Este texto corresponde a la nota 4 del trabajo titulado
La producción de una nueva sustancia obtenida por transmutación de la sustancia anterior releva
siempre la formación de un cuerpo nuevo, tal como explica Suárez: “Cualquier forma sustancial desaparece para
dar paso a otra” (F. Suárez, Discusiones
metafísicas, trad. S. Rabade). Lo que pasó con Adán, según Martines, es
idéntico a lo que sucede durante el nacimiento de los seres vivos: se ha
producido un cambio sustancial generando otra sustancia independiente “motus ad substantiam generatio”. En
todas sus transformaciones, el cuerpo, ya que Adán fue metamorfoseado en una
sustancia material carnal, abandona una forma para adquirir otra nueva: toda
generación implica una modificación de sustancia en razón de la ley de
degradación, “generatio unius est
corruptio alterius”. Y lo que sucede en las criaturas también ocurre en la
materia inanimada, donde las transformaciones sustanciales se realizan
constantemente: son refrendadas por las nuevas propiedades que surgen después
de algunos cambios. Así, el agua se convierte en vapor y después en aire; la
madera se reduce a cenizas; el hierro se oxida; las propiedades específicamente
nuevas que se manifiestan al final de estos cambios implican por lo tanto un
cambio de “sustancia”. A observar que todas las sustancias corporales se
componen de principios reales: materia y forma, pero si la generación es la
transición del no-ser al ser, la corrupción, o la degradación en tanto que
degeneración, es el paso del ser al no-ser: “geratio in rebus inanimatis est totaliter ab extrinseco, sed generatio
viventium est quodam altiori modo per aliquid ipsius viventis quod est semen in
quo est aliquod principium corporis formativums” (cf. S. Th. 1 78, 2 ad 2).
Podemos deducir que la degeneración de Adán, tal como es presentada por Martines,
lo coloca en el “no-ser” del punto de vista antropológico, en razón de su materia impura adquirida nuevamente como
sustancia componente en el presente del menor espiritual, transmutado y aprisionado
en su envoltura tenebrosa. Y esta acción de Dios no tiene nada ni de imposible ni
de sorprendente, ya que es capaz de operar cambios que no son simple sucesión
de sustancias, sino que participan de un acto de “transustanciación” que, en
virtud de su influencia absoluta sobre el ser de las cosas, puede inclinar una
realidad hacia otra realidad y hacerla entitativamente diferente por conversión
sustancial. En la conversión eucarística, por ejemplo, la sustancia del pan
está efectivamente y físicamente identificada para ser el cuerpo de Cristo,
hasta el punto de hacer desaparecer la sustancia del pan para convertirse en el
cuerpo del Salvador. Y en el caso de la transmutación
sustancial del Adán celeste en cuerpo de materia tenebrosa, Dios, que no
actúa sobre las cosas como una simple criatura, ya que él es el Creador de
todo, ha realizado sobrenaturalmente un cambio verdaderamente sustancial,
porque cambió el ser de Adán, metamorfoseando
en su fondo el cuerpo celestial inmaterial que tenía nuestro primer padre antes
de la Caída, para hacer un cuerpo de materia carnal, y podía hacerlo, porque él
era el autor de los dos cuerpos, uno inmaterial celeste, el otro material
terrestre. Esto significa que por una sola y misma acción de su omnipotencia,
Dios opera tal cambio sobre el ser de Adán que se vio convertido, siendo como
era un ser espiritual asimilado a los espíritus celestes, en un cuerpo de
materia tenebrosa: “El Creador, para
poner un ser cualquiera en privación divina, no se basa ni en la colaboración
de su corte divina ni en la de los seres espirituales divinos temporales, y mucho
menos aún en el empleo de esta materia grosera que usan los hombres. Solo
necesita su pensamiento y su voluntad para que se haga todo conforme a sus
deseos. Esa es la infinita diferencia que hay entre la fuerza de la ley divina,
eterna e inmutable, y la fuerza de la ley humana, que pasa y desaparece, tan
rápido como la forma corporal del hombre desaparece de la faz de la tierra en
cuanto el espíritu del menor se separa de esta forma” (Tratado, 236). Pero
esta transmutación que Martines denomina “cambio
terrible al cual el Creador ha sometido a Adán” (Tratado, 235), fue un
cambio de sustancia, debido a que Adán recibió una forma corporal material constituida
de la “sustancia de una forma aparente”, idéntica a “la forma corporal de todos los seres existentes
en los tres mundos [que] provienen de tres principios: azufre, sal y mercurio...
De hecho, ningún ser puede revestirse de la sustancia de una forma aparente sin
que esta no esté compuesta de estos tres principios” (Tratado, 230). La
envoltura corporal de Adán antes de la Caída, destinada “para operar temporalmente las voluntades del Creador”, pues “sin esta envoltura no podría operar nada sobre
los otros seres temporales sin
consumirlos por la facultad innata del espíritu para disolver todo lo que se le
aproxima” (Tratado, 230), envoltura corporal gloriosa que “no es otra cosa que la producción de su
propio fuego”, siendo los espíritu hasta tal punto diferentes “sustancialmente”
de la naturaleza corporal pasiva de la que el actual menor está constituido, la
cual no soporta ningún contacto con la materia tenebrosa sin destruirla: “teniendo en cuenta que ninguna materia puede
ver y concebir el espíritu sin morir y sin que el espíritu disuelva y aniquile cualquier forma de materia en el
momento de su aparición” (Tratado, 38). Por tanto, es absolutamente
imposible que haya podido sobrevivir, aunque sólo hubiese la más mínima traza,
por pequeña que sea, del cuerpo de gloria original de Adán en la forma material
impura actual que recibió como “castigo por
su horrible crimen”, puesto que si tal fuese el caso, esta traza
subsistente habría sido inmediatamente un factor de disolución y de
aniquilamiento de toda forma de materia. Así, y es fácil de entender, la “sustancia de la forma material”
(Tratado, 70) en la cual Adán fue aprisionado, forma material sustancial que es
la “figura real de la forma aparente que
apareció en la imaginación del Creador y que fue rápidamente operada por sus
obreros espirituales divinos y puesta en sustancia de materia aparente solida pasiva
para la formación del templo universal, general y particular” (Tratado, 79),
está destinada a la misma finalidad que todo lo que es forma de materia aparente sólida pasiva, por lo que debe
desaparecer “en el tiempo prescrito y
limitado por el Creador” (Tratado, 91). El hijo de Adán, cada menor, espera
en cuanto a él no una “espiritualización de la carne”, evidentemente, sino una “reconciliación tras un trabajo largo y penoso
y la reintegración de su forma corporal [que] sólo se operará por medio de una
putrefacción inconcebible para los mortales. Es esta putrefacción la que
degrada y elimina por completo la figura corporal del hombre y hace aniquilar
su miserable cuerpo, lo mismo que el sol hace desaparecer el día de la
superficie terrestre cuando la priva de
su luz” (Tratado, 111).
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