Un solo Padre, Orígenes, que nació en
Alejandría en 185, altamente loado a su muerte por su piedad, su casta pureza y
su fervor por san Pánfilo y san Gregorio Taumaturgo, y a pesar de que sus tesis
fueron luego severamente condenadas en el concilio de Constantinopla en 523,
parece defender, en numerosos puntos y diversos aspectos, posiciones próximas a
Martinès. Es en su Peri Archon, donde
sostendrá, como hizo Martinès en su Tratado
sobre la reintegración, que la Creación no surge de una libre decisión,
sino que fue el resultado, la consecuencia de una revolución negativa
sobrevenida en el mundo divino. Para Orígenes, «la materialidad es una consecuencia de la Caída. Todos los seres
materiales son sustancias intelectuales caídas. Las criaturas intelectuales
permanecieron en una morada divina, antes de caer en los lugares inferiores, y
convertirse, de invisibles que ellas eran, en visibles. Desde que hubieron
caído, tuvieron necesidad de cuerpo. Es por lo que Dios hizo los cuerpos, y creó
este mundo material y visible. La materialización es una consecuencia de la
caída, pero, en Orígenes, es Dios quien crea la materia a causa de la caída»
(C. Tresmontant, op. cit., pág. 421).
Analizando el texto de los Evangelios, Orígenes pone a la luz el sentido de la
fórmula utilizada por los sinópticos cuando evocan la «fundación del mundo»
(Mateo 13:25, 25:34; Lucas 11:50; Juan 17:24), fórmula tomada luego por san
Pablo en sus Epístolas, y que hace
referencia a una noción de descenso, de evidente degradación. Los escritores
sagrados emplearon en efecto el término katabolé,
proveniente del verbo kattaballô,
es decir, la acción de «echar de
arriba a abajo» para hablar de la creación del mundo material, y Orígenes
considerará que esto no provenía de un contrasentido por su parte, sino de una
clara voluntad de indicarnos el carácter descendente del acto creador, mientas
que hubiera sido posible y normal, en parecida circunstancia, utilizar el
término ktisis, que significa
positivamente la Creación en sentido pleno y original.
Para Orígenes, pues, la Creación es la
manifestación concreta de un descenso de arriba en dirección abajo, una caída,
un movimiento significativo «de
superioribus ad inferiora descendum» (De
Princip., III, 5, 4, K). Orígenes desarrollará, en numerosas páginas su
visión y no dudará en sostener, con expresiones que prefiguran extrañamente las
tesis Martinèsianas: «Las almas, a causa
del excesivo decaimiento de su inteligencia, han sido encerradas en estos
cuerpos espesos y compactos: es por ellas que en lo sucesivo ha sido necesario
que este mundo visible fuera creado» (Ibid.).
Las almas culpables se han materializado y
han recibido un cuerpo carnal para someterlas a una justa sanción que su acción
culpable les había merecido; tal es la tesis de Orígenes conocida bajo la
denominación de ensomatosis, describiendo el descenso a los cuerpos de
entidades espirituales, entidades que vienen a este mundo a cumplir una
purificación redentora. A este respecto, Orígenes establecerá una etimología singular
entre alma (psuchê) y frío (psuchros), para significar el hecho de
que las almas son entidades, inteligencias «resfriadas» que vienen a este mundo
a expiar, estando revestidas de cuerpos materiales, sus pecados. Justiniano
relatará por otra parte, en una carta destinada a los Padres que se reunían en
el Concilio de Constantinopla, la doctrina profesada por los monjes origenistas
parecida en todos sus puntos a las tesis del Peri Archôn: «Las entidades
racionales se han enfriado (se han alejado) de la caridad divina, de donde su
nombre de almas; es a causa de un castigo que han sido revestidas de cuerpos
más espesos, los nuestros, y han sido llamadas hombres. Aquellas que han
llegado al colmo del mal han revestido cuerpos fríos y oscuros, son y se nombran
demonios y espíritus del mal. Es pues en virtud de un castigo y una pena por
los pecados cometidos en una existencia anterior que el alma ha recibido un
cuerpo» (Carta de Justiniano al
Concilio, y Anatema IV del concilio de Constantinopla, K., p. CXXII).
