Memoria dirigida por Joseph de Maîstre
al duque Ferdinand de Brunswick-Lunebourg,
Gran Maestro de la Masonería Escocesa
de la Estricta Observancia,
con ocasión del Convento de Wilhemsbad de 1782
Finalmente, henos aquí llegados al 3er
grado [Clase Secreta] que tiene por objeto el Cristianismo Trascendente. Parece oportuno que la
mayor parte de Hermanos a los que sus luces y talentos los hayan hecho dignos
en el segundo grado, pasen infaliblemente al tercero, porque todo hombre
instruido hacia la creencia cristiana estará necesariamente encantado por
encontrar la solución a diferentes penosas dificultades en los conocimientos
que poseemos.
Los
Hermanos admitidos en la clase superior tendrán por objeto de sus estudios y
reflexiones más profundas las investigaciones de hecho y los conocimientos
metafísicos. No es éste lugar para examinar hasta qué punto se puede establecer
por el simple razonamiento la verdad de la doctrina que profesamos. Mas no es
extraño que el descubrimiento de los hechos puedan proporcionarnos los mayores
motivos de credibilidad. Todo es misterio en los dos Testamentos, y los
elegidos de una y otra ley no eran otra cosa que verdaderos iniciados. Hay pues
que interrogar a esta venerable Antigüedad y preguntarle cómo entiende las alegorías
sagradas. ¿Quién puede dudar que este tipo de investigaciones nos pueden
proporcionar las armas victoriosas para luchar contra los escritores modernos
que se obstinan en ver solamente en las Escrituras su sentido literal? Estos escritores, son refutados fácilmente por la expresión Misterios de la
Religión que nosotros empleamos todos los días sin entrar en su sentido. La
palabra “misterio” en un principio no significaba otra cosa que la verdad
velada bajo tipos por aquellos que la poseen. Fue
solamente por extensión y, por así decirlo, por corrupción, por lo que se
aplicó luego esta expresión a todo lo que está escondido; a todo lo que es difícil
de comprender. Es en este sentido por lo que decimos ahora que la generación es
un misterio y que Marco Aurelio decía antaño que “la muerte es, al igual que el nacimiento, un misterio de la naturaleza”.
Este
sentido del término “misterio” no era lo bastante significativo para la Iglesia
latina, de ahí que inventara el de “sacramento” para designar a los siete
Misterios por excelencia.
Quizá
le parecerá infinitamente probable a V.A.S. que si nuestros teólogos quisieran
reflexionar atentamente que las palabras Misterio, Sacramento, Signo y Figura
son rigurosamente sinónimos, bien pronto nos llevarían a firmar un acuerdo
sobre uno de los puntos que dividen a nuestras dos comuniones.
Parece
pues que no hay necesidad de un diccionario etimológico para refutar a los
partidarios del al pie de la letra.
Pero, ¿cómo podrían resistir al sentimiento unánime de los primeros cristianos,
que se regían todos por el sentido alegórico? Sin duda, llevaron este sistema
demasiado lejos, pero, siguiendo la observación de Pascal, del mismo modo que
los falsos milagros probaban los verdaderos, igualmente el abuso de
explicaciones alegóricas anuncia que esta doctrina tenía una base real, la cual
hemos perdido de vista demasiado pronto.
¿Con
qué derecho podemos contradecir a toda la Antigüedad eclesiástica que nos deja
entrever tantas verdades escondidas bajo la corteza de las alegorías? “Los antiguos intérpretes de la Iglesia -
nos dice San Anastasio el Sinaíta - han
considerado el relato de Moisés sobre la obra de los seis días de una manera
alegórica y han puesto de relieve diversas herejías nacidas únicamente del
hecho que habían tomado demasiado al pie de la letra lo que el Génesis relata
de Dios y del Paraíso terrenal”.
Otro escritor eclesiástico dice también que “algunos heréticos habían sostenido que no se debía dar al Antiguo
Testamento un sentido místico y alegórico diferente de aquel que ofrecen las
cosas mismas, sino que, si seguimos su opinión, resultaría un montón de
absurdeces... que se debe explicar los libros del Antiguo Testamento, no
solamente de manera literal, sino también de manera figurada y alegórica y
descubrirle el verdadero sentido”.
Es
todavía más sorprendente que sobre este tema la Sinagoga no pensara de manera
diferente que la Iglesia. El historiador Josefo nos
advierte, antes de tratar de las antigüedades de su nación, que “Moisés se ha explicado alegóricamente cuando
el asunto lo ha requerido; que se ha servido también de las alegorías aunque
cautelosamente, y que lo que ha dicho sólo ha descubierto lo que no debía estar
escondido; de manera que nos internaríamos en un largo trabajo si quisiéramos
desentrañar todo lo que, en estos libros, es relativo a estos diferentes
asuntos”.
Otro
testimonio de peso es el del más sabio y más ilustre de los rabinos, el famoso
Maimónides, de sobrenombre Moses Aegyptiacus. “No os dejéis seducir - nos dice - por todo lo que los Sabios cuentan sobre el
primer hombre, sobre la Serpiente, acerca del Árbol de la Ciencia del bien y
del mal, sobre las vestimentas que todavía no se usaban, y no penséis que esos
objetos hubieran existido realmente de esa manera. Jamás estuvieron en la
naturaleza de las cosas. Si prestáis atención os daréis cuenta de la falsedad
de todo lo que ellos dicen al respecto, y que no han imaginado sino después de
haber tenido conocimiento de nuestra ley y de la historia de la creación; ya
que lo tomaron en sentido literal y forjaron estas fábulas... No se debe tomar
al pie de la letra, como lo hace el vulgo, lo que está contenido en el Bereshit [Génesis] o historia de la creación. Sin esto, los
sabios no lo hubieran envuelto de tantas parábolas, con tanto cuidado, y no
hubieran estado tan atentos para impedir que se hablara de esto al populacho ignorante.
Ya que al tomarlo en sentido literal, lo resultante son los prejuicios que
degradan la naturaleza divina y trastocan los fundamentos de la ley que hacen
nacer las herejías”.
¡Qué
vasto campo abierto al cuidado y perseverancia de los G.P...!
Que unos se sumerjan con valor en los estudios que puedan multiplicar nuestros
libros y aclarar aquellos que poseemos. Que otros, cuyo genio es dado a las
contemplaciones metafísicas, busquen en la naturaleza misma de las cosas las pruebas de
nuestra doctrina. Que finalmente otros (¡y quiera Dios que haya muchos!) nos
digan lo que han aprendido de este Espíritu que sopla donde quiere, como quiere
y cuando quiere.
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