando se la toca con la punta de los dedos, se
convulsiona. El orgullo teológico hará nacer nuevos obstáculos de tal forma que
esta gran tentativa solo puede prepararse secretamente. Hay que establecer
comités de correspondencia compuestos sobre todo por clérigos de las diferentes
comuniones que habremos agregado e iniciado. Trabajaremos lentamente pero con
seguridad. No emprenderemos ninguna conquista que no sea apropiada para
perfeccionar la Gran Obra. Habrá que guardarse muy bien de encender la mecha
antes de estar seguros del efecto: y como, siguiendo la expresión enérgica de
un antiguo Padre, el universo fue en otro tiempo sorprendido por encontrarse
arriano, habrá que conseguir que los cristianos modernos se encuentren
sorprendidos de verse reunidos.
No
es dudoso que la obra deba comenzar
por los católicos y los luteranos de Augsburgo, cuyos símbolos no difieren
prodigiosamente. En cuanto a los calvinistas, si lo son de buena fe, deberán
reconocer que han desfigurado extrañamente el cristianismo. Así que, son ellos
quienes deben sacrificarse.
Todo
lo que pueda contribuir al avance de la religión, a la extirpación de las
opiniones peligrosas, en una palabra, a elevar el trono de la verdad sobre las
ruinas de la superstición y del pirronismo, será competencia de esta clase; lo
que supone necesariamente que la profesión de fe requerida en este 2º grado
debe ser más amplia que la primera. Ningún Hermano debe pues ser admitido sin
reconocer claramente la divinidad de Cristo y la verdad de la revelación que le
sigue.
Muy bueno, pero no dejemos en el olvido que estas correspondencias obedecen a un anteproyecto, con cosas para aceptar y cosas para rechazar.
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