Por otra parte Orígenes apoyará su tesis de
una Caída en la materia, en cuerpos groseros y animales, como respondiendo a
una falta anterior, fundamentándose en el relato, verdaderamente sobrecogedor
del tercer capítulo del libro del Génesis, donde es dicho, después del episodio
del pecado original: «Dios hizo para el
hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió» (Génesis 3:21). Método
confirmará que la posición de Orígenes es claramente la expresada en sus obras,
y dará testimonio de esta identidad en estos términos: «Orígenes imaginaba una preexistencia mítica de nuestras almas. Adán y
Eva, según él, eran intelectos desnudos antes de revestir las túnicas de piel;
eran absolutamente incorruptibles, inmortales, exentos de necesidades naturales
tales como comer, beber o dormir» (De
Resurr.). Como podemos ver, el cuerpo material es para Orígenes una
vestimenta espesa y degradada, una marca concreta de la Caída y no dudará, para
sostener su tesis, en apelar a ciertos pasajes de las Escrituras que venían a corroborar
su visión, en particular estos extractos de los Salmos: «Antes de ser humillado, me descarriaba» (Sal 118:67); «Vuelve, oh alma mía, a tu reposo» (Sal
104:7); «¡Saca mi alma de la cárcel!»
(Sal 142:8). El pensamiento de Orígenes, expuesto sin rodeos, es la expresión
de una doctrina que podemos resumir así: «La
desgracia para el alma es haber descendido, es la ensomatosis, la caída en el
cuerpo material. La salvación para el alma es la de volver allí de donde viene.
Esquema común al neoplatonismo, a la gnosis, al orfismo y a la teosofía
bramánica. Es este esquema el que adopta Orígenes» (C. Tresmontant, op. cit., pág. 431). Lo que resulta muy
chocante, de toda manera, y digno de observación es que como Martinès,
Orígenes piensa en el fin de los tiempos como una cesación del universo
material, una suerte de «desmaterialización» poniendo término al compuesto
grosero, disolviendo los elementos carnales: «Las almas abandonan los cuerpos que habían asumido, con los que ellas
estaban revestidas. El estado final será pues incorpóreo. Toda la naturaleza
material, corporal, será abolida. La creación por completo será liberada de la
servidumbre de la materia» (De Princ.,
II, 3, K).
Después de este examen, resulta evidente que
la doctrina de Martinès, si presenta serias dificultades respecto a las
enseñanzas del Magisterio, y en particular cuando se trata de la cuestión del
estatuto ontológico de la materia y del carácter gratuito de la Creación,
dificultades que no conviene negar so pena de esconder la verdad y faltar al
deber de honestidad intelectual, surge sin embargo de un muy estrecho
parentesco con el origenismo, y puede incluso ser contemplada, si se quiere
pensar en ello, como una de sus formulaciones, desde el siglo XVIII, de las más
fieles y conseguidas.
Es por lo que, a nuestro parecer, los
discípulos contemporáneos de Martinès, próximos o alejados, harían bien en
sumergirse en la atenta lectura de Orígenes, y estudiar y meditar seriamente
las tesis de este gran hombre de la Iglesia, que llegó, con una rara
profundidad y excepcional ciencia, como pocos hayan hecho antes que él, a los
soberanos misterios de la Revelación para hacer surgir de ella los inmensos
tesoros espirituales de los que es portadora, tesoros muy necesarios a los
hombres que luchan duramente a lo largo de su penosa existencia en el seno de
las circunferencias materiales, en esta región de las «diferencias» por tomar
una expresión de san Bernardo, es decir «la
región que designa la naturaleza caída que ha perdido su “semejanza” como consecuencia
del pecado original» (Canto LXXXII, 5), a fin que alcancen, por la santa
gracia del Reparador, a sustraerse de las determinaciones que recibieron en
consecuencia del pecado, y puedan al fin participar, en su eternidad futura, de
una comunión reencontrada y tan esperada con la Divinidad.
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