“Sírvete del don sublime de la palabra, signo exterior de tu dominio sobre la naturaleza, para salir al paso de las necesidades del prójimo y para encender en todos los corazones el fuego sagrado de la virtud” (Regla al uso de las Logias Rectificadas, Artículo VI-I)

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martes, 18 de septiembre de 2012

Nota sobre el concepto de transmutación de las sustancias en la doctrina de Martines. Jean-Marc Vivenza



 Este texto corresponde a la nota 4 del trabajo titulado

La producción de una nueva sustancia obtenida por transmutación de la sustancia anterior releva siempre la formación de un cuerpo nuevo, tal como explica Suárez: “Cualquier forma sustancial desaparece para dar paso a otra” (F. Suárez, Discusiones metafísicas, trad. S. Rabade). Lo que pasó con Adán, según Martines, es idéntico a lo que sucede durante el nacimiento de los seres vivos: se ha producido un cambio sustancial generando otra sustancia independiente “motus ad substantiam generatio. En todas sus transformaciones, el cuerpo, ya que Adán fue metamorfoseado en una sustancia material carnal, abandona una  forma para adquirir otra nueva: toda generación implica una modificación de sustancia en razón de la ley de degradación, “generatio unius est corruptio alterius”. Y lo que sucede en las criaturas también ocurre en la materia inanimada, donde las transformaciones sustanciales se realizan constantemente: son refrendadas por las nuevas propiedades que surgen después de algunos cambios. Así, el agua se convierte en vapor y después en aire; la madera se reduce a cenizas; el hierro se oxida; las propiedades específicamente nuevas que se manifiestan al final de estos cambios implican por lo tanto un cambio de “sustancia”. A observar que todas las sustancias corporales se componen de principios reales: materia y forma, pero si la generación es la transición del no-ser al ser, la corrupción, o la degradación en tanto que degeneración, es el paso del ser al no-ser: “geratio in rebus inanimatis est totaliter ab extrinseco, sed generatio viventium est quodam altiori modo per aliquid ipsius viventis quod est semen in quo est aliquod principium corporis  formativums” (cf. S. Th. 1 78, 2 ad 2). Podemos deducir que la degeneración de Adán, tal como es presentada por Martines, lo coloca en el “no-ser” del punto de vista antropológico, en razón de su materia impura adquirida nuevamente como sustancia componente en el presente del menor espiritual, transmutado y aprisionado en su envoltura tenebrosa. Y esta acción de Dios no tiene nada ni de imposible ni de sorprendente, ya que es capaz de operar cambios que no son simple sucesión de sustancias, sino que participan de un acto de “transustanciación” que, en virtud de su influencia absoluta sobre el ser de las cosas, puede inclinar una realidad hacia otra realidad y hacerla entitativamente diferente por conversión sustancial. En la conversión eucarística, por ejemplo, la sustancia del pan está efectivamente y físicamente identificada para ser el cuerpo de Cristo, hasta el punto de hacer desaparecer la sustancia del pan para convertirse en el cuerpo del Salvador. Y en el caso de la transmutación sustancial del Adán celeste en cuerpo de materia tenebrosa, Dios, que no actúa sobre las cosas como una simple criatura, ya que él es el Creador de todo, ha realizado sobrenaturalmente un cambio verdaderamente sustancial, porque cambió el ser de Adán,  metamorfoseando en su fondo el cuerpo celestial inmaterial que tenía nuestro primer padre antes de la Caída, para hacer un cuerpo de materia carnal, y podía hacerlo, porque él era el autor de los dos cuerpos, uno inmaterial celeste, el otro material terrestre. Esto significa que por una sola y misma acción de su omnipotencia, Dios opera tal cambio sobre el ser de Adán que se vio convertido, siendo como era un ser espiritual asimilado a los espíritus celestes, en un cuerpo de materia tenebrosa: “El Creador, para poner un ser cualquiera en privación divina, no se basa ni en la colaboración de su corte divina ni en la de los seres espirituales divinos temporales, y mucho menos aún en el empleo de esta materia grosera que usan los hombres. Solo necesita su pensamiento y su voluntad para que se haga todo conforme a sus deseos. Esa es la infinita diferencia que hay entre la fuerza de la ley divina, eterna e inmutable, y la fuerza de la ley humana, que pasa y desaparece, tan rápido como la forma corporal del hombre desaparece de la faz de la tierra en cuanto el espíritu del menor se separa de esta forma” (Tratado, 236). Pero esta transmutación que Martines denomina “cambio terrible al cual el Creador ha sometido a Adán” (Tratado, 235), fue un cambio de sustancia, debido a que Adán recibió una forma corporal material constituida de la sustancia de una forma aparente”, idéntica a “la forma corporal de todos los seres existentes en los tres mundos [que] provienen de tres principios: azufre, sal y mercurio... De hecho, ningún ser puede revestirse de la sustancia de una forma aparente sin que esta no esté compuesta de estos tres principios(Tratado, 230). La envoltura corporal de Adán antes de la Caída, destinada “para operar temporalmente las voluntades del Creador”, pues “sin esta envoltura no podría operar nada sobre los otros seres temporales sin consumirlos por la facultad innata del espíritu para disolver todo lo que se le aproxima” (Tratado, 230), envoltura corporal gloriosa que “no es otra cosa que la producción de su propio fuego”, siendo los espíritu hasta tal punto diferentes “sustancialmente” de la naturaleza corporal pasiva de la que el actual menor está constituido, la cual no soporta ningún contacto con la  materia tenebrosa sin destruirla: “teniendo en cuenta que ninguna materia puede ver y concebir el espíritu sin morir y sin que el espíritu disuelva y aniquile cualquier forma de materia en el momento de su aparición” (Tratado, 38). Por tanto, es absolutamente imposible que haya podido sobrevivir, aunque sólo hubiese la más mínima traza, por pequeña que sea, del cuerpo de gloria original de Adán en la forma material impura actual que recibió como “castigo por su horrible crimen”, puesto que si tal fuese el caso, esta traza subsistente habría sido inmediatamente un factor de disolución y de aniquilamiento de toda forma de materia. Así, y es fácil de entender, la “sustancia de la forma material” (Tratado, 70) en la cual Adán fue aprisionado, forma material sustancial que es la “figura real de la forma aparente que apareció en la imaginación del Creador y que fue rápidamente operada por sus obreros espirituales divinos y puesta en sustancia de materia aparente solida pasiva para la formación del templo universal, general y particular” (Tratado, 79), está destinada a la misma finalidad que todo lo que es forma de materia aparente sólida pasiva, por lo que debe desaparecer “en el tiempo prescrito y limitado por el Creador (Tratado, 91). El hijo de Adán, cada menor, espera en cuanto a él no una “espiritualización de la carne”, evidentemente, sino una “reconciliación tras un trabajo largo y penoso y la reintegración de su forma corporal [que] sólo se operará por medio de una putrefacción inconcebible para los mortales. Es esta putrefacción la que degrada y elimina por completo la figura corporal del hombre y hace aniquilar su miserable cuerpo, lo mismo que el sol hace desaparecer el día de la superficie terrestre cuando la  priva de su luz” (Tratado, 111).

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