Este texto corresponde al apartado VI del trabajo
Es importante en este momento, antes de abordar la cuestión de la reintegración
como aniquilamiento y disolución del universo material y todas las formas corporales
carnales, entender el sentido de la situación general que Martines desarrolla
ante los ojos del lector, situación en forma de explicación para convencer a
sus discípulos cuando afirma que el universo físico material edificado por
orden del Creador por los “espíritus
inferiores productores de las tres esencias espirituosas de donde provienen
todas las formas corporales” (Tratado, 256), responde a una necesidad que
se impone a Dios, teniendo por función este universo poner en privación a los
malos espíritus: “El Creador utilizó la
fuerza de las leyes sobre su inmutabilidad, quedando este universo físico con
apariencia de forma material, para ser el lugar fijo donde estos espíritus
malignos tendrían que actuar y ejercer en privación toda su malicia” (Tratado,
6). Pues Adán, aunque originalmente creado glorioso e inmaterial, por su caída,
arrastra a continuación a todas las generaciones a sufrir en privación una
existencia animal en un mundo material donde las huellas del mal están siempre
presentes (Tratado, 24), obligándonos a vivir en una terrible depravación
experimentando los efectos de la creación pasiva, mancillada e impura: “Adán, [en su estado de gloria] era un ser
puramente espiritual y no estaba sujeto a ninguna forma de materia, porque ningún espíritu puro puede ser contenido en
una forma de materia, sino los que han prevaricado” (Tratado, 257).
Es fácil de entender la idea de la Creación “necesaria” para el Creador impuesta para contener a los malos
espíritus en el interior de la materia, idea situada como fuente primaria en
toda construcción doctrinal de Martines: “Sin
esta prevaricación no hubiese habido creación material temporal, ni terrestre ni
celeste” (Tratado, 224), lo que conduce lógicamente a una segunda idea que
es común: la espera de la disolución de la llamada “materia tenebrosa”, el aniquilamiento de la carne impura, para que
todo vuelva a la Unidad.
Para que la carne fuese salva y estuviese destinada al gozo del Reino,
es decir, “espiritualizada”, su naturaleza no debería participar del origen de
una esencia “necesaria” teniendo un “lugar fijo” para que los demonios puedan
“ejercer toda su malicia”, como
sostiene Martines; es una cuestión de lógica elemental en el plano metafísico.
Esta es la lógica que respeta la Iglesia, para la que la carne es la base en el
seno de la creación de un don de Dios, una bendición ofrecida en los primeros tiempos
de la humanidad cuando el Eterno concibió a Adán y Eva en sus cuerpos carnales
(Génesis 1:26-31) - el cuerpo ciertamente incorruptible, eterno y material, es
decir, el cuerpo concreto de la “carne” y no los cuerpos espirituales
intangibles, y de este modo no se entiende por qué, efectivamente (y es sobre lo
que insisten los Padres de la Iglesia, como san Ireneo) tendría que ser un don,
seguidamente dañado por el pecado original cometido por nuestros primeros
padres, pero en su sustancia creada justa y perfecta porque “Y vio Dios que era bueno” (Génesis 1:31),
estando condenada a la aniquilación y la destrucción; esto no tendría
absolutamente ningún sentido en términos del plan divino y las bendiciones del
Creador que se darían sin arrepentimiento. Y la Iglesia, debido a su punto de
vista dogmático, sostiene con fuerza: “La
carne es el soporte de la salvación” (Tertuliano, res. 8, 2). “Creemos en Dios que es el creador de la
carne; creemos en el Verbo hecho carne para redimir a la carne; creemos en la
resurrección de la carne, la finalización de la creación y de la redención de
la carne” (Catecismo de la Iglesia Católica, resumen del artículo 11 - "Creo en la resurrección de la carne", 1992).
La Creación para la Iglesia es libre, Dios no ha creado por necesidad,
la creación no fue una manifestación necesaria, no fue impuesta a Dios ni por
necesidad externa (prevaricación de los espíritus), ni por una necesidad
interna (el desarrollo dialéctico de la divinidad). La Creación, según los
Padres, no es una teogonía, es una gracia, incluso la primera gracia, la gracia creatix, ligada a la gracia salvatrix y reparatrix según Hugo de San Víctor (+1141), ya que el cristianismo fue concebido esencialmente por
la mayoría de doctores y teólogos como siendo una metafísica de la caridad. Sin
embargo, la concepción martinesista de la Creación, tomando en su lugar las
corrientes neoplatónicas y el origenismo, es una metafísica de la necesidad,
una metafísica del alejamiento de la Unidad y de la corrupción.
Esto explica por qué para Martines, como para Willermoz y Saint-Martin,
el compuesto material, la carne, el universo físico, son un “lugar de privación”, un fruto tenebroso,
pues es consecuencia de una ruptura, una fractura, de un drama celeste que es el
de la prevaricación demoniaca y después adámica. La materia es pues una prisión corrompida e
infectada en la que el primer hombre, ser puramente espiritual teniendo una
forma corporal inmaterial, no dotada de carne y de materia en su origen, se
precipitó, siendo conducido de este hecho a la esperanza (viéndola como la
felicidad a la que es normal y legítimo aspirar) de la aniquilación de esta
forma de materia por una disolución que “borrará completamente” la “figura corporal del hombre y hace que se aniquile este cuerpo miserable, lo
mismo que el sol hace que desaparezca el día de la superficie terrestre cuando la
priva de su luz” (Tratado, 111). No se podía ser más claro sobre el destino
de la carne y el mundo material concebido por Martines, este destino de la aniquilación
destaca en varias partes del Tratado de
la reintegración de los seres: “La
creación solo pertenece a la materia aparente, que al provenir solamente de la imaginación
divina, debe volver a la nada” (Tratado, 138) (ver post anterior).
De hecho, un texto muy interesante, que no figura en el Tratado de la reintegración pero que
resume los puntos principales de la doctrina de Martines sobre la degeneración
de Adán, el pecado original, la aniquilación del cuerpo material y el destino
puramente espiritual de las formas, resume bastante bien lo que acabamos de
describir: “La sentencia dictada por el Eterno
sobre el primer hombre fue muy justa y su prevaricación debía ser castigada con
la privación a la que esta pena le precipita. El hombre hoy, teniendo un mismo
origen por su forma corporal, debe participar del castigo corporal que también
tiene el mismo origen. En cuanto al ser espiritual, debe acabar lo que el
primer hombre aún debe espiritualmente a la justicia divina. Cuán grande debió ser la falta de nuestro
primer Padre temporal para que degenerase de su estado de gloria hasta ser revestido
con un cuerpo de materia que no había sido hecho para él; hasta llegar a
alcanzar a toda su posteridad con su crimen y su castigo: y esta es la fuente
del pecado original por la que todos los hombres están corrompidos. (...)
La incorporación del Mesías en una forma corporal humana demuestra físicamente la
prevaricación del primer Adán. La muerte temporal corporal de Cristo nos
muestra el aniquilamiento de Adán y su reconciliación tras la pena de
privación. La resurrección de Cristo sobre una forma de cuerpo de gloria nos
representa a la perfección el primer estado del primer hombre-Dios de la
tierra, cuando estaba revestido con un cuerpo semejante puro y glorioso, no
sujeto a la corrupción” (ver refewrencia en post anterior).
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